Hay una felicidad finita y una felicidad infinita.
Hay una riqueza finita y una riqueza infinita.
Y una salud finita, limitada e inestable y una salud infinita.
¿Por qué conformarse con este mundo finito, temporal, donde hay que competir porque no hay suficiente para todos?
Las personas se pelean hasta por un asiento en el bus.
Los hermanos se pelean por el dinero de la herencia.
Los animales se pelean por un trozo de carne o por un hueso.
Los hombres se pelean por una mujer o varias mujeres se pelean por un hombre.
Mientras vivamos en este mundo finito, temporal siempre habrá límites e infelicidad.
En este mundo finito la felicidad es imposible, salvo unos fugaces destellos que duran eso; como un estrella fugaz.
Ohsawa y otros grandes maestros iluminados comprendieron que no vale la pena plantar su residencia en el mundo finito y por esa razón se mudaron al mundo infinito.
En el mundo infinito sí vale la pena residir.
Allí no hay peleas, ni rivalidades, porque hay tanto que hasta se puede regalar todo lo que se desee y aún así seguirá habiendo más.
Porque en el infinito está la verdadera abundancia, la verdadera salud y la verdadera belleza.
Vale la pena dedicar una vida entera a descubrir la llave de acceso a esta dimensión donde la felicidad es infinita.
Una vez que uno visita este mundo, comprende que allí está la verdadera vida, la verdadera salud y la verdadera libertad.
Pero lo más interesante es que nuestra parte más densa sigue viviendo aquí.
Y eso es lo más difícil de entender.
Vivimos en los dos mundos a la vez.
Cada noche nos vamos a nuestra residencia en el infinito.
Y allí nos movemos a una velocidad instantánea, y todo es posible porque no hay ningún tipo de límites.
Pero luego despertamos a esta realidad finita y concluimos que aquella es sólo una ilusión.
Y le restamos valor.
Así quedamos presos física y mentalmente en la realidad finita y extremadamente pobre y carente.
Y por eso esa necesidad compulsiva de competir para asegurarnos nuestro trozo de pan o un poco de ropa para cubrirnos y el tan ansiado techo donde sentirnos protegidos.
Y les enseñamos a nuestros hijos a que sean luchadores y estudien para que en el futuro no se queden pobres y experimenten la miseria.
El miedo a la pobreza los obliga a estudiar y trabajar en actividades que no aman.
Pero los maestros espirituales que ya tienen la doble residencia, nos enseñan el truco para escapar del mundo finito y acceder a las riquezas infinitas del mundo infinito.
Nos enseñan esta sabiduría y lo hacen porque eso los hace felices.
Nos enseñan que el mundo infinito es expansivo (yin) y que el mundo finito es contraído (yang).
Y que para poder acceder a la expansión infinita es necesario expandir la conciencia, abrir la mente y soltar las ideas rígidas sobre la realidad, la lucha por la supervivencia y el predominio del más fuerte.
No podemos ver el infinito con los ojos finitos.
Sólo podemos acceder al infinito con la comprensión de lo sutil, pero no es una comprensión racional sino una comprensión intuitiva.
O sea que hay que preparar el cuerpo para poder percibir el infinito.
Si nuestro cuerpo está demasiado yang por una ingesta diaria de proteína animal ("alto valor biológico") no tendremos la capacidades psíquicas lo suficientemente refinadas para percibir la belleza del mundo infinito.
Ese el el mayor perjuicio de comer tantos alimentos animales.
Y la mayor parte de la gente así lo hace; cree que los necesitan para ser fuertes y para tener salud.
Ello tiene su lógica, el problema es la cantidad y la proporción.
Hasta cierto punto un poco de alimento animal nos proporciona fuerza y calor (yang).
Pero en cantidad nos vuelve duros y rígidos y así perdemos la sutileza para percibir la ruta de acceso al infinito.
No hay paciencia, ni constancia ni fe suficiente para recorrer el camino.
Nuestro cuerpo debe ser como una brújula.
Muy sensible, muy delicada en sus movimientos.
Si las agujas se vuelven gruesas y duras no podrán indicar con precisión el norte, la puerta de entrada al mundo infinito.
Lo que parece una contradicción, porque con nuestro cuerpo finito debidamente sutilizado a través de una alta calidad biológica, accedemos a la vida infinita.
Lo finito se convierte en el vehículo hacia el infinito.
Pero este cuerpo debe estar construido con los mejores materiales de la misma forma que la brújula no puede hacerse con plásticos o metales de descarte.
Por eso es tan importante la nutrición.
Para convertirnos en brújulas vivientes, capaces de hallar fácilmente la ruta hacia la libertad.
Y entonces los demás se preguntarán: ¿cómo lo hizo?
¿Cuál es el secreto?
Y por eso estudiamos macrobiótica.
No es una dieta para curar enfermedades difíciles.
Sino un entrenamiento para crear nuevos cuerpos capaces de moverse a sus anchas en ambos mundos y gozar de lo mejor de ambos mundos.
-Martín Macedo-
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