jueves, 7 de octubre de 2021

El vicio impune

 ¿Cómo hago para leer tantos libros? No es la primera vez que me lo preguntan. Y cada vez que he respondido, he ofrecido una respuesta distinta según el estado de ánimo en que me hallara, el libro que estuviese leyendo o, simplemente, lo primero que se me viniera a la mente. Después de todo, leer es como hacer el amor: el grado de disfrute o satisfacción está directamente relacionado con quién lo haces, el lugar y el momento; si estás enamorado o no, si lo haces por compromiso u obligación o como algo meramente mecánico, rutinario. Con los libros es exactamente lo mismo. Yo, por ejemplo, cada vez que leo o releo a Thomas Mann, Tolstói o Dostoievski siento que me enamoro más de ellos, que mi vida está indisolublemente unida a sus libros y que no hay manera de poder soportar la existencia misma sin su permanente compañía. Casi lo mismo que nos ocurre con nuestras novias o esposas. En cambio, cuando tengo que repasar algunos textos para preparar una clase, seleccionar las lecturas obligatorias del semestre o leer libros (algunos francamente malos) que me piden reseñar, la pereza me gana, el aburrimiento me domina y no me faltan excusas para zafar cuerpo y correr a los brazos de mi amante, generalmente una buena novela. Sin embargo, alguien atento podrá objetar que eso responde el porqué, más no el cuánto, que estoy tratando de esquivar elegantemente la pregunta, y no le faltará razón. Y es que la respuesta no tiene nada de romántica o idílica. ¿Cómo hago para leer tantos libros? Pues, muy sencillo: tengo el trabajo atrasado, ideo pretextos para no asumir nuevas tareas u obligaciones, le miento descaradamente a mi mujer para no ayudarla en las tareas de la casa, me invento enfermedades, me declaro viejo y achacoso para hacer esto o aquello, y lo que resulta más condenable: dejo de compartir tiempo con los amigos, la familia y hasta con mi propio hijo por enfrascarme en la lectura de un nuevo libro. Y como si eso fuera poco, tengo la tarjeta de crédito sobregirada, le debo a medio mundo y mis libreros más íntimos me siguen fiando porque es la única manera que tienen de asegurarse de que vuelva y no desaparezca. Más que admiración, lo que mi conducta (o mi método para leer tanto) debería causar es repulsa, condena, reprobación. Podría alegar que no todo es culpa mía, que Kafka es el culpable, Borges el irresponsable que me metió en todo esto y Zweig el jefe de la banda, pero sería una descarada mentira. ¡Estoy podrido de literatura! Así que ya saben, no existe un secreto para leer muchos libros, solo una actitud. ¡Actitud! ¡Actitud! ¡Actitud! Una decidida y firme actitud de querer leerlo todo, contra todo y pese a todo. Lo demás, son excusas. Que disfruten su próxima lectura.

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