Tenemos 50 trillones de células.
Altamente inteligentes.
Altamente evolucionadas.
Se estima en 2 billones de años el tiempo en que las primeras células del planeta evolucionaron hasta las actuales.
Nuestras células, todas ellas tienen un grado de maestría.
Están a nuestro servicio.
Su más alta aspiración es hacer un trabajo magnífico para el beneficio del colectivo de células.
Las pulmonares hacen un trabajo soberbio.
Las células cardíacas también.
Las células musculares y las que están en nuestras glándulas de alta complejidad dan su mejor esfuerzo momento a momento.
Cuando ya no pueden servirnos, se auto eliminan para que otras más jóvenes mantengan los altos niveles de perfección funcional.
Son 50 trillones y todas quieren servirnos.
Esa es su única ambición.
Son muy sabias, saben que dando lo mejor al colectivo de células, éste les dará a su vez lo mejor de todas las otras células para que todas gocen de salud infinita y de abundancia de todo lo que necesitan.
Los glóbulos rojos se ocupan de llevarles oxígeno y retirar los gases que produce su combustión.
Todo este conglomerado de amor infinito sólo desea nuestro bienestar.
No debería ser tan difícil tener salud infinita.
Tenemos un ejército altamente inteligente y amoroso trabajando día y noche para que podamos gozar de este tipo de salud.
Pero no estamos solos; conviven con nosotros un número 10 veces mayor de bacterias, es decir 500 trillones.
La mayor parte de ellas también nos sirven ayudando a sintetizar vitaminas y otras sustancias vitales para nosotros a cambio de permitirles convivir en nuestro intestino y otras zonas de alta actividad de intercambio célula-bacteria.
Recibimos luz solar, agua de los ríos, alimentos de la tierra.
Parece que todo el Universo conspira para que tengamos salud infinita.
Fuerza benevolentes nos llegan con toda su potencia para que este estado sea para nosotros lo más fácil del mundo.
El amor infinito nos empuja hacia la salud infinita.
No debería ser necesario tanto apoyo sanitario.
Ni tampoco un club donde aspirar a ella como si fuera una hazaña.
La salud infinita es un regalo de Dios.
Es lo más fácil del mundo.
También es un regalo para todos los animales, peces y seres unicelulares.
También para los vegetales.
Y las algas.
Una explosión de vida, una explosión de felicidad, una explosión de salud.
Pero al llegar a los 35 o 40 años los seres humanos enferman crónicamente y su cronicidad se profundiza con la edad.
¿Y por qué?
Porque es un mundo de antagonismos, de yin y yang.
Así como hay un tiempo de verano y otro de invierno también hay eras de sabiduría y eras de oscuridad.
Hay 50 trillones de seres microscópicos y altamente inteligentes sacrificándose para que gocemos de salud infinita cada día.
Pero hay millones de personas trabajando febrilmente para llevar bebidas refrigerantes a cada almacén, a cada supermercado, en cada rincón del mundo.
Su mayor ambición es que haya una botella en cada heladera de cada hogar del mundo.
La industria alimentaria sólo busca vender mucho y para ello debe debilitar las voluntades para crear débiles adictos.
Adictos a los alfajores, adictos a los pollos, adictos a los quesos, adictos al tabaco y adictos a las medicinas.
A menos que despertemos vamos a tener 40 años de salud infinita y otros 40 de enfermedades incurables.
Sólo la toma de consciencia nos permitirá la libertad de elegir.
La baja calidad nos vuelve tontos y fácilmente controlables.
La alta calidad nos vuelve sabios.
La inteligencia infinita también juega a ser un diablo.
Que destruye la creación de Dios.
Y así el juego resulta mucho más interesante.
-Martín Macedo-
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