Todos tenemos una cueva oscura, llena de secretos, tabúes y mezquindades. Una oscuridad latente que nos esforzamos por ocultar en lo más hondo de la mente, saboteándonos sutilmente para mostrar solo La Luz, sometidos a una sonrisa cuando realmente queremos llorar.
Esas conductas techadas de “malas” forjan en nuestro interior la dualidad que da lugar a una identidad separada de su propia realidad. Es un esfuerzo de ser lo que no se es entre la culpa y él deber, para cumplir con el autoconcepto que se ha creado como consecuencia de la herencia inconsciente. Un software que nos lleva a jugar el rol de cómo deberíamos ser y qué esperan los demás de nosotros, dejando nuestras propias necesidades para las sobras. Leyes escritas en las paredes de esa cueva como: “quererse a uno mismo es de egoístas”, impiden la reconciliación con nosotros mismos.
Cuando aceptamos la parte “mala” de nuestro mundo interno y caminamos por la cuerda floja entre culpa y obligación, encontramos la libertad. Las cadenas se rompen al recuperar el poder que cayó en el olvido de esa cueva oscura, el don de la decisión.
Cuando abrazas la oscuridad esta ya no te domina y siempre puedes decidir quién quieres ser y qué quieres hacer. Entonces los problemas son lecciones, los conflictos son aprendizajes y el dolor es sanación.
De la luz nace la oscuridad y de la oscuridad nace La Luz. Rescata a tu yo oscuro de la represión y libera la sombra. Un Ying y Yang en equilibrio donde la luz ilumina la oscuridad y la oscuridad permite que la luz brille. Así la oscuridad de la herida también es la ventana por la que entra La Luz
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