Todos somos como un famoso rey de Babilonia.
Su nombre era Nabucodonosor.
Era muy poderoso, era el amo del mundo.
Sabía que era un hombre como cualquier otro pero tenía algo que lo hacía diferente; contaba con un poder misterioso que lo respaldaba y que hacía que se cumplieran todos sus deseos.
Pero un día enfermó; perdió el juicio y se fue a los bosques donde vagaba desnudo y comía pasto como si fuera una cabra salvaje.
Durante varios años vivió así, pasando frío, sin casa, sin comida, sin dignidad.
Olvidó que era el rey de Babilonia.
Eligió esa vida miserable porque se afectó su mente, su comprensión de quién era.
Pero un día recordó y dejó los bosques.
Regresó a Babilonia y reclamó su reino.
Lo obtuvo inmediatamente.
Su reino lo esperó todos esos años, pero no fue a buscarlo ni lo presionó para que dejara esa vida alienada.
Todos nosotros somos como ese rey.
Tenemos un reino para vivir con lo mejor del mundo y que nos está esperando.
Ese Reino es nuestra mente subconsciente.
Nuestra mente nunca se separa de nosotros.
Es como nuestra sombra, nos sigue a todas partes.
Está allí como un perro fiel que nunca nos deja.
Da igual si vivimos en un país rico o en un país pobre.
Realmente somos afortunados, pero lo olvidamos totalmente.
Buda decía que el mayor de los males era la ignorancia.
Por eso es tan importante estudiar las leyes universales.
Nuestra mente siempre está allí y tiene dos aspectos funcionales.
Uno es yin (subconsciente) y el otro es yang (consciente).
Uno es pequeño y el otro es grande.
Uno ordena y el otro toma la orden.
El subconsciente no cuestiona ni discute; toma la orden y pasa a ejecutarla.
Tiene un poder absoluto porque es la misma inteligencia infinita.
No discrimina porque su tarea es reproducir la información que le llega, como un útero fértil que acepta cualquier semilla y procede a darle forma de inmediato.
Nosotros damos las órdenes con nuestra boca, con nuestras palabras.
Y las palabras traducen nuestros pensamientos.
Tenemos la libertad pero la usamos para crear nuestro exilio.
Tenemos la libertad pero elegimos los alimentos menos sanos.
Tenemos la libertad pero elegimos las palabras más duras y ofensivas.
Tenemos la libertad pero elegimos pasar el tiempo con personas que no nos respetan ni nos valoran.
Tenemos la libertad pero elegimos mirar series en vez de leer libros.
Dice un dicho zen que cuando el discípulo está preparado aparece el maestro.
Pero el discípulo debe madurar y para madurar debe pasar por pruebas duras como el rey en los bosques pasó hambre y frío.
Y tal vez por esa razón debemos esperar más cuando todo parece ponerse en nuestra contra.
Porque nuestro despertar está cerca, estamos listos para recibir la sana enseñanza.
-Martín Macedo-
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