Los grandes líderes de la historia, como Gandhi, Luther King o Mandela, comparten una misma esencia: el haber emprendido un viaje de autoconocimiento para convertirse en la mejor versión de sí mismos.
Es muy fácil protestar por el funcionamiento del sistema capitalista. Basta con abrir la boca y decir lo que pensamos. Es muy fácil quejarse por la manera en la que se crean y se gestionan las empresas. Basta con abrir los ojos y reparar en lo que vemos. Es muy fácil criticar y juzgar la actitud de nuestro jefe. Basta con abrir los oídos y escuchar la forma en que nos habla. Es muy fácil lamentarse por el comportamiento de nuestros compañeros. Basta con estirar el brazo y señalar sus errores y defectos.
Es tan fácil protestar, quejarse, criticar, juzgar y lamentarse que todos sabemos cómo hacerlo. Basta con adoptar el rol de víctima y creer que el mundo es un lugar injusto, en el que la culpa de nuestros conflictos y sufrimientos la tienen los demás. Pero esta actitud es ineficiente. No en vano, existe una ley en psicología que afirma que «lo externo es siempre un reflejo de lo interno, pues lo que se observa es en realidad una proyección del observador».
Lo reconozcamos o no, somos co-responsables de que la economía sobre la que se asienta nuestra existencia sea tal y como es. De hecho, con nuestra manera de ganar, de gastar, de invertir y de ahorrar dinero apoyamos y validamos el capitalismo cada día. No es la tierra lo que pisamos, sino un sistema monetario, donde por medio del capital las naciones y los seres humanos estamos interconectados.
ASUMIR NUESTRA PARTE DE RESPONSABILIDAD
«El mundo entero se aparta cuando ve pasar a alguien que sabe hacia dónde va.»
(Antoine de Saint-Exupéry)
Con respecto a las empresas, si no fuera por ellas no habría empleo. Y sin éste, careceríamos de ingresos con los que cubrir nuestras necesidades básicas. Más allá de cuáles sean nuestras circunstancias sociales y económicas, fichamos cada lunes en la oficina por elección propia. Además, mediante el consumo diario de productos y servicios permitimos la subsistencia de miles de compañías. Es cierto que vivimos condicionados por la publicidad y el marketing, pero nadie nos apunta con una pistola para saciar nuestros caprichos y deseos.
Y en cuanto a nuestras relaciones laborales, solemos quejarnos del trato que recibimos por parte de nuestro jefe y nuestros compañeros de trabajo. El egocentrismo nos lleva a victimizarnos cuando estos nos presionan y nos faltan al respeto. Pero ¿no es cierto que en ocasiones tratamos a otras personas de la misma manera? Lo curioso es que cuando presionamos y faltamos al respeto a los demás, siempre encontramos una razón de peso que lo justifique. Al vivir de forma inconsciente, en demasiadas ocasiones no nos damos cuenta de que «vemos la paja en el ojo ajeno sin reparar la viga que hay en el nuestro».
Eso sí, al observar el actual escenario socioeconómico, todos estamos de acuerdo en un mismo punto. La mayoría nos lamentamos por la falta de líderes, por la ausencia de referentes y, sobretodo, por la decadencia de valores que padece ahora mismo la sociedad. Esta percepción generalizada pone de manifiesto que estamos en contra de muchas cosas, ¿pero a favor de qué nos posicionamos? Y tal vez más importante: ¿quién asume la responsabilidad de convertirse en el cambio que quiere ver en el mundo? Ni más ni menos que un líder. Es decir, cualquier ser humano que ha descubierto que para cambiar el mundo hemos de comenzar mirándonos en el espejo.
Más que nada porque el cambio de mentalidad de la mayoría de individuos es lo que promueve la transformación de las empresas y del sistema. La esencia del liderazgo radica en esta toma de consciencia. A partir de ahí, comienza un proceso de aprendizaje y evolución personal, que pasa por responder a través de la propia experiencia las tres grandes preguntas existenciales: ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Y ¿hacia dónde vamos?
LIDERARSE A UNO MISMO
«El primer paso para ser un líder consiste en aprender a liderar tu propia mente.»
(Dalai Lama)
La primera pregunta alude a la necesidad de cuestionar el condicionamiento sociocomercial que nos ha sido impuesto. Es decir, indagar acerca de la veracidad o falsedad de las ideas, normas y dogmas que forman parte de nuestro sistema de creencias. No obstante, lo que creemos rige nuestra toma de decisiones y nuestro comportamiento. Para saber si estamos funcionando en base a creencias limitadoras hemos de ver qué resultados estamos cosechando en nuestra vida. El malestar, la insatisfacción, el vacío existencial y el sufrimiento son los indicadores más fiables de que nuestro sistema de creencias está contaminado por ideas falsas. Es entonces cuando nos comprometemos con encontrar la respuesta a la segunda pregunta, una indagación más conocida como «la crisis de los 40».
A esa edad muchas personas deciden tomar las riendas de su vida. De ahí que se atrevan a enfrentarse a sus miedos y carencias, cuestionándose a sí mismos, a la máscara bajo la que se han protegido para ser aceptados como individuos «normales» por la sociedad. En este punto suele surgir cierto interés por el autoconocimiento y el desarrollo personal, cuya finalidad es reconectar con nuestra verdadera esencia, con los valores que tal vez hemos marginado.
Al aprender a liderarnos a nosotros mismos, estamos preparados para liderar a los demás. Por eso los auténticos líderes terminan comprometiéndose con contestar a la tercera pregunta, descubriendo su propósito en la vida. Y es que el sentido de nuestra existencia no sólo alude a la manera en la que nos «sentimos», sino también a la «dirección» que decidimos darle. Así, no es casual discernir que los verdaderos líderes siempre dedican sus vidas al servicio de los demás, impulsando proyectos que realmente beneficien a la sociedad. Y aunque pueda sonar utópico e idealista, el primer paso para ser líder consiste en abrir el corazón y seguir los dictados de lo que sentimos.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en el suplemento ‘Negocios’, de El País, el pasado domingo 11 de abril de 2010
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