Hay algo infinito en mi que desea expresarse.
Desea escribir las mejores páginas.
Desea ardientemente hacer el mejor trabajo.
Preparar las mejores comidas.
Entrenar este cuerpo con vigorosos ejercicios día y noche.
Hasta convertirlo en una formidable máquina física que despierte la admiración del mundo.
Esta ambición infinita no es mía.
Simplemente permito que habite en mi.
Es la gran voluntad que requiere a lo pequeño para realizar su destino.
La gran voluntad le da esa persistencia infinita a la hormiga, a la abeja, a las aves migratorias que vuelan semanas atravesando miles de kilómetros.
Permite que la grandeza se apodere de tu pequeñez.
Deja que la divinidad sea el motor de tu existencia.
Porque si no permites su acceso el ego se ocupará de tu vida.
Con sus miedos, sus complejos, sus dramas, sus fatigas y una vida de esfuerzos.
Para llegar a ser "alguien en la vida".
No necesitas llegar a ser algo.
Porque ya eres grande.
Pero le temes a la grandeza.
Y no permites que entre en cada bocanada de aire fresco.
En cada bocado de alimento de alta calidad biológica.
En cada pensamiento de grandeza.
En cada acto realizado con excelencia.
La voluntad infinita es algo que se puede respirar.
Algo que todos los seres vivientes de todas las dimensiones y de todos los universos emplean como combustible divino.
Excepto algunas personas educadas por antiguos sistemas de creencias.
Que nos hacen confundir grandeza con soberbia.
Y pobreza con humildad.
Pero este hábil sistema de bloqueo.
Es parte del drama de la creación.
Porque sólo el que olvida y sufre por su olvido.
Se maravilla y alcanza la gloria.
Cuando le llega la hora de recordar.
Y esa rueda de agonía y gloria.
Se repite una y mil veces.
Porque es el juego más fantástico de la creación.
Un juego que tu y yo estamos jugando en este preciso momento, aunque no lo creas, no lo aceptes o te parezca un cuento de hadas.
-Martín Macedo-
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