miércoles, 3 de marzo de 2021

Encuentra tu lugar en el mundo

 El Máster en Marca Personal es un viaje de autoconocimiento y reinvención profesional para que encuentres tu propósito y sepas cómo darte a conocer para dedicarte a aquello que verdaderamente te apasiona.

Puede que no lo veas, pero en estos momentos me estoy “quitando el sombrero” al tiempo que te hago una reverencia en señal de respeto. En una sociedad gobernada por la inconsciencia y el victimismo, es un privilegio compartir estas líneas con personas responsables y motivadas como tú.

Felicidades por considerar la posibilidad de reinventarte profesionalmente. Y enhorabuena por entender que culminar este proceso de aprendizaje pasa –irremediablemente– por saber quién eres y para qué sirves, aprendiendo a comunicar al mundo lo que ofreces con autenticidad.

Como bien sabes, la sociedad está inmersa en un profundo cambio de paradigma. Somos una generación de transición entre dos eras: la industrial/analógica y la del conocimiento/digital. De ahí que para sobrevivir y prosperar no nos quede más remedio que salir de nuestra zona de comodidad, cuestionando las viejas creencias y consignas con las que fuimos condicionados. En caso de no hacerlo, pronto quedaremos obsoletos y nos quedaremos fuera del nuevo mercado laboral.

Y es que el mundo para el que fuimos educados ha dejado de existir. Las reglas del juego económico y profesional han cambiado. Dado que en general no creemos en nosotros mismos y estamos tiranizados por el miedo, lo único que vemos ahí afuera es el reflejo de nuestras propias limitaciones. Sin embargo, ahora mismo existen un sinfín de alternativas y oportunidades para mejorar nuestra situación laboral y económica. El reto consiste en saber detectarlas y aprovecharlas.

Lo cierto es que el sistema educativo industrial nos preparó para superar la prueba de la selectividad, pero no para desarrollar la autoestima, la confianza, la inteligencia, el talento, la imaginación y la creatividad. Y por si fuera poco, a los 18 años, en plena adolescencia y completamente perdidos en el arte de vivir, nos hicieron elegir qué carrera estudiar. A su vez, nos creímos que cursar una licenciatura nos proporcionaría un empleo seguro y estable para toda la vida. ¡Qué equivocados estábamos!

Así fue como la mayoría entramos en el mercado laboral, de forma reactiva, buscando desesperadamente firmar un contrato indefinido con alguna empresa que nos liberara de la ansiedad generada por la incertidumbre. Y de pronto nos vimos atascados en un empleo monótono, con un jefe al que detestábamos, en una empresa en la que no creíamos y deseando cada lunes que llegara el viernes.

Durante años hemos dejado que nos defina un título universitario y el nombre de nuestro cargo profesional. Principalmente porque en general no tenemos ni idea de quiénes somos ni para qué servimos. Esta es la razón por la que ha triunfado tanto la titulitis y el credencialismo. Al no sentirnos valiosos por lo que verdaderamente somos, necesitamos avales y credenciales externos que prueben nuestra valía como profesionales.

EL CURRÍCULUM HA MUERTO
Debido a los cambios disruptivos y transformaciones exponenciales que se avecinan, se estima que en los próximos años más de la mitad de los puestos de trabajo desaparecerán. Los seres humanos seremos reemplazados por máquinas y procesos completamente automatizados. Por más que lo intentemos, no podemos competir con la inteligencia artificial. Necesitamos desarrollar al máximo aquellos dones, habilidades y cualidades que nos hacen verdaderamente humanos. Y poder así desempeñar funciones y tareas difíciles de copiar y todavía lejos de ser ejecutadas por un algoritmo.

En este sentido, el currículum vitae tradicional ha muerto. Ya no importa tanto qué hemos estudiado, sino qué sabemos hacer muy bien. Ahora mismo, lo único que puede abrirnos puertas laborales es nuestro talento. Y lo único que puede darnos seguridad es nuestra capacidad de aportar valor añadido de forma constante. De hecho, nuestro sueldo va a ser directamente proporcional a la experiencia que atesoremos, al conocimiento que poseamos y la contribución que realicemos. No al título que tengamos. De ahí la importancia de invertir en nosotros mismos, de estar permanentemente (trans)formándonos y aprendiendo para convertirnos en profesionales más valiosos y completos.

A su vez, la nueva era emergente está redefiniendo por completo la noción que tenemos del trabajo. Hemos de dejar de verlo como un simple medio para pagar facturas. No en vano, fuimos condicionados para orientar nuestra existencia al propio interés, pensando, en primer lugar, en nosotros mismos. De hecho, la principal razón por la que trabajamos es para ganar dinero. En muchos casos esa es la única motivación.

Sin embargo, en la actualidad tenemos la oportunidad de cambiar de paradigma, orientando nuestra vida al bien común. Nuestro verdadero objetivo no ha de ser ganar dinero, sino crear riqueza, atender necesidades, resolver problemas y, en definitiva, contribuir a mejorar la vida de otras personas. Es entonces cuando el dinero viene como resultado. Así, en esta nueva era, el trabajo se concibe como una forma de ayudar a la gente, aportando lo mejor de nosotros mismos en el proceso.

Por todo ello, hemos de abandonar la vieja mentalidad para empezar a cultivar una nueva actitud emprendedora. Y esto pasa por tomar consciencia de que somos 100% co-creadores y corresponsables de nuestra realidad socio-económica. Solo entonces dejamos de esperar que otros nos digan lo que tenemos que hacer para empezar a pensar por nosotros mismos, sacándole el polvo a nuestra oxidada imaginación y creatividad. Además, no somos la demanda, sino la oferta. Es esencial saber qué tenemos de valor para ofrecer, dándonos a conocer a través de nuestra marca personal a aquellas personas y empresas a las que podemos ser de utilidad.

Esto no quiere decir que tengamos que convertirnos en autónomos, freelancers, emprendedores o empresarios. No. Ni mucho menos. Si bien están cambiando las condiciones laborales que se redactan en los contratos, seguirán habiendo empleados. Y todos ellos también gozarán de marca personal. Son los llamados “intraemprendedores”. Es decir, empleados que impulsan y lideran proyectos desde dentro de la compañía y cuya remuneración está totalmente en sintonía con el valor que aportan. Entre otras características, destacan por ser personas conscientes, responsables, proactivas, flexibles, con iniciativa, abiertas al cambio y comprometidas con su desarrollo personal. Y motivados con poner su talento al servicio de una empresa alineada con sus valores y con la que llegar a un acuerdo donde ambas partes ganan.

ZOMBIES CON TRAJE Y CORBATA
Dicho esto, ni te imaginas lo que significa para mí escribir una carta como esta. Ahora mismo estoy completamente emocionado. La creación del Máster en Marca Personal es una de las cosas –profesionalmente hablando– más bonitas que me han pasado en la vida. En él he volcado todo lo que he aprendido a lo largo de los últimos 15 años, desde que empecé –casi sin darme cuenta–a crear mi propia marca personal.

Si estás pensando en apuntarte, seguramente sea porque necesitas emprender un cambio laboral. Estoy convencido de que quieres dedicarte a algo que te guste, que se te dé bien y que aporte algo valioso para la sociedad. Y por supuesto, que te reporte como resultado ingresos económicos abundantes y recurrentes. Puede que ya sepas qué quieres ser de mayor. O puede que no y que sigas algo perdido… Sea como fuere, bienvenido al club de los motivad@s que han decidido tomar las riendas de su vida profesional.

En mi caso, la inquietud por dedicarme a algo que me apasionara se me despertó muy pronto. Desde que tengo uso de razón siempre miré con recelo a los adultos que me rodeaban. Principalmente por constatar como la mayoría vivía como zombies con traje y corbata. De tanto trabajar en empleos que detestaban habían perdido el brillo en sus ojos. Me prometí a mí mismo jamás convertirme en uno de ellos.

Tanto es así, que la idea de adaptarme a la sociedad y convertirme en un engranaje más del sistema me sumergió en una profunda crisis existencial. No le veía ningún sentido a la educación ni tampoco al mercado laboral. Fue entonces cuando me comprometí conmigo mismo para dedicarme a una profesión que me apasionara y que fuera de provecho para otras personas. Sin embargo, no sabía qué hacer con mi vida. Mi currículum vitae pasaba por haber sido el payaso, el gamberro y el rebelde de la clase. Por sacar malas notas y porque nadie diera un céntimo por mí. De hecho, tenía la autoestima tan por los suelos que llegué a convencerme de que era un inútil que no servía para nada.

EL MAIL QUE ME CAMBIÓ LA VIDA
Harto de sentirme inseguro y desempoderado, a los 19 años inicié una búsqueda filosófica para descubrir cuál era mi propósito y poder así encontrar mi lugar en el mundo. Sincrónicamente, por aquel entonces un íntimo amigo mío se fue a vivir a otra ciudad. Y para que pudiéramos seguir en contacto, me abrió una cuenta de correo electrónico. Era el año 2000 y jamás había escrito un solo mail en mi vida. ¿Te acuerdas de aquellos tiempos?

Semanas más tarde me llegó un primer correo suyo, en el que me contaba cómo le estaba yendo por ahí. Al final de su mail, me pedía que le contestara, explicándole cómo me estaba yendo por aquí. Y eso hice. Me senté delante del ordenador y empecé a compartir lo que sentía en mi interior. Si bien estaba pasando por una etapa algo oscura y melancólica, no pude evitar reírme de mí mismo, barnizando mis historias dramáticas con tintes de sarcasmo e ironía.

Al terminar de escribir mi primer correo electrónico, me sorprendí al comprobar que me había pasado pegado a la pantalla más de cinco horas seguidas. En ese momento algo me hizo clic. Fue entonces cuando supe que había nacido para ser escritor. ¿Que cómo lo supe? Porque durante todo ese rato desapareció la noción del tiempo y sentí vibrar a mi corazón. Mientras escribía se me quitaba el nubarrón negro que me acompañaba a todas partes. Y por unos instantes me sentía conectado y en paz.

Movido por este descubrimiento, renuncié con determinación a seguir el camino trillado por el que habían transitado mis antepasados, rompiendo un linaje de seis generaciones consecutivas dedicadas al derecho y la abogacía. Al declarar que iba a dedicarme a la escritura y la divulgación filosófica, me escuché en incontables ocasiones aquello de que “si haces lo que te gusta te morirás de hambre”…

Sin embargo, aquello no me detuvo. La chispa ya estaba encendida y no había nada ni nadie que pudieran apagarla. Entre los 19 y los 20 años escribí mi primer libro, completamente autobiográfico. Y lo seguí reescribiendo durante los siguientes seis años. Jamás lo publiqué. Y no sé si algún día lo haré. Lo que tengo muy claro es que aquella aventura literaria fue determinante para convertirme en quién soy. Mientras tanto, devoraba novelas ensayísticas y libros de psicología y filosofía. Se puede decir que la literatura me salvó la vida. Tener un hobbie creativo me alejó del camino autodestructivo en el que me encontraba.

Después de estudiar el primer ciclo de humanidades, terminé a regañadientes la licenciatura de periodismo, sabiendo con certeza que se trataba de una profesión que nada tenía que ver conmigo. Quería que mi trabajo fuera un reflejo de quién verdaderamente soy. Necesitaba creer en aquello que hacía. Y no estaba dispuesto a conformarme con tener un empleo con el que pagar mis facturas. A pesar de temer la incertidumbre, jamás apliqué ni firmé un contrato indefinido.

CREER EN UNO MISMO
En el año 2005, a los 23 años, me concedieron una beca para trabajar como periodista en El País. Tras pasar un año en la sección de economía, enseguida recalé en el suplemento Negocios y, años más tarde, en El País Semanal. En ambas publicaciones pude escribir sobre psicología y filosofía. Mientras, seguía leyendo e investigando de forma autodidacta. Enseguida me di cuenta de que me encantaba aprender y compartir todo lo que tuviera que ver con la condición humana y el sentido trascendente de nuestra existencia.

Así fue como verifiqué que se me daba bien comunicar desde el corazón, explicando conceptos complejos de manera sencilla, cercana y accesible. En el proceso, detecté que con dicho talento podía contribuir a resolver uno de los grandes problemas de nuestro tiempo: la falta de educación emocional y emprendedora, que provoca que la mayoría de personas sigan perdidas, sin saber muy bien qué hacer con sus vidas.

Mi punto de inflexión llegó en el año 2006, a los 25 años, fruto de una experiencia que me hizo despertar. Fue entonces cuando empecé a creer en mí mismo, atreviéndome a confrontar y superar mi miedo de hablar en público. Le tenía un pánico absoluto, puesto que en el pasado siempre los nervios siempre me habían paralizado.

Armado de valor, ese año comencé a impartir cursos y conferencias con la finalidad de inspirar a otros buscadores a conocerse a sí mismos, cambiar su actitud frente a la vida y transformar su relación con el mercado laboral. Fue cuando entendí que “hablar en público” no iba sobre , sino sobre lo que sucedía a través de mí. Desde entonces, el miedo nunca más me ha vuelto a paralizar.

Sin embargo, por aquél entonces todo lo relacionado con la autoayuda, el desarrollo personal y la espiritualidad gozaba de un rechazo generalizado. Especialmente en un medio de comunicación masivo tan intelectual como El País. Prueba de ello es que en la redacción empezaron a llamarme “Borja Vilasecta”, “Chico Zen”, “El Hierbas” y otros motes por el estilo. Curiosamente, así fue como mis compañeros empezaron a construir mi marca personal.

Años más tarde, el padre de la inteligencia emocional, Daniel Goleman, vino de visita a Barcelona para promover uno de sus libros. ¿Y a quién mandaron para entrevistarlo? Pues al periodista más hierbas de la redacción. Y lo mismo sucedió cuando decidieron publicar en la portada de El País Semanal un tema en sobre la infelicidad humana. También me lo encargaron a mí. Lo titulé “¿Por qué no soy feliz?”

SALIR DEL ARMARIO VOCACIONAL
A principios de 2008 –coincidiendo con la publicación de mi primer libro–, lancé la página web www.borjavilaseca.com, desde donde empecé a publicar artículos sobre desarrollo personal y espiritualidad. Así fue como salí definitivamente del armario vocacional, atreviéndome a decir alto y claro aquello para lo que había nacido: democratizar la sabiduría para inspirar un cambio de paradigma.

Pocos años después creé mi perfil profesional en Facebook, donde diariamente compartía reflexiones sobre el apasionante viaje del autoconocimiento. Mi único objetivo siempre fue compartir el conocimiento, las reflexiones y las herramientas que a mí personalmente me estaban cambiando la vida. Lo cierto es que me gustaba tanto compartir, que se convirtió en un fin en sí mismo. Más tarde pude verificar ese dicho budista que dice que “uno recoge lo que siembra”.

En paralelo, me convertí en un emprendedor social, creando proyectos pedagógicos orientados a fomentar el despertar de la consciencia de la sociedad, como el Máster en Desarrollo Personal y Liderazgo o La Akademia. Cuanta más energía dedicaba a mi pasión, más vivo y entusiasmado me sentía. Y es que no hay nada más terapéutico para sanar nuestra autoestima que crear y aportar valor a otros seres humanos.

Más tarde, en 2013, subí mi primer vídeo en Youtube, una red social que posibilitó que el mensaje en el que tanto creía se volviera viral. Y unos meses después, durante la fiesta de una boda, se me acercó haciendo “eses” un familiar lejano de mi mujer, el cual estaba bastante desinhibido. Se detuvo delante de mí, me miró fijamente a los ojos y balbuceó como pudo algo así: “Tú no me conoces pero yo a ti sí; gracias por tus vídeos de autoconocimiento, me ayudan mucho. Me hacen reír y pensar. Y felicidades, me encanta la marca personal que has construido. Otro día, cuando se me pase la resaca, me tienes que enseñar cómo lo has hecho.” Y tal como lo dijo, se dio la vuelta y se fue por donde había venido.

La verdad es que nunca más lo he vuelto a ver. Pero le estoy muy agradecido. Esa fue la semilla que dio origen al nacimiento del Máster en Marca Personal. Aprovecho para agradecer de corazón al equipo pedagógico de Kuestiona, por poner vuestro talento, creatividad y pasión al servicio de este innovador y revolucionario programa educativo. Y como no, a todos nuestros profesores, a los cuales hemos elegido por ser los principales expertos y referentes en el ámbito del autoconocimiento, la reinvención profesional, la actitud emprendedora y la marca personal.

Estoy absolutamente convencido de que el título universitario fue en el siglo XX lo que la marca personal será en el siglo XXI. De ahí que no me quepa la menor duda de que este máster va a significar un antes y un después en la vida de nuestros valientes alumnos. Tanto es así, que nuestro compromiso es que una vez lo termines hayas descubierto para qué sirves, qué problema puedes resolver y sepas cómo posicionarse en tu sector correspondiente. Y como consecuencia, que goces de ingresos económicos recurrentes en el actual mercado laboral gobernado por la incertidumbre, el cambio y la inestabilidad.

Ojalá que venzas de una vez por todas el miedo al cambio. Esencialmente porque en estos momentos de la historia, evitar el riesgo y permanecer en tu zona de comodidad es lo más arriesgado que puedes hacer. Ha llegado la hora de que saltes al vacío y de que emprendas la travesía por el desierto que durante demasiado tiempo has estado posponiendo. A pesar de la mala prensa que tiene, es el viaje más apasionante que vas a realizar en tu vida. Eso sí, por favor, no te lo creas. Verifícalo a través de tu propia experiencia.

El Máster en Marca Personal lo presentamos oficialmente el pasado 27 de febrero de 2020. Ese día fue uno de los más emotivos que recuerdo. Sentí que entre todo el equipo habíamos creado una auténtica obra de arte pedagógica, en la que los verdaderos artistas son nuestros motivados y comprometidos alumnos. Me hace ilusión pensar que este máster sirve para que las personas encuentren su lugar en el mundo. El tiempo dirá si este sueño se hace realidad.

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