DIAGNÓSTICO PROSPECTIVO. APUNTES PARA UNA POSIBLE REVOLUCIÓN COPERNICANA EN PSICOTERAPIA, PSICOTERAPIA Y TERAPIA DE PAREJA. SEGUNDA ENTREGA
2 - “Condicionamiento” versus “Determinismo causal absoluto”
Veamos, ahora, con mayor rigor crítico y autocrítico, el verdadero alcance y significado de la refutación del paradigma determinista en disciplinas que intentan hacernos comprensible la extraordinaria variación de respuestas humanas en materia de actitudes y de conductas.
Nuestra posición en relación con el determinismo causal en esta materia es clara: la explicación causal resulta indudablemente también válida y pertinente en el conocimiento de las actitudes y las conductas humanas. Incluso, resulta necesaria y diríamos, imprescindible. Pero, en nuestra opinión, lo que no resulta es suficiente.
Intentemos ahondar en este distingo que resulta decisivo para entender el significado de nuestro cuestionamiento. En las llamadas ciencias de la naturaleza, es decir en el conocimiento de los fenómenos no humanos, la explicación en base al paradigma de determinismo causal es exhaustiva: la explicación de los fenómenos se agota con el descubrimiento de las causas que los determinan. En este ámbito, la explicación causal (y sólo causal) es necesaria pero también es suficiente.
Ahora bien: en el ámbito de las problemáticas psicológicas y existenciales, en el ámbito del saber de lo humano, las cosas no son tan simples. Mientras que en el ámbito no humano todo aparece determinado por el pasado, por las causas que lo determinan, en el ámbito de lo humano se agregan, en forma decisiva, a los factores causales que “condicionan” desde el pasado, “las expectativas” que determinan desde el futuro. Es a esto a lo que designamos como “sobre-determinación ética.”
O, dicho lisa y claramente: a los seres humanos los condicionan las vicisitudes y las influencias de su pasado, pero también, y en forma decisiva, los valores por los que optan y en función de los cuales se orientan hacia el futuro y en función de los cuales las vidas de los hombres y de las mujeres se llenan de sentido o se hunden en el vacío existencial.
Sin lugar a dudas, Jean Paul Sartre se constituye , a este respecto, en uno de los pensadores que han expresado, con la fuerza del pensamiento más riguroso unida a lo que Vaz Ferreira llamaba “sentido común hiperlógico”, lo esencial de eso que nosotros llamamos “sobredeterminación ética” de las respuestas propiamente humanas.
Sartre empieza, desde el arranque, por ubicar su planteo más allá de los dogmatismos radicales tanto de los ortodoxos libertarios como de los ortodoxos deterministas. A propósito, nos dice al respecto:
“Nadie puede demostrar que somos libres. Nadie puede demostrar que no somos libres. En consecuencia, sólo cabe apostar.”
Es decir: quien apuesta por la libertad se hace libre. Quien apuesta por la fatalidad la constituye, siguiendo aquel aserto de que “quien cree en la fatalidad, crea la fatalidad”.
Es el mismo Sartre que nos dice: “Soy el que no soy y no soy el que soy”. (Es decir, soy el que no soy todavía y no soy el que soy ya). O, dicho de otro modo: en realidad más que lo que soy ahora, soy mi proyecto de ser.
Y, todavía agrega: “Lo importante no es lo que los otros o las circunstancias han hecho de mi, sino lo que yo haga con lo que los otros o las circunstancias han hecho de mí.”
Aludiendo a las llamadas “contradicciones de género”, Simone de Beauvoir, la compañera de Sartre, nos dice: “La mujer no es, sino que se hace”. Y, en una agenda feminista, se nos advierte de que“el hombre sigue buscando a la mujer que “ya” no existe, mientras que las mujeres siguen buscando al hombre que “todavía” no existe.”
En este mismo sentido se multiplican los testimonios de otros pensadores. Veamos algunos:
Anthony Giddens, en su “Transformaciones de la intimidad”, anota que “sólo si somos capaces de cancelar el pasado podemos aspirar a colonizar el futuro” (a lo que nosotros agregamos que “sólo si nos decidimos entusiastamente a colonizar el futuro, seremos capaces de cancelar el pasado”). Nietzsche, en su “Así hablaba Zaratustra”, afirma aforísticamente:“Quien tiene un para qué soporta cualquier cómo”.
Víktor Frankl, cuando finalmente lo liberan de una larga reclusión en uno de los peores campos de concentración de la Alemania nazi y se encuentra en total soledad (toda su familia ha sido asesinada por el nazismo), escribe un trabajo que se titula “A pesar de todo hay que decirle sí a la vida”.
Finalmente, un ejemplo extraordinariamente elocuente de cómo puede funcionar, en los hechos y bien pragmáticamente, la que nosotros llamamos “sobredeterminación ética”. Nos referimos al ejemplo que nos ofrece Antón Makarenko en su obra “El poema pedagógico”, cuando nos describe la ceremonia, casi sacramental, con que se presentaba a cada nuevo pupilo en la Colonia reeducacional de delincuentes menores “Máximo Gorki” en los tiempos iniciales de la Revolución Rusa: cuando ingresaba un nuevo colono, traído por la policía soviética, se procedía a bañarlo, a cortarle el pelo y a proveerlo del uniforme de la colonia. Luego se procedía a presentarlo al resto de los pupilos formados en la plaza de la colonia. En ese momento, y en un clima de solemne ceremonia, especialmente preparado, se procedía a quemar en una hoguera, junto con los harapos con que había llegado vestido, el expediente judicial en que constaba su historia delictiva y el expediente psicológico y psiquiátrico que recogía su historia clínica.
De este modo, se cancelaba (como quería Giddens) simbólicamente el pasado y se abrían “las perspectivas jubilosas” que, según Makarenko, volverían la vida del nuevo colono “digna de ser vivida”.
Es interesante, frente a la elocuencia de todos estos planteamientos y de todos estos testimonios, constatar el silencio casi absoluto de los variados enfoques psicoterapéuticos, sexoterapéuticos y de la llamada terapia de pareja en materia de incorporar lo que nosotros llamamos “diagnóstico prospectivo”. Todo se agota, en ellos, en bucear y escarbar en las posibles “causas” retrospectivas en procura de lograr establecer una probable etiología de los trastornos (porque, y es buenos destacarlo, sólo se interesan por los “trastornos”, por las “patologías”, nunca por “los bienestares”, por “las plenitudes”, por “las euforias” que, indudablemente, también existen y también merecerían ser tenidas en cuenta).
Este silencio, por otra parte, estaría probando, por sí solo, que los pretendidos “trabajadores de la salud” son, en realidad, “trabajadores de la enfermedad”, que permanecen indiferentes o ciegos ante los estados vitales de salud y de bienestar.
Pues bien: este distingo, en el que venimos ahondando, entre “determinismo causal” y “condicionamiento” nos va a permitir echar luz sobre lo que debería ser el verdadero sentido de las llamadas psicoterapias, sexoterapias y terapias de pareja. Obviamente, todas ellas intentan alcanzar cambios saludables que les permitan a las personas librarse de sus trastornos, solucionar sus problemas o superar sus conflictos. Estos cambios tendrían que resultar no sólo como posibles en principio, sino también como factibles en la práctica (diría Pichón Rivière, como funcionales conceptual y operativamente).
Y es aquí que cabe que establezcamos un principio autoevidente de decisiva importancia: no existen cambios posibles y factibles si no están dadas “las condiciones” que los hagan posibles y factibles.
Es aquí que nuestro concepto de “condicionamiento” se vuelve extraordinariamente fecundo. Trataremos de explicitarlo haciéndolo lo más intuible y comprensible posible para cualquiera que tenga auténticas inquietudes por entender y vocación mínimamente reflexiva.
En este mismo sentido se multiplican los testimonios de otros pensadores. Veamos algunos:
Anthony Giddens, en su “Transformaciones de la intimidad”, anota que “sólo si somos capaces de cancelar el pasado podemos aspirar a colonizar el futuro” (a lo que nosotros agregamos que “sólo si nos decidimos entusiastamente a colonizar el futuro, seremos capaces de cancelar el pasado”). Nietzsche, en su “Así hablaba Zaratustra”, afirma aforísticamente:“Quien tiene un para qué soporta cualquier cómo”.
Víktor Frankl, cuando finalmente lo liberan de una larga reclusión en uno de los peores campos de concentración de la Alemania nazi y se encuentra en total soledad (toda su familia ha sido asesinada por el nazismo), escribe un trabajo que se titula “A pesar de todo hay que decirle sí a la vida”.
Finalmente, un ejemplo extraordinariamente elocuente de cómo puede funcionar, en los hechos y bien pragmáticamente, la que nosotros llamamos “sobredeterminación ética”. Nos referimos al ejemplo que nos ofrece Antón Makarenko en su obra “El poema pedagógico”, cuando nos describe la ceremonia, casi sacramental, con que se presentaba a cada nuevo pupilo en la Colonia reeducacional de delincuentes menores “Máximo Gorki” en los tiempos iniciales de la Revolución Rusa: cuando ingresaba un nuevo colono, traído por la policía soviética, se procedía a bañarlo, a cortarle el pelo y a proveerlo del uniforme de la colonia. Luego se procedía a presentarlo al resto de los pupilos formados en la plaza de la colonia. En ese momento, y en un clima de solemne ceremonia, especialmente preparado, se procedía a quemar en una hoguera, junto con los harapos con que había llegado vestido, el expediente judicial en que constaba su historia delictiva y el expediente psicológico y psiquiátrico que recogía su historia clínica.
De este modo, se cancelaba (como quería Giddens) simbólicamente el pasado y se abrían “las perspectivas jubilosas” que, según Makarenko, volverían la vida del nuevo colono “digna de ser vivida”.
Es interesante, frente a la elocuencia de todos estos planteamientos y de todos estos testimonios, constatar el silencio casi absoluto de los variados enfoques psicoterapéuticos, sexoterapéuticos y de la llamada terapia de pareja en materia de incorporar lo que nosotros llamamos “diagnóstico prospectivo”. Todo se agota, en ellos, en bucear y escarbar en las posibles “causas” retrospectivas en procura de lograr establecer una probable etiología de los trastornos (porque, y es buenos destacarlo, sólo se interesan por los “trastornos”, por las “patologías”, nunca por “los bienestares”, por “las plenitudes”, por “las euforias” que, indudablemente, también existen y también merecerían ser tenidas en cuenta).
Este silencio, por otra parte, estaría probando, por sí solo, que los pretendidos “trabajadores de la salud” son, en realidad, “trabajadores de la enfermedad”, que permanecen indiferentes o ciegos ante los estados vitales de salud y de bienestar.
Pues bien: este distingo, en el que venimos ahondando, entre “determinismo causal” y “condicionamiento” nos va a permitir echar luz sobre lo que debería ser el verdadero sentido de las llamadas psicoterapias, sexoterapias y terapias de pareja. Obviamente, todas ellas intentan alcanzar cambios saludables que les permitan a las personas librarse de sus trastornos, solucionar sus problemas o superar sus conflictos. Estos cambios tendrían que resultar no sólo como posibles en principio, sino también como factibles en la práctica (diría Pichón Rivière, como funcionales conceptual y operativamente).
Y es aquí que cabe que establezcamos un principio autoevidente de decisiva importancia: no existen cambios posibles y factibles si no están dadas “las condiciones” que los hagan posibles y factibles.
Es aquí que nuestro concepto de “condicionamiento” se vuelve extraordinariamente fecundo. Trataremos de explicitarlo haciéndolo lo más intuible y comprensible posible para cualquiera que tenga auténticas inquietudes por entender y vocación mínimamente reflexiva.
Empezaremos por recurrir a un testimonio extraído de un ámbito completamente diferente del de las pretendidas “terapias” pero que, según nuestra opinión, tiene indudable aplicación a las mismas. Veamos en qué consiste:
No bien culminada la Revolución Cubana, Fidel Castro, en la conocida II Declaración de La Habana, decía lo siguiente:
“La tarea de todo revolucionario es hacer la revolución, si las condiciones están dadas. Si las condiciones no están dadas, la tarea del revolucionario es dedicarse a crearlas”.
Naturalmente, él se refería a las revoluciones políticas. Lo que nosotros creemos es que el mismo principio puede extenderse a todo cambio, a toda posible “revolución” que intente modificar y superar, en cualquier ámbito, el respectivo statu quo.
En efecto: todo cambio revolucionario, y no sólo los cambios políticos, es inconcebible sin un diagnóstico y un pronóstico prospectivos. Y sin una militancia decidida a promover y a realizar los cambios.
El testimonio de Fidel Castro importa, además, porque una revolución socialista en tiempos de la Guerra Fría (y, diríamos, en cualquier tiempo) y a doscientas millas de la península de La Florida aparecía, aún para los más idealistas, como una utopía irrealizable. Sin embargo, pudo ser y, lo más importante, sigue siendo. Es evidente que este éxito sólo se explica, porque, en su caso, “las condiciones estaban dadas”. Y porque hubo quienes, refutando todos los fatalismos históricos, políticos y económicos, se embarcaron decididamente en el proyecto de hacer posible un futuro revolucionario.
Pues bien, de igual manera, y viniendo ahora al tema que nos importa directamente, entendemos que ningún “paciente” de conflictos psicológicos o existenciales puede “curarse” si no es capaz de convertirse primero en “visionario” y luego en “agente activo”, en “protagonista”, en “militante” de un revolucionario proyecto de futuro.
Es aquí que tiene todo su peso la imagen de los seres humanos no sólo empujados por el pasado, sino, sobre todo, atraídos por el futuro. De acuerdo a ella, la “misión” (mucho más que la “tarea” o la “ocupación”) del llamado “terapeuta” (que, en realidad, tendría que actuar como “orientador” o como “guía”), sería la de despertar, aprovechando los recursos de su formación, los pujos libertarios y revolucionarios del presunto “paciente” para que asuma el rol protagónico de “agente”, de constructor autónomo de su propio futuro.
Y, para ello, lo primero a lograr será precisar, con el mayor rigor posible, si las condiciones están dadas para el cambio o si será necesario ponerse a la tarea de crearlas.
Y es aquí que “las causas determinantes” se deben transformar en “condiciones habilitantes”. Y que esto es posible no lo afirmamos sólo nosotros sino que, y es bueno anotarlo, se ha convertido en uno de los principios de éxito de lo que se ha dado en llamar “planificación estratégica”. Esta, que se ha desarrollado profusamente sobre todo en el ámbito del empresismo y del marketing, vive repitiendo que lo que asegura el éxito de un emprendimiento cualquiera es ser capaz de transformar los obstáculos en oportunidades, de cambiarle el sentido a las dificultades convirtiéndolas en desafíos.
¿Cómo hacerlo? Toda la Planificación Estratégica se resume en un profuso recetario (del tipo de “Mecánica Popular” o de “hágalo usted mismo”). En este mismo sentido, también es esperable que quienes nos lean nos pregunten: “¿Cómo lograr que el pasivo “paciente” se transforme en el activo “protagonista” de su propio futuro? ¿Cómo tendrá que procesarse esta transformación para que resulte prácticamente posible?
Nosotros reconocemos que, para los pragmáticos tecnócratas de las distintas terapias, nuestro planteo ha de resultar demasiado “idealista”. Y es de esperar que nos pregunten:
¿Cómo lograr que la visión de futuro resulte “eficiente” para modificar creativamente un presente agudamente problemático, abrumado por el peso incuestionable de un pasado lamentable? ¿De dónde puede el proyecto de futuro sacar la fuerza eficiente para cambiar la herencia maldita que nos ha dejado un pasado traumático y traumatizante?
Es cierto que la ingenua y optimista confianza en el futuro suele resultar, aunque encomiable, excesivamente romántica y quijotesca, frente a la contundencia del imperio efectivo de las pulsiones orgánicas, de los impulsos del inconsciente, de las presiones sociales y culturales que nos incitan a la búsqueda compulsiva de placer, de poder y de lucro y que aparecen como los verdaderos factores decisivos conformadores de la historia práctica y concreta de todos los días.
Volvamos, pues, a la pregunta decisiva: ¿de dónde sacará la “sobredeterminación ética” la fuerza, la energía necesaria, para incidir efectivamente en la historia de los seres humanos y promover e implementar cambios psicológicos y existenciales revolucionarios?
La respuesta intentaremos desarrollarla no por medio de eruditos razonamientos académicos, sino recurriendo a ejemplos y a metáforas que hagan su comprensión más directa e intuitiva y menos abstractamente especulativa.
A este respecto, una analogía que nos resulta extraordinariamente elocuente es la que compara las vicisitudes de un “paciente” enfrentado a sus síntomas, a sus trastornos, a sus conflictos, es decir, enfrentado a las fuerzas irracionales que lo dominan, con las vicisitudes del navegante de una embarcación a vela, de un velero, enfrentado a los azarosos caprichos de los vientos, de las mareas y de las correntadas.
La comparación resulta muy elocuente porque tanto el “paciente” como el navegante tienen que habérselas con fuerzas que sienten como omnipotentes. Con la diferencia de que, mientras el paciente padece pasivamente las fuerzas que lo dominan, el navegante “aprovecha” activamente las fuerzas que impulsan sus velas para atravesar mares y océanos y arribar, finalmente, al puerto que, libremente, ha decidido elegir como su destino.
Es decir, del mismo modo que la visualización del puerto de arribo para el navegante, la atracción desde el futuro, la causalidad invertida que nosotros llamamos “sobre-determinación ética”, no precisa otras fuerzas para resultar eficiente, para “curar” las presuntas “patologías”, que las mismas fuerzas, que los mismos impulsos que, librados a sí mismos, provocan los síntomas. De ese modo se logra, como lo quería Víctor Frankl, trasformar creativamente los “síntomas” en “aportes”.
O sea: lo que logra cambiar revolucionariamente los hechos es cambiarle “el sentido” a los hechos: es conseguir que el mismo viento que nos arrastra irracionalmente a su antojo, pase a hinchar las velas de un nuevo proyecto existencial que nos haga dueños de nuestro futuro.
No bien culminada la Revolución Cubana, Fidel Castro, en la conocida II Declaración de La Habana, decía lo siguiente:
“La tarea de todo revolucionario es hacer la revolución, si las condiciones están dadas. Si las condiciones no están dadas, la tarea del revolucionario es dedicarse a crearlas”.
Naturalmente, él se refería a las revoluciones políticas. Lo que nosotros creemos es que el mismo principio puede extenderse a todo cambio, a toda posible “revolución” que intente modificar y superar, en cualquier ámbito, el respectivo statu quo.
En efecto: todo cambio revolucionario, y no sólo los cambios políticos, es inconcebible sin un diagnóstico y un pronóstico prospectivos. Y sin una militancia decidida a promover y a realizar los cambios.
El testimonio de Fidel Castro importa, además, porque una revolución socialista en tiempos de la Guerra Fría (y, diríamos, en cualquier tiempo) y a doscientas millas de la península de La Florida aparecía, aún para los más idealistas, como una utopía irrealizable. Sin embargo, pudo ser y, lo más importante, sigue siendo. Es evidente que este éxito sólo se explica, porque, en su caso, “las condiciones estaban dadas”. Y porque hubo quienes, refutando todos los fatalismos históricos, políticos y económicos, se embarcaron decididamente en el proyecto de hacer posible un futuro revolucionario.
Pues bien, de igual manera, y viniendo ahora al tema que nos importa directamente, entendemos que ningún “paciente” de conflictos psicológicos o existenciales puede “curarse” si no es capaz de convertirse primero en “visionario” y luego en “agente activo”, en “protagonista”, en “militante” de un revolucionario proyecto de futuro.
Es aquí que tiene todo su peso la imagen de los seres humanos no sólo empujados por el pasado, sino, sobre todo, atraídos por el futuro. De acuerdo a ella, la “misión” (mucho más que la “tarea” o la “ocupación”) del llamado “terapeuta” (que, en realidad, tendría que actuar como “orientador” o como “guía”), sería la de despertar, aprovechando los recursos de su formación, los pujos libertarios y revolucionarios del presunto “paciente” para que asuma el rol protagónico de “agente”, de constructor autónomo de su propio futuro.
Y, para ello, lo primero a lograr será precisar, con el mayor rigor posible, si las condiciones están dadas para el cambio o si será necesario ponerse a la tarea de crearlas.
Y es aquí que “las causas determinantes” se deben transformar en “condiciones habilitantes”. Y que esto es posible no lo afirmamos sólo nosotros sino que, y es bueno anotarlo, se ha convertido en uno de los principios de éxito de lo que se ha dado en llamar “planificación estratégica”. Esta, que se ha desarrollado profusamente sobre todo en el ámbito del empresismo y del marketing, vive repitiendo que lo que asegura el éxito de un emprendimiento cualquiera es ser capaz de transformar los obstáculos en oportunidades, de cambiarle el sentido a las dificultades convirtiéndolas en desafíos.
¿Cómo hacerlo? Toda la Planificación Estratégica se resume en un profuso recetario (del tipo de “Mecánica Popular” o de “hágalo usted mismo”). En este mismo sentido, también es esperable que quienes nos lean nos pregunten: “¿Cómo lograr que el pasivo “paciente” se transforme en el activo “protagonista” de su propio futuro? ¿Cómo tendrá que procesarse esta transformación para que resulte prácticamente posible?
Nosotros reconocemos que, para los pragmáticos tecnócratas de las distintas terapias, nuestro planteo ha de resultar demasiado “idealista”. Y es de esperar que nos pregunten:
¿Cómo lograr que la visión de futuro resulte “eficiente” para modificar creativamente un presente agudamente problemático, abrumado por el peso incuestionable de un pasado lamentable? ¿De dónde puede el proyecto de futuro sacar la fuerza eficiente para cambiar la herencia maldita que nos ha dejado un pasado traumático y traumatizante?
Es cierto que la ingenua y optimista confianza en el futuro suele resultar, aunque encomiable, excesivamente romántica y quijotesca, frente a la contundencia del imperio efectivo de las pulsiones orgánicas, de los impulsos del inconsciente, de las presiones sociales y culturales que nos incitan a la búsqueda compulsiva de placer, de poder y de lucro y que aparecen como los verdaderos factores decisivos conformadores de la historia práctica y concreta de todos los días.
Volvamos, pues, a la pregunta decisiva: ¿de dónde sacará la “sobredeterminación ética” la fuerza, la energía necesaria, para incidir efectivamente en la historia de los seres humanos y promover e implementar cambios psicológicos y existenciales revolucionarios?
La respuesta intentaremos desarrollarla no por medio de eruditos razonamientos académicos, sino recurriendo a ejemplos y a metáforas que hagan su comprensión más directa e intuitiva y menos abstractamente especulativa.
A este respecto, una analogía que nos resulta extraordinariamente elocuente es la que compara las vicisitudes de un “paciente” enfrentado a sus síntomas, a sus trastornos, a sus conflictos, es decir, enfrentado a las fuerzas irracionales que lo dominan, con las vicisitudes del navegante de una embarcación a vela, de un velero, enfrentado a los azarosos caprichos de los vientos, de las mareas y de las correntadas.
La comparación resulta muy elocuente porque tanto el “paciente” como el navegante tienen que habérselas con fuerzas que sienten como omnipotentes. Con la diferencia de que, mientras el paciente padece pasivamente las fuerzas que lo dominan, el navegante “aprovecha” activamente las fuerzas que impulsan sus velas para atravesar mares y océanos y arribar, finalmente, al puerto que, libremente, ha decidido elegir como su destino.
Es decir, del mismo modo que la visualización del puerto de arribo para el navegante, la atracción desde el futuro, la causalidad invertida que nosotros llamamos “sobre-determinación ética”, no precisa otras fuerzas para resultar eficiente, para “curar” las presuntas “patologías”, que las mismas fuerzas, que los mismos impulsos que, librados a sí mismos, provocan los síntomas. De ese modo se logra, como lo quería Víctor Frankl, trasformar creativamente los “síntomas” en “aportes”.
O sea: lo que logra cambiar revolucionariamente los hechos es cambiarle “el sentido” a los hechos: es conseguir que el mismo viento que nos arrastra irracionalmente a su antojo, pase a hinchar las velas de un nuevo proyecto existencial que nos haga dueños de nuestro futuro.
Dicho con las palabras de Herman de Keyserling, “darse maña para poner al Diablo al servicio de Dios”.
(continuará)
(continuará)
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