Todo el mundo da por leído el Quijote aun cuando jamás haya tenido un ejemplar de esa obra en sus manos, del mismo modo que casi nadie ha leído los Evangelios y sin embargo todos creemos haberlos leído porque conocemos demasiado bien la historia que cuentan, aunque no sepamos cómo: una mezcla de tradición oral, cuadros, películas y procesiones de Semana Santa. Por eso no se puede recomendar la lectura del Quijote apelando a la necesidad de ser culto, ni diciendo que es un libro ineludible, pues todos los libros son eludibles si el posible lector tiene la sensación de haberlos leído ya. Quienes se escandalizan porque alguien les diga “No he leído tal novela, pero he visto la película”, adolecen de un trasnochado puritanismo. Hay muchos casos en que “la película” puede bastar, y suele bastar cuando la obra de la que parte es eminentemente -casi sólo- una narración, pura y simple, algo que también podría haberse contado con otras palabras que las que se emplearon para contarlo. El Quijote tiene una dimensión en la que sus palabras son intercambiables y sustituibles, pues eso es propio de toda novela. Por eso, las razones para leerlo hoy, en sus propias y únicas palabras, hay que buscarlas en aquello que dice y no puede decirse “otra vez” ni “de otra manera”, y que en buena medida es lo que sostiene a través del tiempo las imágenes y los episodios que sí son transmisibles. El Quijote es en su primera parte la historia de una locura decidida, deliberada, determinada por quien la padece, y en la segunda es la historia de esa misma locura no ya aceptada, sino fomentada, querida, propiciada por los demás. Es, por tanto, la historia del deseo de ser otro del que se es (y de su logro), y de la imposición por parte de los demás de que cada uno sea alguien, verdadero o falso, pero sólo uno. El Quijote encierra mucho más, pero sólo por haber tratado de la manera más sutil y compleja esta cuestión vital para todo individuo y toda sociedad, ya merece ser leído hoy. Pues ¿quién, en todo tiempo y lugar, no ha querido ser otro del que es? Y quién no ha temido lograrlo y querer después volver a ser el que fue y dejó de ser? ¿Quién no teme hoy, en suma, las palabras del propio Cervantes? Dijo: “Tú mismo te has forjado tu ventura”.
Javier Marías
Nuestra ventura
El Quijote de Wellestey
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