La depresión, el estrés, o
la ansiedad son cada día más comunes en la sociedad actual. Estos problemas
están lejos de ser una cuestión individual, sino que forma parte de los
mecanismos profundos que permite mantener el actual orden capitalista.
La realidad para una parte importante de la población, especialmente para los
sectores populares, es cada vez más parecida a una distopía. Esto se enmarca
dentro de la lógica que impone el capitalismo por la cual las relaciones
sociales se fundamentan sobre la mercancía, que toma una apariencia mística, y
acatamos sus leyes como si de un Dios se tratase cuando ha sido la humanidad la
que les dio vida. Nos obligan a asumir su existencia como un hecho natural y a
desproveerla de su carácter histórico y social.
Se convierten así las relaciones humanas en “relaciones entre cosas”,
trascendiendo estas últimas el papel humano y elevándose a un nivel superior,
desproveyendo a su vez a la humanidad de su centralidad en el curso de su
propia historia y sustituyéndola por la de la mercancía. Quedan así definidas
las bases de lo que Guy Debord llamó La Sociedad del Espectáculo,
que en otros términos equivale al presente devenir de las sociedades de
producción mercantiles modernas, en las que todo se ha convertido en una
representación de la realidad a través de la mercancía que contemplamos
absortos.
“Toda la vida en las sociedades donde rigen las condiciones modernas de
producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo
que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una representación”,
escribió Debord en su obra "La Sociedad del Espectáculo".
El capitalismo es un monstruo que se devora a sí mismo. Karl Marx planteó en
una conocida cita que el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de
riqueza: la naturaleza y el ser humano. Esto es cierto, aunque a veces
malinterpretado en tan sólo el plano material. Mientras consume a velocidades
de vértigo los recursos materiales y la fuerza de trabajo humana exprimiendo al
límite a sendos proveedores bajo la imperativa orden de la demiúrgica mercancía,
acaba también con la psique humana.
Estrés, ansiedad, depresión y diversas enfermedades mentales crecen
exponencialmente conforme más arraigada está esta macabra lógica en nuestra
existencia. Germinan desde que nuestras vidas son encauzadas a la producción,
en la escuela, en el instituto y universidad. Se alimentan del vacío
existencial y emocional que deja en nosotros el descuidar nuestras verdaderas
necesidades en pos de lo único que importa, la producción desenfrenada, el
crecimiento de mercado y el consumo voraz, de la falta de expectativas reales
que el mundo nos ofrece y del agarrotamiento de la inteligencia emocional que
desatendemos pues no contribuye a los deseos y necesidades del capital.
Se nos incapacita para la búsqueda de una existencia plena, las perspectivas se
atoran y se nos ciega convenientemente como a caballos de guerra, enfocándonos
en una única e indiscutible dirección: la del capital.
Dichas enfermedades no son pues producto del azar, sino consecuencias
irremediables del látigo mercantil que nos gobierna, y a su vez favorecen su
constante reproducción. Este, en la actual etapa del capitalismo, se
materializa en el neoliberalismo económico, que es su forma más desarrollada.
En él se nos infunde la idea de que todos podemos conseguir cualquier cosa si
nos esforzamos para ello, negando la idea de clases sociales, de poseedores y
desposeídos. Esta idea meritocrática se alimentó con mitos como el de Jeff
Bezos, “el chico que inició un imperio en un garaje”, pero hoy en medio de una
crisis histórica del capitalismo y del modelo neoliberal esta idea, ya en sí
falsa, genera profundas frustraciones en la mayoría de los sectores populares
que se culpabilizan de “sus fracasos”.
Se cierra así el círculo. Bajo su yugo enfermamos mentalmente y nos convertimos
en piezas semi- inertes que encajan cada vez mejor en la gran maquinaria de
producción capitalista en la que se ha convertido nuestra existencia,
retroalimentando y reforzando así la rueda de la lógica del capital que nunca
parece parar de girar.
Sin embargo, es en el combate mismo por un mundo en el que podamos desarrollar
libremente nuestra humanidad, en donde también podremos construir una manera
diferente de relacionarnos entre nosotros. Nuestra lucha contra el sistema
capitalista no es solo por liberarnos de las condiciones de miseria material a
la que nos someten, sino también por poder romper en mil pedazos esa rueda que
nos destruye emocionalmente. Por eso como decían la trabajadoras en huelga de
la Fábrica textil de Lawrence en 1912, “ Queremos el pan pero también queremos
las rosas”.
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