Todos pueden curarse ahora mismo.
Los Seres Humanos somos CAUSA (RESPONSABLES ABSOLUTOS) de todo lo que recibimos-generamos- lo que suma y lo que resta en éste aquí y ahora a partir de quién estamos siendo o de quien hemos sido. Vamos a generar un tipo de vida si creemos que los resultados que recibimos tienen que ver con razones ajenas a nosotros y un tipo de vida diametralmente opuesta si comprendemos y tenemos certeza de que nada es por que sí y que el secreto para generar eventos que sumen, está en ser INTEGRO.
miércoles, 30 de diciembre de 2020
Todos pueden curarse ahora mismo
Sin comprensión no hay curación
Recientemente me han preguntado si se puede curar el VIH con la macrobiótica.
lunes, 28 de diciembre de 2020
Todo alimento contiene información
Todo alimento contiene información.
Cuatro formas de vivir el trabajo
Independientemente del tipo de trabajo, de rol o de función profesional que desempeñemos, existen cuatro actitudes distintas de afrontar la manera con la que nos relacionamos con nuestro día a día laboral.
Es cierto que no podemos cambiar a nuestro jefe ni a nuestros compañeros de trabajo. Tampoco podemos hacer mucho para que varíen nuestras condiciones laborales. Sin embargo, nuestro grado de satisfacción e insatisfacción no tiene tanto que ver con nuestras circunstancias, sino con la actitud que tomamos frente a ellas.
El primer nivel de actitud engloba a quienes «odian lo que hacen». Es decir, a todos aquellos que no sólo detestan su curro, sino también la cantidad de dinero que perciben por sus servicios. No intentan disimular su descontento para con la empresa en la que trabajan. Debido a su malestar, tampoco podrían. Su lenguaje corporal es de lo más elocuente y la expresión de su rostro, completamente transparente. Están enfadados con el mundo y convencidos de que son víctimas del sistema.
El segundo nivel de actitud representa a quienes «cumplen con lo que hacen». Sin duda alguna, es el perfil mayoritario en nuestra sociedad. En este caso, las emociones predominantes son la impotencia, la resignación o la indiferencia. En general no saben qué les gustaría hacer con su vida laboral. O simplemente no se atreven a dar pasos en la dirección de sus sueños por miedo a salir de la zona de comodidad en la que llevan años instalados. Durante ocho horas al día, se dedican a cumplir con sus obligaciones laborales. Ni más ni menos. Sin embargo, la rutina termina alienándoles, marchitando su ilusión y consumiendo su energía vital.
Si pudieran permitírselo, no trabajarían. Conciben el trabajo como un trámite necesario para ganar dinero con el que pagar sus facturas. Suelen mirar el reloj mientras están en la oficina y su mayor deseo es que llegue el viernes para poder desconectar. Mientras, algunas de ellas suelen rellenar quinielas o jugar a la lotería, esperando que un boleto ganador les libere del estado de esclavitud económica en el que se encuentran. Pero dado que ese cupón nunca llega, su grado de enajenación aumenta de forma exponencial conforme van pasando los años.
Al llegar las vacaciones, quieren hacer tantas cosas que las terminan viviendo con estrés y ansiedad. Y una vez de vuelta a la rutina laboral, casi todos sufren el denominado «síndrome posvacacional». Así, durante los primeros días de septiembre, padecen insomnio, pérdida de apetito y falta de concentración. Si bien estos síntomas surgen como consecuencia de un desajuste temporal de los hábitos, también acostumbran a sentir desasosiego y vacío existencial, lo que pone de manifiesto la insatisfacción que vienen acumulando durante todo el año.
EL PODER DE LA ACTITUD
“Al ser humano se le puede arrebatar todo salvo la actitud con la que enfrenta sus circunstancias.”
(Viktor Frankl)
Cuenta una historia que tres albañiles estaban desempeñando la misma tarea a las afueras de un pueblo. De pronto apareció un niño, que se acercó a ellos con curiosidad. Estaba intrigado por el tipo de obra que estaban construyendo. Al observar al primer obrero, se dio cuenta de que no paraba de negar con la cabeza. Parecía molesto y enfadado. Sin embargo, el chaval se armó de valor y le preguntó: “¿Qué está usted haciendo?” El albañil, incrédulo, lo miró despectivamente y le respondió: “¿Qué pregunta más tonta es esa? ¿Acaso no lo ves? ¡Estoy apilando ladrillos!”
Aquella respuesta no fue suficiente para el niño. Por eso se dirigió al segundo operario, cuya mirada irradiaba resignación e indiferencia. “Perdone que le interrumpa, señor”, dijo el chaval con cautela. “Si es tan amable, ¿me podría decir que está usted haciendo?” Cabizbajo, el albañil se limitó a contestarle: “Nada importante. Tan solo estoy levantando una pared.”
Finalmente, el niño se acercó hasta el tercer obrero, quien silbaba mientras disfrutaba de su tarea. Tanto es así, que el chaval se acercó con más tranquilidad y confianza. Y nada más verlo, el albañil le saludó: “¡Buenos días, jovencito! ¿Qué te trae por esta obra?” Sorprendido por su buen humor, el chaval le contestó: “Tengo mucha curiosidad por saber qué está usted haciendo.” Aquel comentario provocó que el operario irradiara una enorme sonrisa. Y, con cierto tono de satisfacción, le respondió: “¡Estoy construyendo el hospital infantil del pueblo!”
LOS QUE AMAN LO QUE HACEN
“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni solo día de tu vida.”
(Confucio)
A pesar de que solemos asociar el trabajo con el cumplimiento de un deber o una obligación, podemos convertir nuestra dimensión profesional en una forma de expresar lo mejor de nosotros mismos. Esta es precisamente la principal característica del tercer nivel de actitud, que agrupa a quienes «aman lo que hacen». Es decir, a aquellos que a pesar de no dedicarse –ni mucho menos– a su profesión soñada, tratan de ponerle buena cara al mal tiempo. De hecho, se caracterizan por la energía positiva que desprenden mientras trabajan. Y no precisamente porque ejerzan tareas divertidas.
Las personas que aman lo que hacen cuentan con una desarrollada inteligencia emocional. Saben cómo convertir los problemas laborales en oportunidades de aprendizaje. En vez de quejarse o protestar por lo que les falta o por lo que no tienen, suelen valorar y agradecer aquellas cosas provechosas que les aporta actualmente su trabajo.
Como consecuencia de este cambio de actitud, irradian un buen humor contagioso, creando a su alrededor un clima agradable. De manera natural, fomentan relaciones basadas en la confianza y la complicidad. Están a gusto consigo mismas y con su vida profesional. Y así es como suelen sentirse aquellos con los que interactúan, sean jefes, compañeros, clientes o proveedores.
LOS QUE HACEN LO QUE AMAN
“¿A qué estás esperando? Encuentra tu propia voz. Cuanto más tardes en empezar a buscarla, más difícil te será encontrarla.”
(Walt Whitman)
En esta misma línea viven su profesión las personas que se agrupan en el cuarto nivel de actitud: los que «hacen lo que aman». En este colectivo se encuentran quienes se han alineado con una misión y un propósito que va más allá de ellos mismos. Es decir, aquellos que desarrollan una profesión útil, creativa y con sentido, que verdaderamente contribuye a mejorar la vida de los demás. Se nota que respetan la profesión que han escogido y hablan de ella con pasión y entusiasmo.
Las personas que hacen lo que aman no han escogido su camino ni su trayectoria profesional. Sus decisiones no vienen movidas por la lógica ni la razón. Por el contrario, son fruto de escuchar a su voz interior. Así, la palabra «vocación» procede del verbo latino «vocare», que significa «una llamada que viene desde nuestro interior para poner nuestra voz en acción». Al seguir nuestra vocación, lo que hacemos en la vida se convierte en un fiel reflejo de quienes hemos descubierto que somos. Y el 100% de las veces nos conecta con valores como el altruismo y la generosidad.
Causalmente, hacer lo que amamos está vinculado con el descubrimiento y el desarrollo de nuestros talentos innatos. De hecho, es una inmejorable oportunidad para desplegar el potencial que reside en nuestro interior. Tanto es así, que estas personas no conciben su función profesional como un trabajo. Para ellas, no tiene sentido hablar de horarios. De hecho, ninguna de ellas siente que trabaja. Y sin importar el dinero que ganen, se sienten inmensamente ricas.
Aunque no lo han buscando, suelen disfrutar de una cierta abundancia económica, la cual nunca es un objetivo en sí mismo, sino que siempre viene como resultado de su contribución a la sociedad. Curiosamente, todas ellas ¾sin excepción¾ se sienten inmensamente afortunadas y agradecidas por el aprendizaje derivado de todas las vivencias que han experimentado a lo largo de la vida, especialmente las más adversas y dolorosas. Principalmente porque han sido las que han necesitado para descubrir su lugar en el mundo.
Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 19 de abril de 2015.
Significado emocional de las adicciones
Las adicciones están relacionadas al núcleo familiar, a la sobreprotección materna y a la ausencia del padre. Ambos casos por falta de amor incondicional. Toda adicción busca evitar el contacto con la emoción, puede ser un sentimiento de vacío existencial, falta de amor, sentirse solo, desconexión con nuestro ser superior.
domingo, 27 de diciembre de 2020
Nunca nuestro planeta estuvo tan superpoblado
Nunca nuestro planeta estuvo tan superpoblado.
sábado, 26 de diciembre de 2020
Hay una realidad que se ve y otra realidad que no se ve
Hay una realidad que se ve y otra realidad que no se ve.
Todo se rige por el principio causa-efecto
Muchas personas tienen a sus ancianos padres en casas de salud.
Convertirnos en la vida infinita
Las multitudes tienen prisa por hacer sus compras de Navidad y se apiñan en los centros comerciales para llevar la abundancia a la mesa de nochebuena.
La ley de causa-efecto
Una parte nuestra ya llegó.
Para que algo se exprese primero debe imprimirse
Permítaseme expresar mis pensamientos.
martes, 22 de diciembre de 2020
La humanidad tiene prisa por destruir su preciosa salud
Las multitudes tienen prisa por hacer sus compras de Navidad y se apiñan en los centros comerciales para llevar la abundancia a la mesa de nochebuena.
La misma causa genera el mismo efecto
Muchas personas tienen a sus ancianos padres en casas de salud.
domingo, 20 de diciembre de 2020
Vocabulario de la escasez
La escasez se ha metido en nuestras conversaciones, nos habla al oído. Para no arraigarla, deberíamos erradicar para siempre algunas expresiones de nuestro vocabulario. Entre ellas:
La impaciencia no sirve para nada
Querer acelerar el ritmo al que transcurren los acontecimientos de la vida es una distorsión provocada por nuestra mente. La aceptación surge de forma natural cuando aprendemos a disfrutar el momento presente.
“Me gusta que las cosas sucedan cuando yo quiero.” “Odio que me hagan perder el tiempo.” “Mándame el informe urgentemente.” “¡Hay que ver qué lenta es la gente!” “Ya va siendo hora de que cambien las cosas.” “¡Date prisa, que llegamos tarde!” “¡Lo necesito ahora mismo!” “¿Por qué no me ha llamado todavía?” “¡Me muero porque sea viernes!” “No soporto que me hagan esperar.”
Si le resulta muy familiar alguna de estas afirmaciones, seguramente conozca bien qué es la impaciencia. Pero no se preocupe. Es una distorsión psicológica que tiene cura. Tan sólo basta comprender que es inútil. No sirve absolutamente para nada. Por más que nos quejemos, enfademos y lamentemos, las cosas van a seguir yendo a su ritmo, tal y como lo han estado haciendo y lo van a seguir haciendo siempre.
Y no sólo eso. Es muy perjudicial para nuestra salud emocional. Cada vez que nos invade la impaciencia es como si tomáramos un vasito de cianuro, vertiendo veneno sobre nuestra mente y nuestro corazón. Eso sí, a pesar de que vivimos en una sociedad que premia y ensalza la velocidad y la inmediatez, desprenderse del hábito de “querer las cosas para ya” es posible. Todo se reduce a un simple cambio de actitud.
EL VENENO DE LA PRISA
“Deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad.”
(San Agustín)
Imagínese que está al volante de su coche, conduciendo tranquilamente por una calle de un solo carril. De pronto se forma una inesperada caravana. Aunque usted no puede verlo, parece que un camión se ha detenido unos cuantos metros más adelante para realizar una descarga. Pasan los segundos y usted sigue sin poder avanzar. Poco a poco empieza a ponerse nervioso. Echa un vistazo a su reloj y suelta un tedioso resoplido.
Al poco rato comienzan a sonar los primeros bocinazos, acompañados de un lejano y enfurecido: “¡Venga, hombre, que no tenemos todo el día!” En medio de aquel insoportable ruido, finalmente pierde la paciencia y empieza a negar con la cabeza. Harto de esperar, se suma a la protesta y toca varias veces el claxon con rabia y vehemencia.
Al cabo de un rato retoma la marcha, impotente y molesto por lo sucedido. Puede que usted no sea consciente, pero las emociones negativas que ha creado mientras apretaba el claxon con fuerza le van acompañar el resto del día. ¿Y todo ello para qué? ¿Acaso su impaciencia le ha servido para acelerar la descarga realizada por el camión? ¿Realmente cree que el conductor ha tardado más de lo necesario aposta sólo para fastidiarle? Lo paradójico es que la impaciencia sólo le ha perjudicado a usted.
LA RAÍZ DE LA IMPACIENCIA
“Lo que causa tensión es estar ‘aquí’ queriendo estar ‘allí’, o estar en el presente queriendo estar en el futuro.”
(Eckhart Tolle)
Pero entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué somos impacientes? Aunque parezca mentira, ninguno de nosotros elige tomar esta actitud cuando la vida no se ajusta a nuestros planes. Por el contrario, la impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Se trata de un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea.
Si volvemos al ejemplo del atasco de tráfico anterior –que puede ser extrapolado a cualquier otra situación cotidiana–, nos damos cuenta de que nuestro malestar surge al poner el foco de nuestra atención en el denominado “círculo de preocupación”. Es decir, en todo aquello que no depende de nosotros, como que el conductor del camión realice la descarga más rápidamente. Y al no poder hacer nada al respecto, nos invade la impotencia y con ésta, el agobio, el enfado y la lamentación.
Sin embargo, el camión tiene todo el derecho de pararse y realizar la descargar, de igual manera que nosotros también detenemos nuestro coche a veces, haciendo demorar a otros conductores. Y entonces, si nuestro día a día no es más que un continuo proceso repleto de otros procesos necesarios para que todos podamos completar nuestras actividades personales y profesionales, ¿dónde está el problema? ¿Por qué es tan difícil adaptarse a lo que sucede?
EL ARTE DE VIVIR DESPIERTO
“Si no encuentras satisfacción en ti mismo la buscas en vano en otra parte”
(François de la Rochefoucauld)
La respuesta se encuentra dentro de nuestra cabeza. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los acontecimientos externos en base a una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar. O dicho de otra manera: como creemos que no podemos estar a gusto en medio de un atasco, deseamos que éste termine de inmediato para poder llegar a nuestro destino, donde sí podremos gozar de nuestro bienestar.
Sin embargo, funcionar según esta falsa creencia revela una verdad incómoda, que suele costarnos bastante de aceptar: la impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Porque si lo estuviéramos realmente, no tendríamos ninguna prisa en que el camión (o cualquier otra persona, cosa o situación) avanzara a una velocidad mayor de la que lo está haciendo. Ni siquiera aparecería la prisa, pues ya sabríamos de antemano que no sirve para acelerar el ritmo de lo que nos sucede.
Lo cierto es que sólo en base a un estable bienestar interno podemos empezar a relacionarnos con nuestras circunstancias de una manera más consciente, pudiendo tomar la actitud y la conducta más conveniente en cada momento. A esta capacidad los psicólogos y coaches contemporáneos la llaman “vivir despierto”. Al darnos cuenta de que no podemos cambiar lo que nos sucede, sí podemos modificar nuestra actitud, centrándonos en el denominado “círculo de influencia”. En el caso del atasco, implicaría respirar profundamente, poner la radio, cantar, pensar en positivo y otras acciones que dependieran por completo de nosotros.
De esta forma, nos ahorraríamos la desagradable compañía de la impaciencia, un huésped que de tanto visitarnos termina por instalarse indefinidamente en nuestro interior. Eso sí, para adoptar esta actitud más constructiva es necesario que nos recordemos de vez en cuando que todos los procesos que conforman nuestra vida tienen su función y su tempo. De ahí que por más que intentemos acelerarnos, siempre terminaremos chocando una y otra vez con esta inmutable verdad, causándonos por el camino la experiencia del malestar.
LA VIDA TIENE SU PROPIO RITMO
“El hombre corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla.”
(Lao Tsé)
Cuenta una historia que un hombre paseaba por el campo, aburrido, sin nada qué hacer. De pronto se encontró un capullo de mariposa y decidió llevárselo a casa para distraerse un rato, viendo cómo ésta nacía. Tras veinte minutos observando la crisálida, empezó a notar como la mariposa luchaba para poder salir a través de un diminuto orificio.
El hombre estaba realmente excitado. Jamás había visto nacer a una mariposa. Sin embargo, pasaron las horas y allí no ocurrió nada. El cuerpo del insecto era demasiado grande y el agujero, demasiado pequeño. Impaciente, el hombre decidió echarle una mano. Cogió unas tijeras, y tras hacer un corte lateral en la crisálida, la mariposa pudo salir sin necesidad de hacer ningún esfuerzo más.
Satisfecho de sí mismo, el hombre se quedó mirando a la mariposa, que tenía el cuerpo hinchado y las alas pequeñas, débiles y arrugadas. El hombre se quedó a su lado, esperando que en cualquier momento el cuerpo de la mariposa se contrajera y desinflara, viendo a su vez crecer y desplegar sus alas. Estaba ansioso por verla volar.
Sin embargo, debido a su ignorancia, disfrazada de bondad, aquel hombre impidió que la restricción de la abertura del capullo cumpliera con su función natural: incentivar la lucha y el esfuerzo de la mariposa, de manera que los fluidos de su cuerpo nutrieran a sus alas para fortalecerlas lo suficiente antes de salir al mundo y comenzar a volar. Su impaciencia provocó que aquella mariposa muriera antes de convertirse en lo que estaba destinada a ser.
LA FILOSOFÍA DEL ‘AQUÍ Y AHORA’
“Bendito regalo es éste al que llaman presente.”
(Sebastián Skira)
Más allá de comprender que todos los procesos que forman parte de nuestra existencia tienen su propio ritmo, despedirse de la impaciencia también implica descubrir que lo que necesitamos para ser felices ya se encuentra en este preciso instante y en este preciso lugar. De hecho, es imposible hallarla en ningún otro momento ni en ninguna otra parte.
Aunque se ha repetido hasta la saciedad, los seres humanos tenemos un peculiar rasgo en común: tendemos a olvidar lo que necesitamos recordar y a ser víctimas y esclavos de esta negligencia. Así, el pasado es un recuerdo y el futuro es pura imaginación. Lo único que existe de verdad es el presente, que es el espacio y el tiempo donde podemos recuperar el contacto con nuestro bienestar interno. Aunque no nos lo parezca, ahora mismo todo está bien. Todo está en su sitio, tal y como tiene que ser. El problema lo crea nuestra mente cuando no acepta lo que hay, tratando de cambiar lo externo que no depende de nosotros y posponiendo nuestra propia transformación, que sí está a nuestro alcance.
La próxima vez que nos invada la impaciencia nos preguntemos: “¿Qué es lo que no estoy aceptando? ¿Qué le falta a este momento? ¿De qué manera lo que está sucediendo me impide ser feliz? ¿Qué prisa tengo? ¿Qué voy a hacer luego?” Al analizar las respuestas, concluimos que desear que llegue un futuro imaginario suele ser una consecuencia de no estar en paz con nosotros mismos en el presente. Aprendemos a fluir cuando comprendemos que la realidad siempre es aquí y el momento siempre es ahora.