Si el comienzo es yang, el final será yin.
Si el comienzo es yin, el final será yang.
Es algo absoluto.
Ohsawa siempre lo decía en sus charlas y en sus libros.
Porque yin y yang son principios absolutos.
Son nuestro respaldo que nos da la fuerza infinita para ir tras nuestros sueños.
Para algunos el comienzo es muy fácil, porque nacen con grandes ventajas genéticas, como una gran belleza, una gran inteligencia o una gran capacidad física.
La vida les sonríe y al llegar a sus 20 son famosos, adorados como dioses o diosas y les llueve el dinero.
Su éxito es bien fácil, son tan poderosos que el mundo les entrega lo que pidan.
Ese es el comienzo yang, tienen el éxito al principio.
Otros tienen un comienzo difícil.
Les cuesta mucho esfuerzo y trabajo abrirse camino en la vida.
Pero si aprenden a mejorar sus habilidades y si tienen una fuerte ética de trabajo llegarán incluso más lejos que los que nacen con toda las ventajas.
San Pablo lo decía con otras palabras: "en mi debilidad está mi fuerza" (2 Corintios 12:9).
Por eso la salud infinita es para los débiles.
Por eso la sabiduría infinita está con los humildes.
Por eso la belleza infinita está en los más pequeños.
Sólo los principiantes podrán llegar a ser los más grandes maestros.
Los que han fracasado tantas veces que ya no temen caer.
Convierten el fracaso en habilidad infinita.
Y al final la desventaja se convierte en ventaja.
En ventaja infinita.
Mientras que la ventaja inicial acaba casi siempre trágicamente.
Yin cambia en yang.
Yang cambia en yin.
Lo dijo Ohsawa y tenía razón.
El más poderoso acaba derrumbándose.
Mientras que el último, si se viste con la voluntad infinita y adopta una sólida ética de trabajo se convertirá en un héroe eterno.
Por eso tenemos que estar agradecidos.
Si tenemos un inicio favorable, es una gran felicidad.
Pero si empezamos en el último lugar, tanto mejor.
Porque seremos los primeros en realizar la salud infinita.
Y una vez que la tengamos abriremos todas las puertas del mundo.
Porque la salud infinita es una llave mágica que abre todos los candados.
-Martín Macedo-
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