domingo, 29 de noviembre de 2020

Vivimos en un universo amistoso que nos apoya y cuida

 El joven Masutatsu Oyama deseaba apasionadamente aprender artes marciales y ser un gran guerrero.

Tenía un deseo ardiente y una voluntad de hierro.
Y sabía lo que quería.
Entonces el universo conspiró a su favor y fueron surgiendo eventos "casuales" que lo condujeron hacia su extrema realización.
Su padre era un hombre rudo y de niño tenía una relación conflictiva con él.
Entonces a los nueve años lo enviaron a la granja de su tía en Manchuria para que se ocupara de las labores agrícolas y suavizara su carácter.
Allí conoció a trabajadores chinos que dominaban las artes marciales.
Uno en particular era un gran maestro y le pidió insistentemente que le enseñara.
Y éste accedió a enseñarle pero primero probó su voluntad.
Le hizo plantar una semilla y saltar 100 veces sobre la simiente cada día.
Hasta que finalmente se convirtió en un árbol pequeño.
Durante años Masutatsu perseveró y saltó cada vez más alto.
Y finalmente obtuvo su recompensa...el maestro accedió a enseñarle.
Sus biógrafos afirman que el gran poder en las piernas de Mas Oyama se debe al entrenamiento de los 100 saltos que realizó durante su niñez, en la granja de su tía.
El ejercicio no sólo le dio potencia en sus piernas sino que templó la voluntad de un niño de 9 años preparándolo para su misión.
Su escuela de Karate la Kyokushin Kai se expandió por el mundo como una plaga y llegó a tener 40 millones de practicantes.
Cuando sabemos realmente lo que queremos y lo deseamos con pasión el amor infinito y la inteligencia suprema pondrán a nuestro alcance todo lo necesario para nuestro éxito.
Porque vivimos en un universo amistoso que nos apoya y cuida.
A menos que elijamos creer que el mundo es malo y que estamos en "un valle de lágrimas" como rezan antiguos condicionamientos religiosos firmemente arraigados en el inconsciente colectivo.

-Martín Macedo-

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En el universo hay cantidades ilimitadas de energía

En el universo hay cantidades ilimitadas de energía.

El universo está hecho de inteligencia infinita.
El universo tiene una belleza majestuosa que nos deja sin palabras.
Hay millones de espirales, de contracciones y expansiones.
De luces que se encienden y luces que se apagan.
Entre millones de espirales algunos se constituyen en formas humanas.
Tu eres uno de esos misteriosos espirales, donde rige la ley del yin yang.
Eres la inteligencia infinita, la belleza más absoluta y la fuerza más imparable de la creación.
Surges, brillas y te apagas como un relámpago.
Y vuelves a surgir y a brillar infinitas veces.
Hasta que comprendas que eres la misma fuerza que te creó.
La misma inteligencia que te imaginó.
La perfección a escala infinitesimal.
Pero el ego te induce a creer que debes esforzarte para llegar a ser alguien importante.
Y vas a la Universidad y acumulas maestrías con la esperanza de tener una vida con significado.

-Martín Macedo-

Las nuevas reglas del juego laboral

 Con la consolidación de las nuevas tecnologías, la automatización, la digitalización, la robotización y la globalización, el mercado laboral está experimentando cambios y transformaciones radicales, con lo que no nos queda más remedio que cambiar de mentalidad para adaptarnos y prosperar.

A diferencia de lo que pasó con las otras tres épocas anteriores, en la Era del Conocimiento los cambios están sucediendo de forma rápida, contundente y vertiginosa. Y están produciéndose a escala planetaria. Sin embargo, la mayoría de ciudadanos estamos esperando que la crisis termine pronto para volver lo antes posible a la normalidad. Queremos seguir aplicando las viejas reglas de juego de la Era Industrial. Pero el mercado laboral -tal y como lo conocemos- ha dejado de existir. Y nunca volverá a ser como era.

Del mismo modo que la transición de la Era Agrícola a la Era Industrial provocó un periodo de conflictos laborales y sociales muy dolorosos para la población activa, la transición de la Era Industrial a la Era del Conocimiento está desencadenando un proceso muy parecido. Esencialmente porque el modelo económico está nuevamente en plena evolución. Los viejos sectores industriales están agonizando en los países desarrollados materialmente. Y no hay nada que los gobiernos puedan hacer para rescatarlos o preservarlos.

Mientras, las empresas -sean grandes, medianas o pequeñas- van a seguir reduciendo sus gastos de infraestructura para poder sobrevivir. Y debido a que hay exceso de trabajadores, los sueldos bajarán todavía más. Siempre va a haber alguien con mayor necesidad económica que acepte las nuevas precarias condiciones laborales. Y cómo no, los Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) continuarán protagonizando los titulares de los informativos. El número de personas en las listas del paro todavía no ha alcanzado su tope. Por el contrario, los impuestos, la inflación y las deudas seguirán subiendo, provocando que la clase media lentamente vaya desapareciendo.

Al igual que la revolución industrial liberó a las personas de la servidumbre feudal, la revolución de las tecnologías de la información y las comunicaciones posibilitarán que los seres humanos nos emancipemos de funciones laborales alienantes y mecánicas. Y como consecuencia, podremos dedicarnos a labores más creativas y con sentido. No en vano, estamos pasando de un modelo basado en la producción y el consumo en masa a otro orientado a la creación de valor de servicios intangibles, a la satisfacción de necesidades reales y a la resolución de los problemas de la sociedad.

Hasta que no se complete este proceso transformación, la confusión, la precariedad y la incertidumbre van a seguir protagonizando el día a día de millones de ciudadanos en todo el mundo. La generación que sucederá a la presente será la primera -pero no la última- que diga que sus padres vivían mejor que ellos. Eso sí, una vez finalice dicha transición, nos encontraremos con un nuevo mercado laboral, acorde con la Era del Conocimiento en la que nos hallamos. Es entonces cuando volveremos a experimentar un periodo de claridad, abundancia y confianza, posibilitando que se mejore notablemente la calidad de vida de un mayor número de seres humanos.

EL AUGE DE LA CLASE CREATIVA
«La información y el conocimiento son las materias primas de la creatividad; y la innovación y la creación de valor, su principal resultado»
RICHARD FLORIDA

Algunos expertos sostienen que el tablero de juego laboral de esta nueva era ya empieza a estar compuesto por dos tipos de jugadores principales. El primero se denomina «elefante».[i] Y engloba a los grandes conglomerados corporativos, cuyos procesos productivos están cada vez más repartidos por el planeta. De hecho, estamos siendo testigos de numerosas fusiones en todo tipo de sectores empresariales. Tanto es así, que ya empieza a hablarse de auténticos «monstruos corporativos», cuya estrategia es minimizar costes para maximizar beneficios.

En paralelo, las microempresas y los microempresarios locales tendrán más capacidad de supervivencia debido a su reducida estructura de costes y a su vinculación con las necesidades reales de la población. En este marco se sitúa el segundo jugador principal, llamado «pulga»[ii] o «agente libre»[iii]. Este grupo aúna a todos aquellos profesionales autónomos que trabajan por cuenta propia, en muchos casos desde casa. Algunos se convierten en emprendedores, montando pequeños negocios muy innovadores (o start-ups) con muchas posibilidades de expansión y crecimiento.

La Era del Conocimiento está alumbrando un nuevo tipo de profesionales que están desmarcándose del sector servicios tradicional. Nos referimos a la «clase creativa», compuesta por los trabajadores de «cuello dorado».[iv] Es decir, personas que cobran básicamente por pensar y desplegar su talento y potencial por medio de una función profesional creativa, útil y con sentido. En esencia, este colectivo en auge está compuesto por personas cuya actividad profesional está orientada a generar ideas provechosas, a mejorar nuestro bienestar o a resolver problemas complejos de forma innovadora. Y el denominador común de este grupo profesional es que lo que hacen no puede copiarse, externalizarse o automatizarse. Principalmente porque su trabajo depende de su inteligencia, de su criterio, de su visión, de su pasión y de su creatividad individuales.

De hecho, los dones o talentos que emplean para llevar a cabo sus funciones profesionales no tienen nada que ver con la educación industrial o las aptitudes académicas convencionales. Más bien son el resultado de conocerse a sí mismos y saber para qué valen, descubriendo la manera de poner este valor al servicio de los demás. A diferencia de los empleos productivos industriales -que están yendo a menos-, los trabajos de la clase creativa están yendo a más. No en vano, la creatividad humana es un recurso prácticamente ilimitado e inagotable. Y dado que aportan mucho valor económico, están mejor remunerados, gozan de más autonomía y proporcionan sentido para quienes tienen la habilidad y la fortuna de poder realizarlos.

En Estados Unidos, por ejemplo, los trabajos creativos ya representan casi una tercera parte de la población activa. Mientras, en Europa en general y en España en particular, estas funciones profesionales tienen un largo camino por recorrer. En 2012, las industrias creativas representaban el 6,5% del PIB de la Unión Europea.[v] A lo largo del siglo XXI, las personas seremos ricas o pobres en función de nuestro grado de conocimiento y sabiduría. De ahí que sea fundamental que aprendamos a adquirir de forma regular nuevas ideas y habilidades con las que crear valor de forma constante.

Este artículo es un extracto del libro “Qué harías si no tuvieras miedo”, publicado por Borja Vilaseca en abril de 2012.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Del ego a la esencia

 El viaje del autoconocimiento consiste en trascender el ego para reconectar con la esencia que verdaderamente somos y donde se encuentra la felicidad, la paz y el amor que equivocadamente buscamos afuera.

Los seres humanos nacemos en la inconsciencia más profunda. Ningún bebé puede valerse por sí mismo. Depende enteramente de otros para sobrevivir física y emocionalmente. Tanto es así, que pasarán muchos años hasta que cuente con un cerebro lo suficientemente desarrollado como para gozar de una cualidad extraordinaria: la «consciencia». Es decir, la habilidad de elegir cómo pensar, qué decir, qué comer, cómo comportarse y, en definitiva, qué tipo de decisiones tomar a la hora de construir su propio camino en la vida.

Y no sólo eso. Dentro del útero materno, el bebé se siente conectado y unido a su madre y, por ende, a todo lo demás. Sin embargo, nada más nacer se produce su primer gran trauma: la separación de dicha unión y conexión con su madre –y con todo lo demás-, perdiendo por completo el estado esencial en el que se encontraba. De pronto tiene frío y hambre. Y necesita seguridad y protección. Para compensar el tremendo shock que supone abandonar el cálido y agradable útero materno, el bebé comienza a sentir una infinita sed de cariño, ternura y amor.

La mayoría de heridas que nos hacemos se regeneran con el paso del tiempo. Curiosamente, el trauma generado por el parto es tan brutal, que como recuerdo nos queda una cicatriz -coloquialmente conocida como «ombligo»-, la cual perdura en nuestro cuerpo para la posteridad. Parece como una señal que nos recuerda aquello que hemos perdido. O dicho de otra manera: aquello que necesitamos recuperar para volver al estado esencial de unión y conexión que en su día todos experimentamos.

Sea como fuere, desde el mismo día de nuestro nacimiento, cada uno de nosotros hemos ido perdiendo el contacto con nuestra «esencia», también conocida como «ser» o «yo verdadero». Es decir, la semilla con la que nacimos y que contiene la flor somos en potencia. La esencia es el lugar en el que residen la felicidad, la paz interior y el amor, tres cualidades de nuestra auténtica naturaleza, las cuales no tienen ninguna causa externa; tan sólo la conexión profunda con lo que verdaderamente somos. En la esencia también se encuentra nuestra vocación, nuestro talento y, en definitiva, el inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una vida útil, creativa y con sentido.

EL REGALO DE ESTAR VIVO
«No eres la charla que oyes en tu cabeza. Eres el ser que escucha esa charla.»
Jiddu Krishnamurti

Desde un punto de vista emocional, cuando reconectamos con nuestra esencia disponemos de todo lo que necesitamos para sentirnos completos, llenos y plenos por nosotros mismos. Entre otras cualidades innatas, la esencia nos acerca a la responsabilidad, la libertad, la confianza, la autenticidad, el altruismo, la proactividad y la sabiduría, posibilitando que nos convirtamos en la mejor versión de nosotros mismos. Es sinónimo de luz. Así, estamos en contacto con nuestra verdadera esencia cuando estamos muy relajados, tranquilos y serenos. Cuando independientemente de cómo sean nuestras circunstancias externas, a nivel interno sentimos que todo está bien y que no nos falta de nada. Cuando vivimos de forma consciente, dándonos cuenta de nuestros automatismos psicológicos. Cuando somos capaces de elegir nuestros pensamientos, actitudes y comportamientos, cosechando resultados emocionales satisfactorios de forma voluntaria. Cuando logramos relacionarnos con los demás de forma pacífica, constructiva y armoniosa, tratando de comprender en vez que querer que nos comprendan primero.

También estamos en contacto con nuestra esencia cuando dejamos de perturbarnos a nosotros mismos, haciendo interpretaciones de la realidad mucho más sabias, neutras y objetivas. Cuando aceptamos a los demás tal como son, ofreciendo en cada interacción lo mejor de nosotros mismos. Cuando vivimos en el presente, disfrutando plenamente del aquí y del ahora. Cuando permanecemos en silencio y escuchamos con toda nuestra atención las señales que nos envía nuestro cuerpo. Cuando conseguimos ver el aprendizaje de todo cuanto nos sucede. Cuando sentimos que formamos parte de la realidad y nos sentimos uno con ella. Cuando experimentamos una profunda alegría y gratitud por estar vivos. Cuando confiamos en nosotros mismos y en la vida. Cuando abandonamos la necesidad de querer cambiar el mundo y lo aceptamos tal como es, aportando sin expectativas nuestro granito de arena. Cuando reconocemos no saber y nos mostramos abiertos mentalmente a nuevas formas de aprendizaje…

Del mismo modo que sabemos cuando estamos enamorados, sabemos perfectamente cuando estamos en contacto con nuestra verdadera esencia. No tiene nada que ver con las palabras, la lógica o la razón. Más bien tiene que ver con el arte de ser y estar. Y con la sensación de conexión y unión. Lo cierto es que todos hemos vivido momentos esenciales, en los que nos hemos sentido libres para fluir en paz y armonía, como si estuviéramos conectados con los demás de una forma que supera nuestra capacidad de entendimiento. Al regresar al lugar del que partimos y del que todos procedemos, experimentamos un punto de inflexión en nuestra forma de comprender y de disfrutar de la vida. Empezamos a vivir de dentro hacia afuera. Y por más que todo siga igual, al cambiar nosotros, de pronto todo comienza a cambiar. Sabios de diferentes tiempos lo han venido llamando «la revolución de nuestra conciencia».

LA INSATISFACCIÓN CRÓNICA DEL EGO
«Si con todo lo que tienes no eres feliz, con todo lo que te falta tampoco lo serás»
Erich Fromm

Debido a nuestro complejo proceso de evolución psicológica, desde el día en que nacemos nos vamos desconectando y enajenando de nuestra esencia, la cual queda sepultada durante nuestra infancia por el «ego». Así es como perdemos, a su vez, el contacto con la felicidad, la paz interior y el amor que forman parte de nuestra verdadera naturaleza. Y, como consecuencia, empezamos a padecer una sensación de vacío e insatisfacción crónicos.

El ego es nuestro instinto de supervivencia emocional. También se le denomina «personalidad» o «falso yo». No en vano, el ego es la distorsión de nuestra esencia, una identidad ilusoria que sepulta lo que somos verdaderamente. Es como un escudo protector, cuya función consiste en protegernos del abismo emocional que supone no poder valernos ni sobrevivir por nosotros mismos durante tantos años de nuestra vida. El ego -que en latín significa «yo»- también es la máscara que hemos ido creando con creencias de segunda mano para adaptarnos al entorno social y económico en el que hemos nacido y nos hemos desarrollado.

Así, el ego nos lleva a construir un personaje con el que interactuar en el gran teatro de la sociedad. Y no sólo está hecho de creencias erróneas, limitantes y falsas acerca de quiénes verdaderamente somos. El ego también se asienta y se nutre de nuestro lado oscuro. De ahí que suela utilizarse la metáfora de la «iluminación» para referirse al proceso por medio del cual nos damos cuenta de cuáles son los miedos, inseguridades, carencias, complejos, frustraciones, miserias, traumas y heridas que venimos arrastrando a lo largo de la vida. Por más que las obviemos y no las queramos reconocer, todas estas limitaciones nos acompañan las 24 horas al día, distorsionado nuestra manera de ver el mundo, así como la forma en la que nos posicionamos frente a nuestras circunstancias.

Por mucho que podamos sentirnos identificados con él, no somos nuestro ego. Ante todo porque el ego no es real. Es una creación de nuestra mente, tejida por medio de creencias y pensamientos. Sometidos a su embrujo, interactuamos con el mundo como si lleváramos puestas unas gafas con cristales coloreados, que limitan y condicionan todo lo que vemos. Y no sólo eso: con el tiempo, esta percepción subjetiva de la realidad limita nuestra experiencia, creándonos un sinfín de ilusiones mentales que imposibilitan que vivamos en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás. Vivir desde el ego nos lleva a estar tiranizados por un «encarcelamiento psicológico»: al no ser dueños de nosotros mismos -de nuestra actitud-, nos convertimos en esclavos de nuestras reacciones emocionales y, en consecuencia, de nuestras circunstancias.

EGOCENTRISMO, VICTIMISMO Y REACTIVIDAD
«Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos»
Buda

Del ego surge el victimismo, la esclavitud, el miedo, la falsedad, el egocentrismo, la reactividad y la ignorancia, generando que nos convirtamos en un sucedáneo de quien en realidad somos. Es sinónimo de sombra y oscuridad. Así, estamos identificados con nuestro ego cuando estamos muy tensos, estresados y desequilibrados. Cuando permitimos que nuestro estado de ánimo dependa excesivamente de situaciones o hechos que escapan a nuestro control. Cuando nos sentimos avergonzados, inseguros u ofendidos. Cuando vivimos de forma inconsciente, con el piloto automático puesto, casi sin darnos cuenta. Cuando nos tiranizan pensamientos, actitudes y comportamientos tóxicos y nocivos, cosechando resultados emocionales insatisfactorios de forma involuntaria.

También estamos identificados con nuestro ego cuando tratamos de que la realidad se adapte constantemente a nuestras necesidades, deseos y expectativas. Cuando nos perturbamos a nosotros mismos, victimizándonos y culpando a otras personas de lo que nos sucede. Cuando nos tomamos las cosas que pasan o los comentarios de los demás como algo personal. Cuando no aceptamos a los demás tal como son, tratando de cambiarlos para amoldarlos a como, según nosotros, deberían de ser. Cuando nos lamentamos por algo que ya ha pasado o nos preocupamos por algo que todavía no ha sucedido, marginando por completo el momento presente. Cuando somos incapaces de estar solos, en silencio, sin hacer nada, sin estímulos ni distracciones de ningún tipo.

Seguimos tiranizados por el ego cuando exigimos, criticamos o forzamos a los demás. Cuando nos encerramos en nosotros mismos por miedo a que nos sucedan cosas desagradables. Cuando nunca tenemos suficiente con lo que nos ofrece la vida. Cuando reaccionamos mecánica e impulsivamente, perdiendo el control de nuestros actos. Cuando actuamos o trabajamos movidos por recompensas o reconocimientos externos. Cuando creemos saberlo todo y nos cerramos mentalmente a nuevas formas de aprendizaje.

En definitiva, cuando experimentamos cualquiera de estos sentimientos, podemos estar completamente seguros de que seguimos protegiéndonos tras la ilusión de nuestra personalidad, ego o falso yo, que nos hace creer que estamos separados de todo lo demás. En última instancia, este egocentrismo es el que nos lleva a luchar en contra de lo que sucede y a entrar en conflicto con otras personas, sufriendo de forma inútil e innecesaria. Lo cierto es que detrás del miedo, la tristeza y la ira se esconde agazapado nuestro ego, el cual también es responsable de que sintamos que nuestra existencia carece de propósito y sentido.

 LA FUNCIÓN DEL EGO
«El sufrimiento es lo que rompe la cáscara que nos separa de la comprensión»
Khalil Gibran

El ego no es bueno ni malo. No hay que demonizarlo. Vivir identificados con esta máscara tiene ventajas e inconvenientes. Más allá de protegernos, cabe insistir en que el ego es la causa subyacente de todas las causas que nos hacen sufrir. Por eso, al estar identificados con nuestra personalidad o falso yo, es cuestión de tiempo que, hagamos lo que hagamos, terminemos fracasando. Porque, tan pronto como alcanzamos una meta, nos provoca una profunda sensación de vacío en nuestro interior, la cual nos obliga a fijar inmediatamente otro objetivo. Nuestro ego nunca tiene suficiente con lo que conseguimos; siempre quiere más. La insatisfacción crónica es la principal consecuencia de vivir identificados con este «yo» ilusorio.

Sin embargo, hay que estar agradecidos al ego por la ayuda que nos brindó a lo largo de nuestra infancia. Sin él, nos habría sido mucho más duro sobrevivir emocionalmente, por no decir imposible. De ahí que éste sea necesario en nuestro proceso de desarrollo. Además, gracias al sufrimiento provocado por nuestro ego, finalmente nos comprometemos con cuestionar el sistema de creencias que nos mantiene anclado a él, iniciando un camino de aprendizaje para reconectar con nuestra verdadera esencia. Y esto sucede el día en que nos damos cuenta de que la compañía del ego nos quita más de lo que nos aporta.

Por descontado, desidentificarse del ego no quiere decir librarse de él, sino integrarlo conscientemente en nuestro propio ser. De lo que se trata es de conocer y comprender qué es lo que nos mueve a ser lo que somos para llegar a aceptarnos y, por ende, empezar a recorrer el camino hacia la integración. De ahí surge una comprensión profunda, que nos permite vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con la realidad de la que todos formamos parte. El ego y la esencia son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación. El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra consciencia. Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz, más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan a nuestro control.

Por el contrario, cuanto más inconscientes somos de nosotros mismos, más oscuridad hay en nuestra existencia. Y cuanta más oscuridad, más sufrimiento y menos capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que en ese estado creemos poder adecuar a nuestros deseos y expectativas egocéntricos. Los únicos que podemos encender o apagar este interruptor somos nosotros mismos. Al principio nos costará creer que existe; más adelante tendremos dificultad para encontrarlo. Pero, si persistimos en el trabajo con nuestra mente y nuestros pensamientos, finalmente comprenderemos cómo conseguirlo. Porque, como todo en la vida, es una simple cuestión de adquirir la información correcta, así como de tener energía y ganas para convertir la teoría en práctica, lo que habitualmente se denomina aprendizaje. Aunque en este caso resulta algo más complicado, la recompensa que se obtiene es la mayor de todas.

«Yo no puedo más de  mismo». ¿Cuántas veces en la vida hemos pronunciado esta desesperada afirmación? Si la observamos detenidamente, corroboramos que dentro de cada uno de nosotros hay una dualidad; dos fuerzas antagónicas -el amor (esencia) y el miedo (ego)- que luchan por ocupar un lugar destacado en nuestro corazón. Lo cierto es que solo una de ellas es real, mientras que la otra es completamente ilusoria. El viaje de autoconocimiento consiste en diferenciar entre una y otra, desenmascarando al ego para vivir desde nuestra verdadera esencia.

Este artículo es un extracto del libro “Encantado de conocerme”, publicado por Borja Vilaseca en enero de 2008.

El amanecer de la economía consciente

 A raíz de la crisis de consciencia y valores iniciada en 2008, estamos siendo testigos de cómo la mentalidad de cada vez más ciudadanos está cambiando, transformando así el sistema económico en el que vivimos.

Todo lo que ha sucedido a lo largo de 2009 no ha sido bueno ni malo. Simplemente ha sido necesario. Al tomar un poco de perspectiva, concluimos que las crisis no son más que puntos de inflexión en nuestra larga historia de transformaciones sociales y económicas. En realidad, son el puente entre lo que somos y lo que estamos destinados a ser.

Esta última crisis, por ejemplo, nos ha servido para darnos cuenta de que estamos evolucionando de forma inconsciente. A grandes rasgos, hemos creado un sistema que nos obliga a trabajar en proyectos en los que no creemos para poder comprar cosas que no necesitamos. Y encima pagando un precio muy alto: la progresiva deshumanización de nuestra sociedad, así como la contaminación del medio ambiente, del que ya casi no formamos parte.

Lo sucedido en 2009 también ha puesto de manifiesto que como sociedad y sistema todavía no sabemos quiénes somos ni hacia dónde vamos. Además, esta falta de propósito y de sentido nos genera un gran vacío en nuestro interior. Y por más que triunfe la cultura de la evasión y el entretenimiento, no logramos llenarlo con nada del exterior. El problema es que hemos comenzado la casa por el tejado. Nos falta lo más esencial: los pilares sobre los que sostenerla. Y la solución pasa por aprender lo que la crisis nos ha venido a enseñar.

Entre otras lecciones, nos ha revelado que la economía es como un tablero de juego que hemos incrustado sobre la naturaleza, en el que a través del dinero se relacionan e interactúan tres jugadores principales: el sistema, las empresas y los seres humanos. Y todo ello regulado por leyes diseñadas por los Estados, que a su vez están sujetas a una ley superior denominada «causa y efecto», por la que cada individuo, organización y nación termina por recoger lo que cosecha.

LA POBREZA ESPIRITUAL
«Buscamos en el consumo algo que éste jamás podrá darnos.»
(Erich Fromm)

Aunque el capitalismo ha demostrado su eficacia a la hora de promover crecimiento económico, ha resultado ineficiente para fomentar bienestar y felicidad en la sociedad. La negatividad, el estrés, la ansiedad y la depresión son las enfermedades más comunes de nuestro tiempo. La paradoja reside en que somos más ricos que nunca, pero también mucho más pobres. En este caso, la inconsciencia ha consistido en querer crecer por crecer, sin considerar la finalidad y las consecuencias de dicho crecimiento.

Las empresas, por su parte, se han consolidado como las instituciones predominantes. Tanto es así, que el mundo se ha convertido en un negocio orientado a maximizar el lucro de las organizaciones en el corto plazo, sin importar los medios que emplean para conseguirlo ni los efectos que su exceso de codicia ocasiona sobre los seres humanos y el planeta en el que vivimos.

Cabe recordar que desde la óptica empresarial, todo lo que está vivo es considerado como un «recurso». Y como tal, es usado y explotado para fines mercantilistas. Eso sí, la falta de valores y de sentido ha provocado que el corazón de las organizaciones -las personas que las componen- haya dejado de latir. La mayoría de trabajadores se levanta los lunes por la mañana deseando que llegue el viernes para comenzar el fin de semana. De ahí que la improductividad derivada de la gestión mecanicista amenace la supervivencia de las compañías socialmente más irresponsables.

Nos guste o no, estas circunstancias socioeconómicas forman parte de un proceso evolutivo del que todos somos corresponsables. Y es precisamente la asunción de esta responsabilidad personal el pilar del nuevo paradigma económico que está emergiendo. Se trata de una semilla de la que está empezando a brotar la denominada «economía consciente», cuyo objetivo es que el sistema, las empresas y los seres humanos cooperen para crear un bienestar social y económico verdaderamente eficiente y sostenible.

UNA NUEVA MENTALIDAD EMPRESARIAL
«El objetivo de una empresa consciente consiste en crear riqueza, ganando dinero como resultado.»
(Fredy Koffman)

El primer gran reto que promueve la economía consciente es la responsabilidad social corporativa, que consiste en alinear el afán de lucro de las empresas con la humanización de sus condiciones laborales y el respeto por el medio ambiente. Otra característica es el comercio justo, que apuesta por establecer una relación comercial voluntaria e igualitaria entre productores y consumidores, de manera que todos salgamos ganando.

En paralelo, también está cobrando fuerza el consumo responsable y ecológico, que nos invita a comprar lo que verdaderamente necesitamos en detrimento de lo que deseamos, tratando de que con nuestras compras apoyemos a organizaciones que favorezcan la paz social y la conservación del medio ambiente. Por último, cada día está ganando más adeptos el ahorro consciente, que consiste en poner nuestro dinero en bancos éticos, que, a diferencia de los convencionales, sólo invierten en proyectos que realmente benefician a la sociedad.

La transformación de las empresas y del sistema siempre comienza con el cambio de mentalidad de los seres humanos. No en vano, nosotros diseñamos y ejecutamos los planes y objetivos de las empresas. Nosotros consumimos sus productos y utilizamos sus servicios. Y en definitiva, con nuestra manera de ganar dinero y de gastarlo construimos día a día el sistema en el que vivimos. Sólo al asumir que somos co-creadores del mundo que habitamos podemos decidir cambiarlo, cambiándonos primeramente a nosotros mismos. Y, lo queramos ver o no, es una decisión que tomamos cada día.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en el suplemento económico ‘Negocios’, de El País, el pasado 10 de enero de 2010.

La causa siempre está en nosotros

 Cuando las causas de nuestros problemas son externas, las soluciones también serán externas.

La gente reclamará estas soluciones externas, cuando crea absolutamente que las causas están fuera de su alcance.
Nos han tratado de convencer que la actual crisis sanitaria se debe a un agente infeccioso.
Muchos han creído, la mayoría lo cree.
Y tiene miedo porque le han enseñado a temerle.
Cuando alguien es poseído por el miedo se vuelve fácil de controlar.
El siguiente paso será mucho más fácil.
Hacer que crea que la solución está afuera, que los científicos están trabajando duro en la solución.
Y que en pocos meses estará en el mercado.
Pero es una gran mentira, una estafa colosal.
La solución es interna porque el problema es interno.
Ninguna inyección podrá darle poder al sistema inmune.
Sólo la verdadera educación sanitaria lo hará.
Una gran cantidad de médicos, expertos y educadores conscientes están tratando de mostrarnos al verdad.
Pero apenas se escuchan sus voces.
Los problemas y las soluciones siempre son internos.
Y luego se proyectan fuera de nosotros y los percibimos como externos.
Pero antes de ser externos fueron internos.
Por eso la solución debe surgir desde un lugar de sabiduría.
Donde todos debemos acudir para solucionar cualquier obstáculo.
Pero es más fácil dejar el trabajo a los expertos.
La mayoría espera que traigan la solución para poder comprarla y así resolver el asunto.
Para finalmente descubrir que no han resuelto nada.
Pues han comprado un tigre de papel, un poco de alivio psicológico.
Porque siguen estancados en un bajo nivel de juicio, donde se le concede poder a otros para que resuelvan nuestros problemas difíciles.

-Martín Macedo-

jueves, 26 de noviembre de 2020

No quiero comer siempre lo mismo..

 ¿Me podría dar más recetas?

No quiero comer siempre lo mismo...
Este tipo de reclamos es muy frecuente entre los principiantes.
La mayor parte de las personas que inician la macrobiótica buscando mejorar la salud están en el segundo nivel de juicio.
En ese juicio la ley suprema es "comer algo rico" y "variado".
Para resolver este problema tan frecuente y tan delicado (muchos abandonan la dieta o cometen desvíos y no consiguen curarse) hay que tener en cuenta dos puntos.
En primer lugar hay que entender que las papilas gustativas se renuevan cada tres meses y que la nueva generación de papilas que gozará infinitamente con los sabores sencillos de los alimentos naturales recién estarán listas para salir al mercado dentro de 90 días.
Mientras tanto el principiante no podrá apreciar verdaderamente los alimentos saludables porque sus papilas se han concebido con la química de la carne, pollo, helados y lácteos.
Por lo tanto estas papilas rechazarán los nuevos alimentos y pedirán a gritos los sabores "habituales".
En segundo lugar es necesario comprender que la salud requiere estabilidad en vez de grandes saltos, de temperatura, presión, nivel de actividad y descanso.
Saltando de una energía a otra, de una dieta a otra, de un criterio nutricional a otro, sólo se genera estrés como si uno cambiara de casa cada dos semanas.
No terminó de adaptarse a una y ya se quiere mudar.
O de trabajo.
Los niños que cambian de escuela dos veces por año por razones laborales de sus padres que deben mudarse de ciudad o estado no consiguen un progreso sostenido en sus estudios.
Necesitamos un criterio estable de nutrición.
Los animales comen básicamente los mismos alimentos saludables todo el año, y cuando los dejan se enferman.
Los peces, los tigres, los búfalos....toman casi los mismos productos nutricionales todos los días durante toda su vida...y ha sido así por miles y miles de años.
Y son felices y sus cuerpos se adaptan a la naturaleza siguiendo un criterio de simplicidad y estabilidad.
Pero los principiantes en la cocina saludable no quieren ni cocinar ni aprender...sólo quieren que alguien los "ayude" y les prepare comidas deliciosas que les den placer y gratificación inmediatas.
Y recetas fáciles y económicas.
Cuando la gente es feliz con sus alimentos no reclama variedades.
Cuando uno es feliz con su pareja no piensa en cambiar de pareja.
La gente come sus pizzas y siempre pide lo mismo porque adora la pizza.
Los amantes de la carne asada se reúnen con amigos y familia y siempre preparan con gran entusiasmo el mismo tipo de comidas.
No hay discusiones a ver qué vamos a cocinar porque estamos cansados de comer siempre lo mismo.
¿Acaso el bebé reclama cuando toma la teta de su madre...? ¿Otra vez lo mismo?
Lo que estas personas de bajo juicio deben entender es que normalmente el ser humano busca la estabilidad en nutrición más allá de que sea saludable o no.
Y si después de comer mi arroz por una semana empiezo a reclamar sabores distintos y recetas distintas se debe a que ese arroz es una chapuza, un desastre y no tiene sabor a nada.
La solución no es buscar otros alimentos sino aprender a preparar con excelencia el cereal de modo que sea una fiesta cada comida, una navidad cada almuerzo y cada cena, una expectativa gozosa del pan que pronto saldrá del horno o el excelente guiso de garbanzos que está en la olla.
Por esa razón las clases de culinaria no son simplemente una fuente de aprendizaje de la medicina de los alimentos sino una forma de aprender a mejorarnos a nosotros a través de mejorar lo que construye nuestros templos gloriosos.
La naturaleza es la belleza infinita.
Y nosotros somos la naturaleza.
O la anti naturaleza.
Todo depende de nuestro nivel de juicio.

-Martín Macedo-

martes, 24 de noviembre de 2020

La conquista de la vocación profesional

 Cada vez más personas están reinventándose, buscando la forma de convertir su pasión en su profesión. Eso sí, para encontrar nuestra vocación, hemos de escuchar primero a nuestra voz interior.

Nos guste o no, formamos parte de una sociedad edificada sobre un sistema monetario que nos obliga a competir entre nosotros para ganar dinero. Es el precio que pagamos para saciar nuestras necesidades básicas y otras que nos vamos creando. Y hasta que no cambien las reglas del juego, el trabajo va a seguir protagonizando nuestra rutina diaria.

Muchos historiadores coinciden en que se trata de una nueva forma de esclavitud, mucho más refinada que la de épocas anteriores. Según el portal de ofertas de empleo Monster, el 15% de la población activa española dedica más de 50 horas semanales a su profesión, sin contar las horas extra, el tiempo destinado a comer o los desplazamientos in itinere. La mitad de los asalariados, por otra parte, pasa en su entorno laboral más de 40 horas; el 25%, entre 25 y 40 horas, y el 10% restante, menos de 25 horas.

Sin embargo, estar en el trabajo no es lo mismo que estar trabajando. Al ser tratados como máquinas sin necesidades ni sentimientos, la gran mayoría de españoles sufre su jornada laboral de cuerpo presente y mente ausente. Pero quien se desconecta de su corazón durante tantas horas, tantos días a la semana y tantos meses al año, corre el riesgo de convertirse en un autómata que existe, produce y consume por pura inercia.

LA MONOTONÍA COMO SÍNTOMA
“El infierno es despertar cada día y no saber qué haces aquí.”
(
Frank Miller)

Dado que en nuestra sociedad todavía prevalece el paradigma “del tener y del hacer”, en general consideramos que lo importante es “lo que tenemos”, no “lo que somos”. Y esta creencia condiciona “lo que hacemos”. Para muchas personas, el trabajo absorbe gran parte de su tiempo y energía; lo conciben como una carrera profesional –tanto de velocidad como de fondo–, marginando el resto de dimensiones de su vida en pos del dinero, la respetabilidad, el poder y la fama.

Para otros, estas metas externas no forman parte de sus prioridades cotidianas, con lo que en vez de vivir para trabajar, trabajan para vivir. Sus motivaciones laborales consisten en garantizar su seguridad y estabilidad económicas; perciben el trabajo como un trámite para pagar sus facturas. De ahí que se interesen, sobre todo, en la cantidad que cobran a final de mes, así como en el horario que deben cumplir entre semana.

En estos dos casos, la función profesional se desempeña como un medio para satisfacer necesidades y deseos personales. Apenas se tiene en cuenta la finalidad de dicha actividad en su relación con el resto de seres humanos y el entorno medioambiental del que todos formamos parte. Al negar su parte trascendente –la que va más allá y a través de cada individuo–, muchos terminan por reconocer que lo que hacen no tiene sentido.

Y dado que el trabajo ocupa casi un tercio de la vida, terminan por llevarse el malestar a casa. Los psicoterapeutas contemporáneos lo denominan “vacío existencial”, y se caracteriza por experimentar la vida como algo gris, monótono e insípido. De ahí que triunfe la cultura del entretenimiento –encabezada por la televisión–, que permite que la sociedad pueda saciar su necesidad de evadirse de la realidad en todo momento.

LA DECADENCIA DEL EGOCENTRISMO
“Quien sigue al rebaño acaba pisando excrementos.”
(DARÍO LOSTADO)

El cambio y la evolución son lo único que prevalecen con el paso del tiempo. Sin embargo, los seres humanos nos resistimos constantemente a este fluir natural de la vida. Prueba de ello es la manera en la que nos estamos enfrentando a la crisis financiera actual, que para muchos expertos pone de manifiesto una crisis mucho más profunda, relacionada con nuestro estilo de vida, nuestras creencias, nuestros valores y nuestra inconsciencia.

Al hablar de “crisis”, solemos obsesionarnos con aquello que escapa a nuestro control, permitiendo que nos invada la incertidumbre, el miedo y la inseguridad. Con ello, fortalecemos nuestro arraigado sentido de conservación e inmovilidad existencial. Así, en vez de ver e interpretar la crisis como nuestra enemiga, hemos de comprender que se trata de un proceso totalmente necesario: es el escenario donde se fraguan las transformaciones que nos permiten seguir creciendo individual y colectivamente. De ahí que sea mucho más eficiente ver la situación actual como una oportunidad para atrevernos a cambiar y evolucionar como personas y, en consecuencia, como profesionales.

Se dice que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. Es decir, que las cosas suceden justo cuando tienen que suceder. Como sociedad, poco a poco estamos tomando conciencia de la insostenibilidad del sistema capitalista, así como de la decadencia de la filosofía y los valores imperantes, basados en el individualismo, en el egoísmo, en el trabajar solamente para nuestro propio beneficio (y el de los nuestros) sin importar(nos) todo(s) lo(s) demás… Por más que nos resistamos y nos aferremos al pasado, es hora de cambiar en el presente para alinearnos con el futuro que viene.

DEL TENER AL SER
“Se ríen de mí porque soy diferente. Yo me río de ellos porque son todos iguales.”
(Kurt Cobain)

Algunos economistas aseguran que se avecinan cambios y transformaciones imparables e irreversibles. Nos estamos acercando al despertar de un nuevo paradigma basado en “lo que somos”, relegando a un segundo plano “lo que tenemos”. Y las consecuencias de este salto evolutivo se verán reflejadas precisamente en “lo que hacemos”.

Los sociólogos, por su parte, afirman que el puente entre estas dos maneras de pensar, de ser y de actuar se construirá por medio de la responsabilidad y el liderazgo personal. Aunque nos hayan hecho creer que somos víctimas de nuestras circunstancias, y que lo mejor que podemos hacer es conformarnos para evitar nuevas frustraciones, en última instancia gozamos de libertad para tomar decisiones y elegir conscientemente nuestro camino en la vida.

Para saber si estamos preparados para encarnar el cambio que queremos ver en el mundo, los psicólogos y coachs especializados en orientación profesional suelen formular las siguientes preguntas: ¿Cómo te levantas y encaras los lunes por la mañana? ¿Lo haces con vitalidad, entusiasmo y alegría? ¿O más bien con desgana, frustración y resignación? ¿Disfrutas de tu profesión y das gracias por poder desempeñarla? ¿O sueles quejarte y lamentarte por tus actuales condiciones laborales, deseando que llegue el viernes cuanto antes? ¿Sueles mirar el reloj mientras trabajas? ¿O más bien pierdes por completo la noción del tiempo?

Entre otras cuestiones, estos expertos también promueven otro tipo de reflexiones, interesándose por aspectos más intangibles y relevantes: ¿Tu profesión ayuda y beneficia realmente a otros seres humanos? ¿Atiende y cubre alguna de sus necesidades básicas? ¿Tiene algún sentido lo que haces? ¿Qué es lo que te retiene en tu actual puesto de trabajo? ¿Qué perderías si lo dejaras? ¿Y qué ganarías si te atrevieras a abandonarlo? Y por último y tal vez más importante: ¿Qué harías si no tuvieras miedo?

EL SENTIDO DEL TRABAJO
“La vida nos exige una contribución, y depende de cada uno de nosotros descubrir en qué consiste.”
(Viktor Frankl)

Aunque no es nada fácil enfrentarse a uno mismo, cada vez más seres humanos están siendo coherentes con las respuestas que obtienen en su interior. De ahí que se esfuercen en concebir su función laboral como una oportunidad para contribuir con su granito de arena en la evolución consciente de la humanidad. Desean construir valor a través de sus valores, y disfrutar de otro tipo de riquezas menos materiales creando riqueza real para la sociedad.

Muchos han descubierto que no hay nada más gratificante que poder ofrecer, dar, servir y contribuir de alguna u otra forma en mejorar la vida de los demás. Y es precisamente este poder el que andan buscando. Más allá de concebirse como un fin en sí mismos –dando lugar a la peligrosa enfermedad del “egocentrismo”–, parte de su profesión consiste en “trabajarse a sí mismos” para ser medios al servicio de los demás. Sólo así es posible despertar y potenciar el altruismo que anida en lo más profundo de cada corazón humano.

Eso sí, para poder ejercer nuestra profesión con este sentido trascendente, primero hemos de descubrir quiénes somos (cuál es la verdadera esencia que se oculta tras la máscara que nos ha sido impuesta por la sociedad); qué nos hace vibrar (qué materias o áreas de la realidad nos ilusionan y apasionan) y, por último, qué formación –tanto académica como autodidacta– podemos adoptar para potenciar nuestras virtudes y nuestros talentos innatos.

REDEFINIR EL ÉXITO
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”
(Jesús de Nazaret)

El objetivo de este autoconocimiento y desarrollo personal es dar lo mejor de nosotros mismos a través del ejercicio de una profesión útil y con sentido, lo que a su vez repercute directamente sobre nuestro bienestar emocional. Ya lo afirmó el filósofo Voltaire: “He decidido hacer lo que me gusta porque es bueno para mi salud”. Para lograrlo, hemos de echar un vistazo al mercado y ver qué podemos aportar en este momento a la sociedad. Así, el cambio de paradigma que surge al descubrir y alinearnos con nuestra verdadera vocación profesional consiste en concebirnos como lo que en realidad somos, la “oferta”, y no la “demanda”, como tan acostumbrados estamos a vernos.

La finalidad de este viaje hacia dentro es redescubrir que es para cada uno de nosotros el “éxito”. Según los dos filósofos más destacados del management actual –Steven Covey y Fredy Kofman–, en la nueva economía que se avecina el verdadero éxito implicará tres cosas: “hacer lo que amamos” (estrechamente relacionado con lo que somos en esencia, de ahí que nos apasione y nos haga vibrar), “amar lo que hacemos” (vivir nuestra función con coraje, compromiso y entusiasmo, lo que depende, sobre todo, de nuestra actitud) y concebir dicha profesión con “vocación de servicio”, siendo muy conscientes de que la auténtica felicidad brota de nuestro interior al hacer felices a los demás. De ahí que el poeta y filosofó hindú Rabindranath Tagore expresara que “quién no vive para servir no sirve para vivir”.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 21 de junio de 2009.