En general solemos relacionarnos con la adversidad desde la impotencia y el victimismo. Sin embargo, las desgracias tienen la función de despertarnos a lo esencial, fortaleciendo la conexión con nuestra dimensión espiritual.
Este artículo está dedicado a todos aquellos a los que la vida os está poniendo a prueba. A los que os han echado del trabajo. A los que os habéis separado de vuestra pareja. A los que estáis atravesando una dura enfermedad o la está padeciendo alguien de vuestro entorno más cercano. A los que habéis tenido un accidente y seguís convalecientes. A los que habéis perdido a un ser querido. A los que estáis inmersos en una profunda crisis existencial. Y en definitiva, a los que ahora mismo os inunda un profundo dolor y sentís que nada tiene sentido… Las líneas que siguen están escritas, de todo corazón, para todos vosotros.
Hay momentos en que sentimos que no podemos caer más bajo. Pero, ¿cómo sabemos hemos tocado verdaderamente fondo? Muy sencillo: porque o bien nos suicidamos –espero que no lo hagáis– o nos levantamos con la ayuda del suelo. Y es que en última instancia, nadie más puede sacarnos de ahí.
En el instante en que nos ponemos de pie por nosotros mismos, nada nunca vuelve a ser como antes. Los días negros se van llenando lentamente de color y en nuestro rostro vuelve a dibujarse una sonrisa. Por más sufrimiento que ahora mismo estemos sintiendo, es fundamental que no nos rindamos. Ni que tiremos la toalla. Tocar fondo es sin duda uno de los momentos más importantes de nuestra vida. Lo sé por experiencia personal.
LA FUNCIÓN DE LA ADVERSIDAD“La vida nos manda regalos envueltos en problemas”PROVERBIO TAOISTA
La adversidad sucede principalmente porque vivimos dormidos a lo espiritual. Porque no sabemos quienes verdaderamente somos ni para qué estamos aquí. Nuestro ser está secuestrado por el ego. Somos rehenes de un sistema de creencias erróneo y limitante con el que hemos creado un falso concepto de identidad. Todo lo que ponemos detrás del “yo soy” es un sucedáneo ficticio de lo que en realidad sí somos. Y es que no son más que palabras, etiquetas, conceptos ilusorios, engaños del ego… La vida anhela que vivamos nuestra verdadera autenticidad. Que nos convirtamos en quien hemos venido a ser. Y justo por eso, porque nos resistimos a serlo, nos manda ayuda en forma de adversidad.
Metafóricamente, lo que somos es como un diamante. El diamante más bonito del mundo que está enterrado bajo capas y capas de cemento. Un material tan sólido que no se va a romper ni a disolver por sí mismo. Entonces, ¿qué necesitamos para acceder nuevamente al diamante? Pues unas cuantas bofetadas por parte de la vida, que actúa como una black and deckerpara ayudarnos a destruir ese cemento. Para ir abriendo grietas e ir quitando capas hasta conseguir llegar a ese diamante que es nuestro ser.
Lo cierto es que llamamos “adversidad”, “desgracia” o “infortunio” a todo aquello que atenta contra el ideal de felicidad egoíca, cuyo foco está siempre puesto en lo de afuera. Sin embargo, la verdadera felicidad solo tiene una causa: vivir conectados al diamante que reside en nuestro interior: el ser, la esencia, lo que verdaderamente somos… Cabe recordar que la realidad es neutra. No sufrimos por lo que pasa, sino por lo que hacemos con lo que pasa. Los hechos, las situaciones o las circunstancias que acontecen en nuestra vida no tienen valor por sí mismos. Lo que sentimos es producto de lo que pensamos acerca de lo que pasa. Así, lo que tiene valor no es el hecho, sino la interpretación que le damos en nuestra mente y el trabajo interior de sanación que podemos hacer con él.
Además, el trauma (o herida) siempre queda registrado en el ego. De ahí que cuando reconectamos con el ser, el trauma deja de tener poder sobre nosotros. Así, la adversidad es una invitación para dejar atrás la actitud de víctimas para empezar a cultivar la de protagonistas. Y para ello, es fundamental aprender a aprovechar lo que nos sucede en la vida para despertar y vivir sabia y conscientemente, creciendo en felicidad y evolucionando en amor.
¡BUENA SUERTE, MALA SUERTE, ¿QUIÉN SABE?“No existen situaciones desesperadas,sino personas que se desesperan frente a determinadas situaciones”PROVERBIO BUDISTA
Cuenta una historia que había un granjero muy sabio que tenía un caballo. Y un buen día el animal se escapó. Todos sus vecinos se le acercaron apenados y le dijeron: “¡Qué mala suerte!” El granjero, que era muy ecuánime, les respondió: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?” Al día siguiente, el caballo regresó junto con un potro joven y salvaje. Y todos los aldeanos se le acercaron contentos y le dijeron: “¡Qué buena suerte!” Y el granjero nuevamente les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”
Una semana después, el granjero salió a montar con su hijo, que iba encima del potro. De pronto, el joven animal entró en pánico y se levantó con fuerza, tirando al chaval al suelo y provocando que se rompiera las dos piernas. La gente del pueblo fue a visitar al granjero con un enorme pesar y le dijeron: “¡Qué mala suerte!” Y nuevamente, el granjero les respondió: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”
Al cabo de dos meses, estalló una guerra y todos los jóvenes de la aldea fueron reclutados para luchar y morir en dicha contienda bélica. Todos menos el hijo del granjero, que se estaba recuperando de su accidente. Nuevamente los vecinos fueron a visitar al granjero y le dijeron: “¡Qué buena suerte! Se te escapa el caballo y vuelve con un potro salvaje. Al día siguiente tu hijo lo monta, se cae al suelo y se rompe las dos piernas. Y debido a ello se ha librado de luchar y de morir en la guerra. Realmente, ¡qué buena suerte habéis tenido!” Y nuevamente, el granjero, que era un hombre muy sabio y ecuánime, les respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”
EL VIAJE DEL HÉROE“La cueva a la que más tememos entrar es precisamentela que alberga el tesoro que llevamos toda la vida buscando”JOSEPH CAMPBELL
Otra forma metafórica de abordar la manera de superar, aprender y crecer gracias a la adversidad es la que nos propone Joseph Campbell a través de “El viaje del héroe”. De forma resumida, podemos experimentar estas 7 grandes etapas a lo largo de nuestra vida.
- La farsa. Nos resignamos a llevar una vida de segunda mano –vacía, insípida y superficial–, siguiendo el camino trillado por donde circula la mayoría. No nos hemos parado nunca a cuestionar nuestra forma de pensar, la cual es producto de cómo nos dejamos condicionar durante nuestra infancia por nuestros padres y nuestro entorno social y familiar. Nos perdemos en el mundo tratando desesperadamente de llenar el vacío que sentimos por no estar conectados con nuestra verdadera esencia (el diamante). Y mientras más buscamos en lo de afuera –por medio del entretenimiento, la narcotización y la evasión–, más duro y gordo es el cemento que nos separa y aleja de lo de adentro. A pesar de no sentirnos felices ni plenos, nos resistimos al cambio y nos acomodamos en el autoengaño.
- La pérdida. De pronto perdemos algo que llamábamos equivocadamente “felicidad” –como nuestra pareja, nuestros hijos, nuestro trabajo o nuestros bienes materiales–, sumergiéndonos en una profunda crisis existencial. Y dado que le habíamos dado todo el protagonismo a lo de afuera, sentimos que nuestra vida entera se derrumba. Es entonces cuando no es imposible seguir tapando con parches el enorme vacío existencial que sentimos por vivir desconectados del ser.
- La noche oscura del alma. Se trata de uno de los momento más trascendentes de nuestra existencia y deviene cuando llegamos a una saturación de sufrimiento. Es decir, cuando nuestro nivel de malestar es superior a nuestro miedo al cambio. Es entonces cuando dejamos de estar cómodos en nuestra zona de confort, abriéndonos a la posibilidad de explorar con valentía lo nuevo y lo desconocido. Más que nada porque sentimos que no tenemos nada que perder.
- Medicación, suicidio o transformación. Existen dos formas muy diferentes de afrontar la adversidad. La primera es sin duda la más común y mayoritaria. Y básicamente consiste en adoptar el papel de víctimas, tomando la decisión de medicarnos o, en casos extremos, suicidarnos. Cada año se quitan la vida 800.000 personas, según la Organización Mundial de la Salud. Es decir, 2.191 cada día y 91 cada hora.Sin embargo, existe una segunda opción: la revolucionaria. Se trata de afrontar las desgracias y los infortunios con estoicismo. Es decir, con fortaleza, serenidad, aceptación y resiliencia, entrenando así nuestro espíritu de superación. Es entonces cuando cuestionamos nuestras viejas creencias, valores, prioridades y aspiraciones, cuestionando así nuestro falso concepto de identidad. De este modo va cayendo el cemento hasta que solo queda lo esencial: ese diamante que siempre ha estado ahí y que nunca va a desaparecer.
- El despertar espiritual. A través de un proceso de autoconocimiento e introspección, finalmente nos levantamos con la ayuda del suelo y salimos del pozo más fuertes, más sabios y más conscientes. Metafóricamente podemos decir que hemos vencido a nuestros demonios internos, venciendo así a nuestro propio ego. Es entonces cuando experimentamos un proceso alquímico. La ignorancia se convierte en sabiduría. Y el sufrimiento en felicidad. Nos sentimos en contacto con el ser, reconectando con así nuestra dimensión espiritual. Experimentamos lo que muchos llaman un ‘despertar espiritual’.
- El cambio de paradigma. Poco a poco todo comienza a cobrar sentido y nuestra vida adquiere un nuevo significado. Por medio de este ‘clic existencial’ experimentamos un profundo cambio de actitud y de mentalidad frente la vida, pasando de darle protagonismo a lo de afuera para empezar a valorar más lo de adentro. De lo superficial a lo profundo. De lo accesorio a lo esencial. De lo material a lo espiritual. Del ego al ser.Y cuando este viaje concluye, despertamos del sueño en el que estábamos inmersos y descubrimos el auténtico propósito de nuestra vida: aprender a ser felices y amar, creciendo en consciencia y evolucionando en sabiduría para desarrollar al máximo el potencial innato que trajimos con nosotros al nacer.
- El agradecimiento. Este viaje del héroe culmina en el momento en que apreciamos que nuestra vida ha cambiado porque nosotros hemos cambiado gracias a todo lo que hemos aprendido a raíz de la desgracia que ha tocado vivir… Así, sentimos un inmenso agradecimiento por lo que hemos aprendido de la adversidad. De hecho, descubrimos que la vida no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos para aprender y convertirnos en quienes estamos destinados a ser. Y esta certeza llena nuestra mente y nuestro corazón de confianza.
Por todo ello, la adversidad es una gran maestra cuya función es recordarnos que la verdadera felicidad reside en nuestro interior y solo depende de nosotros mismos cultivarla. Si a día de hoy no sabemos ser felices por nosotros mismos y nos estamos conformando con parches y sucedáneos, que sepamos que la vuelta de la esquina de nuestra vida nos está esperando esa gran dama de la transformación llamada adversidad. Buena suerte. Mala suerte. ¿Quién sabe?
Este artículo es un resumen de la conferencia “La adversidad fortalece el espíritu” impartida por Borja Vilaseca
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