miércoles, 20 de abril de 2016

Re programa tu inconsciente cambiando como hablas

Lo usamos tan naturalmente como respiramos y la mayoría de nosotros no le presta mucha atención. El lenguaje es una poderosa herramienta para comunicar y tiene más influencia sobre nuestras vidas de lo que nos damos cuenta. ¿Te ha pasado lo típico de hacer justo lo contrario de lo que querías? Eso de que cruzas los dedos para que algo no pase, y pasa. “No me quiero caer, no me quiero caer” y te tropiezas; “no puedo fallar, no puedo fallar” y fallas; “no debo decirle eso a esa persona” y, cuando menos lo pensaste, se te escapa. Las causas están arraigadas en aquella misteriosa parte de nuestro cerebro que ha fascinado a los científicos por más de un siglo: el inconsciente

Entendiendo un poco al inconsciente

El inconsciente es aquella parte de nuestra mente de la cual no estamos conscientes. Es la parte que se encarga de hacer funcionar nuestro cuerpo, de interpretar y almacenar la información recibida por nuestros cinco sentidos (que, se estima, es 11 mega bits de información por segundo), organiza y guarda recuerdos, y cumple un sinnúmero de otras funciones relacionadas. Hay estudios que sugieren que nuestras decisiones, acciones, emociones y las formas de comportarnos dependen en un 95% de las ideas y creencias que se da de manera inconsciente. 

En contraste, la parte consciente de nosotros (que constituiría el 5% restante de nuestra forma de pensar) es aquella sobre la que estamos ¡sorpresa! conscientes mientras estamos despiertos. Es la voz dentro de nuestra cabeza y funciona lógica, racional y secuencialmente; ordena la información, busca patrones y la procesa y clasifica de manera que podamos entenderla. Ahora bien, lo que hay que destacar es que cuando decimos algo conscientemente, puede tener efectos en nuestro inconsciente. 

Una característica esencial del inconsciente es que funciona a través de símbolos e imágenes, en vez de texto o letras. Esto implica que, como el mismo Freud lo sostuvo en su tiempo, el inconsciente no procesa negativos. Si te digo: “no pienses en una silla roja”, ¿qué se te viene a la mente? Muy probablemente, una silla roja. De la misma manera, si me digo a mí mismo “no puedo fallar”, “no quiero caerme” o “no debo comer papas fritas”, el inconsciente tendría imágenes de fallar, caer y papas fritas (independiente de que sean cosas que te gusten o no). Esto no quiere decir que siempre falle, me caiga o zambulla la cara en una bolsa de papas Lay’s, pero aumenta considerablemente las probabilidades de que estas cosas sucedan. 

¿Qué puedo hacer al respecto? 

Refrasear (esto es, poner lo mismo en palabras distintas o con otro ángulo), y expresar tus deseos afirmativamente. “Quiero triunfar”, “quiero mantener el equilibrio” o “quiero resistir la tentación”, “quiero mantener la figura”, para los ejemplos dados arriba. Si todavía no te convence esto, piensa lo siguiente: ¿qué es mejor? ¿Decir “no soy un mentiroso”, o  “soy una persona que dice la verdad”? ¿“Voy a no fallar” o “voy a hacer las cosas bien”?

Esta herramienta (pues sí, es una herramienta) es muy popular entre los políticos y oradores en general, como podrás imaginar, y además puede hacer una gran diferencia en tu día a día. 

Del "no puedo" al "debo mejorar"

Todos tenemos cosas que nos gustan y que no nos gustan. La pregunta es: ¿en qué me quiero enfocar? El poner más atención a las cosas negativas es un aspecto natural de nuestro cerebro. Referido por el neuropsicólogo norteamericano Rick Hanson como el “sesgo negativo”, la información negativa es, instintivamente, más relevante para nuestro cerebro pues activa nuestros mecanismos de supervivencia. En sus palabras, “el cerebro es como velcro para las experiencias negativas y teflón para las positivas.  El resultado natural es un creciente –e injusto- residuo de dolor emocional, pesimismo e inhibición entumecedora en nuestra memoria implícita”. Eso sí, el mismo Hanson dice que con un poco de esfuerzo y consciencia, esto se puede vencer. 

Si me repito una y otra vez que “no me gustan las clases” o “no me gusta el fútbol” (dos cosas que son perfectamente válidas) claramente no lo voy a pasar bien en ambas, y quizás hasta me angustie pensando al respecto. Pero, si refraseo, puedo encontrar una manera más productiva y hábil de enfrentar estas incomodidades: “me gustaría pasarlo mejor en clases”, “me gustan más los fines de semana” o “quisiera ser mejor para el fútbol” (y mejor aún, ponerse un objetivo "debo entrenar para ser mejor en el fútbol"), el punto de enfoque cambia. Podemos concentrarnos en lo que nos gusta o en maneras para trabajar en aquello que no nos gusta tanto, en vez de sentir aquella vieja impotencia cada vez que nos encontrábamos en clase o en medio de un partido. Para algunas personas esto cuesta en un comienzo, pero con práctica se hace más fácil y más natural. 

Lo mismo corre para la opinión de nosotros mismos. Somos muy susceptibles a las "etiquetas" y una vez que las adoptamos ("no soy bueno para las matemáticas") es muy difícil dejarlas de lado, pues las transformamos en nuestra realidad. Por eso, es importante no etiquetarse y buscar formas positivas de expresar lo mismo ("me falta mejorar en matemáticas") de modo que para nuestro inconsciente, pase de ser una característica inmutable, a un estado temporal posible de modificar. 
Refraseando objetivos

Algo similar ocurre a otro nivel, cuando queremos lograr algo. “No quiero ser gordo”, “no quiero seguir endeudándome”. Vas a sentirte mejor y estar en mejor camino para lograr un cambio efectivo si re fraseas esas aseveraciones a “quiero adelgazar”, “quiero ser responsable con mi manejo del dinero” y “quiero aprender a ser productivo”, por dar tres ejemplos. 

En el ámbito del coaching, se dice que la mente consciente es la que fija los objetivos, y el inconsciente es el que se encarga de lograrlos. Con esto en mente, para fijar metas sólidas lo más recomendable es que el objetivo esté fraseado afirmativamente (“quiero perder peso”, “quiero ahorrar dinero”), ser específico (“quiero perder X kilos”, “quiero ahorrar X pesos”) y poner un período de tiempo (“quiero perder X kilos al 30 de diciembre de este 2014”, “quiero ahorrar X pesos al 24 de abril del 2015”). 

Obviamente, hay personas que pueden decir “no quiero ser gordo” e ir, ponerse a régimen y bajar la cantidad de peso que quieran sin tener que re frasear al afirmativo el objetivo. Asimismo, puede haber veces donde pensamos “no quiero caerme” y no nos caemos. El punto es que aumentamos considerablemente nuestras probabilidades de éxito, bienestar y felicidad cuando aprovechamos al máximo el apoyo de nuestro inconsciente para lograr nuestros objetivos y resolver nuestros problemas.

Puede que nuestro cerebro esté, por defecto, diseñado para enfocarse en ideas y eventos negativos, pero hay varias disciplinas y corrientes teóricas que afirman y han comprobado que, con un poco más de esfuerzo y energía, se puede dar vuelta eso y enfocarse en lo positivo. Esto no quiere decir que evitemos el “no” por completo, al contrario; se trata de que estemos conscientes de cómo decimos las cosas, y que sepamos que lo que decimos y cómo lo decimos tiene un efecto sobre nosotros y también sobre los demás. 

-  Bruno Carrillo -


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