domingo, 25 de agosto de 2019

El egocentrismo está de moda, y no, no todo gira a tu alrededor

El egocentrismo está de moda, y no, no todo gira a tu alrededor. 

Un poco de psicología y una metáfora cósmica bastan para entenderlo.
El egocentrismo consiste en centrarnos en nosotros mismos, un ensimismamiento que, llevado a sus últimas consecuencias, nos aísla de la colectividad.
No obstante, en los seres humanos el egocentrismo es un rasgo innato que se desarrolla conforme crecemos, como demostró brillantemente el psicólogo Jean Piaget.

¿Esto significa que somos ególatras por naturaleza? No exactamente.

En un experimento –mal comprendido por sus contemporáneos–, Piaget demostró que los niños son incapaces de inteligir una perspectiva que no sea la suya, es decir, no pueden salir de un ensimismamiento innato, mismo que desaparece paulatinamente mientras crecen y desarrollan otras nociones y percepciones.
Los niños –aproximadamente hasta los 4 años de edad– no pueden mirar a través de los ojos de otros: los demás son sencillamente incognoscibles para ellos. Pero al crecer van descentralizando su psique y con ello, su ego. Comienzan a entender el medio que les rodea y desarrollan la empatía, pues finalmente pueden comprender eso otro que había permanecido en una especie de tiniebla cognitiva para ellos.
Así, Piaget probó que el egoísmo es innato, por lo menos a nivel psíquico, pero que forzosamente tiene que desaparecer o descentrarse con el tiempo, pues somos seres sociales.
Aunado a esto, el egoísmo tiene explicaciones neurocientíficas: se ha comprobado que el giro supramarginal, que estructura la empatía, no termina de desarrollarse sino hasta la adolescencia. Así que Piaget tenía razón al decir:
La lógica de las relaciones es inmanente a toda actividad intelectual; cada percepción y cada concepción forman juntas nuestras relaciones afectivas.
No obstante, la sociedad moderna se encargó de erigir una especie de supraegocentrismo que se ha convertido en una forma de ser en nuestra época contemporánea.
El egocentrismo como una práctica que nos viene del exterior; una moda o incluso un valor altamente apreciado (cuidar de sí mismo, la autoestima exacerbada) que ha derivado en un culto al individuo, donde todo gira alrededor de la persona: única e indivisible, centro de sí misma pero también, y paradójicamente, del mundo entero.

Es aquí donde una metáfora cósmica puede hacernos comprender cómo, siendo parte de un todo, podemos ser su centro, y que esta es la única forma de no ser insignificantes.

Si esto es difícil de comprender es porque, al parecer, así funciona el universo…

Somos y no somos el centro del universo

Existe una teoría física que sostiene la posibilidad de la infinitud del universo, con base en dos principios: primero, que el Big Bang no fue una gran explosión que dio comienzo al espacio, sino la expansión de éste, misma que sigue hasta ahora –como puede verse en la expansión milimétrica que tiene lugar todo el tiempo en el cosmos, y que fue descubierta por Edwin Hubble–. Si no hubo un principio, ¿hay un final?
Esto lleva al segundo principio que explicaría la infinitud del universo: la relatividad. Es en la unión del espacio-tiempo donde la luz es lo único absoluto. Según esta teoría, la percepción de un punto dado por ejemplo, tú es lo único capaz de otorgar validez a la realidad observada.
De esta forma, el universo es infinito y en esa infinitud, cualquier observador puede ser su centro. Pero a su vez, esa centralidad es dependiente de que exista el cosmos y, con ello, todos los demás seres. Sólo podemos ser el centro de algo más, y únicamente en tanto esa centralidad se base en el hecho de que cualquier otro puede ser –u objetivamente es desde su propia experiencia– el centro del universo tanto como tú.
Así que no todo gira a nuestro alrededor… por lo menos, no todo el tiempo. La centralidad se descentraliza (y viceversa) todo el tiempo, en nosotros como en el cosmos. Tal es un acontecer intrínseco tanto a la psique humana como a las leyes del universo. Así, la convivencia está regida por una infinita simbiosis entre el uno y el todo.
La conclusión inevitable es que todos somos importantes en esta trama universal, y que el egocentrismo como individualismo debe ser suplantado por una empatía y solidaridad de talante cósmico.
Sandra Vanina Greenham Celis

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