En la oficina de Chomsky en el em –ai – ti, como en Estados Unidos se conoce al prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts, en la localidad de Cambridge, trabajan dos personas, Beverly y Anthony. También hay un perro. ¿Será de Chomsky? Al fondo, está su despacho. Una luz baña una planta que alguien cuida con esmero. El legendario profesor convive con una suntuosa montaña de papeles que sepultan la mesa. No parecen papeles olvidados: da la impresión de que trabaja en todos esos documentos al mismo tiempo. Nos sentamos en una mesa redonda, al lado de su escritorio. Parece ser la de las visitas. Ésta está prácticamente desnuda, nada tiene nada encima, a excepción de un par de vasos de agua. Chomsky sonríe con una amabilidad inmensa. Nos deja claro que no tiene ninguna prisa.
Hablamos sobre los mercados y la crisis que ha convulsionado el mundo. Ya se han escrito miles de libros y un número incontable de artículos periodísticos sobre el tema, se han realizado decenas de documentales y unas cuantas buenas películas, incluso se ha llevado a escena alguna obra de teatro. Pero el debate continúa y queremos saber cuál es la visión del más célebre y crítico pensador de Estados Unidos.
«Me asombró que los economistas no pudieran verlo. Había una gran burbuja inmobiliaria. Quizá existían mil billones de dólares de dinero completamente falso. No había base. Los precios de las casas subían más allá de cualquier regla básica. Pero los economistas estaban tan cautivados con las hipótesis del mercado eficiente que no pudieron ver lo que se avecinaba. En las transcripciones de la Reserva Federal de 2007, se puede leer que los economistas dijeron que si había un problema con las viviendas, el mercado se encargaría de ello. Pero no lo hizo. Y en países como España fue mucho peor que aquí. En 2007 a España le iba muy bien. Tenía un presupuesto equilibrado. No había un gran déficit. Pero los bancos españoles se volvieron locos, aunque eso pasaba en todo el mundo por entonces. No sólo han sido los bancos españoles, también los alemanes y los prestamistas, que comparten esa responsabilidad».
Y dónde queda entonces la responsabilidad del ciudadano: ¿no vivíamos los españoles, como tantas veces se ha dicho, por encima de nuestras posibilidades? Chomsky levanta un poco la barbilla y desaprueba la afirmación que subyace en la pregunta. «No. La gente vive con lo que tiene. Si usted tiene una casa y el precio se pone por las nubes, usted va a pensar que es pudiente. A menos que investigue más allá de lo que pueden investigar los economistas o la Reserva Federal. Pero no se puede esperar eso de una persona que está trabajando ocho horas al día», argumenta.
Errores del sistema
«Los economistas estaban tan cautivados con las hipótesis del mercado eficiente que no vieron lo que se avecinaba»
Chomsky pone el foco en el sistema financiero internacional.«Los bancos españoles, los alemanes, los ingleses, todos participaron. Se volvieron locos. Era un disparate. Con los préstamos, las inversiones. Hubo todo tipo de euforias ante la magnificencia de los mercados. Y por supuesto llegó un momento en el que todo se estrelló. Cuando ocurre esto, lo que pasa es que se rescata a quienes lo han provocado. Se salva a los bancos y el pueblo paga cuando no es responsable. Como ya he dicho, no son sólo los bancos españoles. Estuve en Irlanda hace un par de años, y tenían un gran entusiasmo por convertirse en el país más rico del mundo. Cuando fui a Islandia pasaba lo mismo: también querían ser el lugar más rico del mundo. En Islandia, que es casi el único sitio donde no se rescató a los bancos, obligaron a los acreedores a pagar. A los bancos no les gustó, de hecho intentaron sacar a Islandia del sistema internacional. Pero, en España o en Irlanda, los autores de la crisis han sido rescatados. Aquí también. Y ahora los que han creado esta crisis son más ricos y más poderosos que nunca. El Gobierno anunció, a través del Departamento de Justicia, que no van a juzgar a uno de los mayores bancos en el mundo, HSBC, del que se ha descubierto que estaba lavando dinero procedente de drogas y terrorismo. Usted y yo estaríamos en la cárcel para siempre. Pero, con ellos, han dicho que eso de está bien, habéis ganado, sois demasiado grande para ser juzgados. Y la gente es la que paga».
Austeridad total
Chomsky se suma a esa corriente de pensamiento que cree que la medicina de la austeridad acabará por minar la salud del paciente. «La troika cumple una función ante la presión del Bundesbank [banco federal alemán] de imponer políticas que son totalmente destructivas. Estas políticas de austeridad en la época de la recesión no tienen sentido ni para la economía ni para la sociedad. Va a evitar el tipo de crecimiento que podría sacarnos progresivamente de la crisis. El caso más dramático es Grecia, un país que prácticamente se está destruyendo».
Chomsky reflexiona también sobre la situación que atraviesan los países del Sur de Europa y se aleja de quienes defienden una salida de la eurozona dado que, en su opinión, «tendría un gran coste» para todos. «Una opción menos extrema sería que los países de la periferia, los que más están sufriendo realmente -Grecia, España, Irlanda, Portugal, quizá Italia- se consolidasen de alguna manera. Que se conviertan en un grupo de presión para cambiar las políticas y conseguir más estímulo. En 1953 la República Federal Alemana se encontraba en un caos total, se estaba derrumbando. Había deuda, no había producción. Y recurrieron a Europa para que les rescatase. Europa lo hizo. Se convirtieron en un país rico. Ocurrió, de nuevo, algo parecido durante la unificación».
El diagnóstico está claro: el sistema ha sufrido los excesos de la banca. Y la medicina –según Chomsky- no puede ser la austeridad total.¿Hacia dónde deben dirigen entonces las democracias liberales? ¿Cuál es el modelo que debemos construir? «La primera pregunta que debemos hacernos es si realmente vivimos en un sistema capitalista. Existe una mezcla de sistema de mercado e intervención del estado. A veces, esta intervención es masiva. Algunas de las intervenciones son tan obvias que no se nos pueden escapar, como es el caso del rescate a los bancos. Si miramos los años 50 y los 60, durante el gran período de crecimiento, no había crisis financiera. Por un motivo: las regulaciones del New Deal tenían otra misión social, es decir, los bancos eran bancos, lugares donde se ponía el dinero y se lo prestaban a terceros. Funcionaba. Pero no había bancos internacionales. Cambió mucho en los años 70. Entonces, los bancos se convirtieron en su mayoría en lugares como Goldman Sachs o JP Morgan. Es decir, tenían –y tienen- depósitos pero la mayor parte de su actividad consiste en jugar con el dinero. Además, saben que son demasiado grandes para caer. Lo saben. Eso incentiva el riesgo. Se multiplican transacciones arriesgadas para tener muchas ganancias. Y cuando se derrumban, arrastran todo el sistema con ellos. Y al final el contribuyente viene y te rescata. Eso es un seguro de accidentes. No sólo significa que pueden hacer lo que quieran, sino que consiguen mejores calificaciones de crédito porque las agencias saben que se les van a rescatar. Así, pueden conseguir préstamos más baratos y ganar mucho dinero con ello. Un estudio del FMI demuestra que los beneficios de los grandes bancos están conectados con las políticas publicas que protegen a esas entidades que son demasiado grandes para caer. Esto, finalmente, significa que los contribuyentes han pagado a estas instituciones para ayudar a destruir la economía. Y esto no es la ley de la naturaleza».
Una llamada a la acción
Durante la conversación el filósofo más prestigioso de Estados Unidos retrata las virtudes que, a su juicio, han tenido los movimientos ciudadanos que han surgido por todo el mundo: desde la versión española y sus pioneros Indignados hasta la plataforma Occupy Wall Street en Estados Unidos. Todos estos movimientos se ha convertido en un gran agente de presión que demanda más transparencia.
«Antes de Occupy Wall Street la desigualdad no era un asunto en la agenda nacional»
«No creo que sea preciso decir que no funcionan. Creo que han provocado un efecto. Incluso las dictaduras -y no estamos hablando de dictaduras- tienen que prestar atención al ánimo popular. Ha habido una reacción. Como en España y en Europa. Y así el Banco Central Europeo se ha movido hacia políticas más constructivas. Es verdad que no son suficientes, pero ha habido algunas y creo que son, en buena parte, el efecto de movimientos como los Indignados. No se puede eliminar el contrato social en Europa si hay suficiente presión. Y en Estados Unidos el movimiento Occupy tuvo un efecto significante: cambió el discurso nacional de forma radical. Antes de eso la gente sabía que había desigualdad, por supuesto, pero no era un asunto en la agenda nacional. Ahora todo el mundo tiene que hablar de ello. Afecta a las políticas. Y, por supuesto, estos movimientos están haciendo cosas de forma específica, como ayudar a la gente con los embargos».
Chomsky el iconoclasta
El lugar donde se celebra la entrevista, el Insti
tuto de Tecnología de Massachussets (MIT), es una institución que rezuma prestigio y por cuyo claustro han pasado nada más y nada menos que 79 premios Nobel. En este contexto, quizá el discurso iconoclasta que -junto a sus exitosas teorías semióticas- convirtieron Chomsky en una celebridad, sólo pueda entenderse como un intento de transformar el sistema desde dentro. Pocos altavoces en el mundo académico internacional son tan poderosos como el MIT y ni que decir tiene que el profesor es perfectamente consciente de ello.«Hay mucha ironía en cómo funciona todo esto. Recuerdo que durante los 80 se podría decir que Estados Unidos estaba en guerra con Nicaragua. Y yo tenía una hija allí, y era muy difícil ponerse en contacto con ella. Entonces estaba el precursor de Internet, llamado Arpanet, que era una red del Ejército. Alguien lo tenía en el MIT. Y así mi hija y yo nos pudimos comunicar gracias al Pentágono mientras Estados Unidos atacaba Nicaragua», señala Chomsky, cuyos alegatos antibelicistas –desde Vietnam hasta Irak- siempre prendieron como la pólvora entre la opinión pública y cuya primera misión dentro del MIT fue expandir un laboratorio de resistencia -«no de protesta, sino de resistencia», enfatiza- durante los años en los que precisamente el Pentágono era el principal financiador de esta Universidad.
Noam Chomsky
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