Es una red de conclusiones por la que nos movemos. Están formadas por dos estructuras: una profunda, de programas neurológicos, y otra superficial, fácilmente detectable a través del lenguaje.
Las creencias se manifiestan en diferentes actitudes, aptitudes y comportamientos, así como en síntomas y enfermedades. Si se observa la Vida y el desarrollo de una persona, sus dificultades o éxitos habituales -entendiendo el éxito como la consecución de sus objetivos-, es posible descifrar las creencias que ha integrado, las cuales, por supuesto, funcionan de manera automática e inconsciente.
A veces resulta difícil reconocer el vínculo entre la estructura superficial y la profunda, simplemente porque no encaja en la lógica del individuo.
Las creencias tienen dos caras: pueden ser un valioso recurso o una gran limitación en la Vida. Son las que nos dan permiso para actuar; en función de ellas evolucionamos y adquirimos nuevos recursos y habilidades, o bien nos estancamos en un inmovilismo, petrificados en el tiempo.
La mayor parte de las creencias son inconscientes y aprendidas. Son improntas, profundas raíces adquiridas en los primeros años de vida y durante el desarrollo. Se integran mediante la introyección, a través de los mensajes verbales y no verbales de los padres y otros familiares cercanos, que transmiten sus valores, actitudes, prohibiciones y consejos. Eso significa que no nos damos cuenta de que están funcionando las veinticuatro horas del día, sin que nosotros lo decidamos conscientemente. Ni el consciente, ni la lógica intelectual ni el razonamiento dirigen la Vida, sino que es el inconsciente quien impulsa y decide los comportamientos, pensamientos y emociones. Lo hace de una forma determinante: el resultado son actos involuntarios, sin libre albedrío. Por ejemplo, una persona no decide enojarse, sino que súbitamente se siente así y lo atribuye a algo externo ajeno, a un estímulo externo. Pero fue su cerebro el que evaluó las circunstancias de manera tan rápida que no se dio cuenta, en un proceso rápido e inconsciente. En otras palabras, si bien el sujeto no es consciente de ello, es su sistema evaluativo, basado en sus creencias, el que determina la emergencia de una emoción. Por lo tanto, en una creencia siempre hay emociones implícitas, en mayor o menor medida. Simplemente ocurre un evento exterior, impacta emocionalmente y se le da un significado casi siempre ilógico. Por qué se elige darle un significado y no otro? No se trata de un proceso lógico, sino sólo de asociaciones neurólogicas.
Generalmente las creencias que se adoptan pertenecen al entorno social y familiar. Son transmitidas por el inconsciente grupal, es decir, provienen de la cultura y de la sociedad en la que la familia está inmersa sin ser consciente de su influencia.
Las creencias se adquieren por similitud o por contraste. Imitamos a nuestros padres, ellos captan toda nuestra atención, porque ellos conocen los códigos para sobrevivir, y nosotros integramos esos códigos asociados con determinadas emociones. Esto tiene un sentido adaptativo, puesto que el aprendizaje suele ser más rápido y efectivo si está ligado a las emociones. Por ejemplo, si una madre trabaja mucho, su hijo, al crecer, puede trabajar mucho también o no trabajar en absoluto.
A su vez, nuestros padres también habían recibido la impronta de los suyos, de la sociedad en donde se desarrollaron. Por lo tanto, las creencias que adquirieron tampoco eran "suyas".
Cualquier sociedad está estructurada sobre la base de una serie de creencias y valores que la hacen distinta de otras sociedades. Por consiguiente, las creencias familiares son generadas por el inconsciente del grupo. Estas creencias pueden ser causa de malestar o de bienestar, de conciliaciones o de conflictos, de salud o de enfermedades. Uno de los miembros de la familia puede ser el portador inconsciente de estos programas familiares. También puede ocurrir que todos compartan creencias introyectadas acerca de temas tan diversos como el dinero, el éxito profesional o la sexualidad.
Lo demencial de las creencias es que quedan desfasadas, "congeladas" en el tiempo, y se mantienen cuando la realidad a la que corresponden ya no está vigente.
Las creencias determinan las relaciones, la elección de amistades, de parejas. También los rechazos. Nuestros valores decidirán nuestra relación con los demás. Se trata de un proceso totalmente inconsciente. Todos solemos pensar que lo que creemos "es verdad", sin tener en cuenta que la realidad es subjetiva y que cada uno construye su propio mapa del mundo.
Cualquier definición u opinión sobre la Vida, sobre uno mismo o los demás, sobre la salud o sobre Dios, encierra una creencia. Se trata de una fantasía, no de una descripción de la realidad basada en hechos verificables a través de los sentidos. Cuando la persona cree en algo, sus comportamientos, su lenguaje, su gesticulación y sus emociones son congruentes con esa creencia. Las creencias son un elemento clave de la estructura profunda. Cambian la vida. Determinan lo permitido y lo prohibido. Condicionan la percepción del mundo y confieren estabilidad. No se puede vivir en el caos. Cuando algo provoca una emoción o sensación, se produce una descarga eléctrica en el cerebro.
Hay que diferenciar entre una realidad de primer orden - una experiencia sensorial con hechos verificables, basada sólo en evidencias - y una realidad de segundo orden - una interpretación sensorial o un impacto emocional -. Cuando no hay evidencias, no hay creencias.
Mediante la autoconciencia, la mente puede utilizar el cerebro para generar "moléculas de emoción" y liberarlas en el sistema.
Referencia: Tratado en BioNeuroEmoción. Bases biológicas para el cambio de conciencia.
Enric Corbera/Montserrat Batlló.
Bibliografía: "La biología de la creencia", Bruce H. Lipton.
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