No todo lo que ocurre puede ser explicado con una serie de causas y efectos. Hay conexiones de sucesos que no son fáciles de explicar. La casualidad es, sin duda alguna, una faceta de la ciencia que ha servido de fuente de preocupación a diversos pensadores a lo largo de los siglos.
El ser humano, desde el momento en que se entendió como tal, siempre buscó explicar la realidad que lo circundaba. Esta realidad, muchas veces, le parecía caótica. Siendo así, buscó medios con que poder dar un encadenar lógico a los sucesos naturales que se le presentaban a la vista. Así, se empeñó en conocer el mundo y la naturaleza en sus diversos aspectos.
Ya desde el origen de la Historia conocida surgen diversos mitos que intentan explicar quién hace llover, por qué llueve, por qué el Sol nace dando origen a la luz, por qué la Luna lo sustituye dando origen a la noche, etc. Sus explicaciones volvían siempre a un Dios o a una especie de entidad que, de manera sobrenatural, hacía que algo aconteciera en el mundo fenoménico que habitaban. Para que se tenga una idea en cuanto a la vieja estructura mental que buscaba una explicación a los hechos desconocidos, basta que el lector vea cómo el anochecer y el amanecer son descritos en el libro egipcio Am-Triat, en que es relatado cómo el dios Sol muerto se transforma en Khepera o escarabajo en la décima estación, y cómo, en la duodécima, sube en una barca que lo transportará rejuvenecido a un nuevo amanecer.
La Historia transcurrió y, con el tiempo, toda esta forma de explicación mítica fue puesta en duda, y la llamada ciencia moderna comenzó a seguir el conocido modelo del método científico. Según dicho modelo, si el evento B, por ejemplo, puede ser observado, este deriva de un evento A, antecedente que lo causó, y si viene a presentarse un evento C, este indefectiblemente debe haber sido causado por B. Así, todo en la naturaleza iría manifestándose a través de una cadena de acontecimientos, todo estará explicado a través de una causa que produce un efecto (relación causa-efecto o relación causal).
De acuerdo con estos patrones de la forma de pensar, para que algo sea considerado real, debe ser primeramente observable y controlable. Después se intentará delimitar cuál es el fenómeno que lo antecede o provoca. Si no es posible encontrar alguna relación entre el hecho en cuestión y un antecedente cualquiera que pueda haberlo causado, este hecho no es considerado, es decir, los científicos lo dejan de lado bajo pretexto de que no encontraron relación causal alguna del hecho en cuestión.
La ciencia llegó a atribuir al azar ciertas situaciones en las cuales no encontraba relación causal. La genética es una de ellas. Hoy se sabe que si una persona portadora de un genotipo Mm (normal portador para un gen que determina la miopía) se casa con un portador/a de genotipo mm (miope), esta pareja tiene una probabilidad del 50% de que se vean afectados por esta enfermedad. Se sabe que para tener un hijo normal portador, basta que este reciba un gen normal (M) y uno afectado (m); para tener un hijo afectado, basta que reciba dos genes recesivos; pero en la genética, lo que causa la unión de dominante con otro también dominante, o la unión de dos recesivos, todavía es atribuido al azar, pues este proceso aún no consiguió probarse a través de una relación causal. Lo mismo sucede en lo concerniente a la determinación de los sexos.
La ciencia positivista pasó a determinar la llamada causalidad a través de un método estadístico, y esta verdad estadística se volvió el fundamento filosófico de la atribución de la causalidad. La psicología experimental, de hecho, es una parte de la psicología que tiene por objeto estudiar la emisión de comportamientos por parte de un organismo.
Un ratón en la caja de Skinner, por ejemplo, está obligado a presionar la palanca de accionamiento del depósito de agua para poder beber. La psicología experimental plantea que la privación de agua (A) provoca el comportamiento del ratón sobre la palanca (B), y la recepción del agua (C) viene como consecuencia del comportamiento del ratón. Muchas veces, sin embargo, se presenta el evento A, como pude presenciar siendo monitor de psicología experimental en la Universidad Federal del Pará, en Brasil, y el comportamiento de presión sobre la palanca no es emitido. La explicación de este hecho gira en torno a dos motivos: el azar y las características idiosincrásicas. Con ello se concluye que la propia psicología experimental es pura estadística, ya que el proceso de relación causal en cuestión, que recibe el nombre de triple contingencia de Skinner, en su propio enunciado, afirma: “En la presencia de un Sd (estímulo discriminativo), la respuesta o comportamiento previsto tendrá muchas probabilidades de suceder si, después de ser emitido, es reforzado con un SR (estímulo reforzador)”. Sin embargo, todo ello solo plantea un alto margen de probabilidades, pero la seguridad nunca es total.
C. G. Jung postula que las explicaciones de los primitivos mitos tenían en cuenta la causalidad, pero esta causalidad era mágica y no pensada a partir de una cadena de acontecimientos como la nuestra.
Pongamos un ejemplo: si una persona adquiere un billete de metro para ir a comprar una entrada de teatro, y se da cuenta de que los números de ambos tickets son iguales, y tras esto alguien le deja su número telefónico, que es igual que el número del billete del metro y de la entrada del teatro, ¿a qué relación causal estarían todos estos hechos sometidos? Muchas personas dirían que esto no pasa de ser una coincidencia, y estamos de acuerdo, pero hay ciertos tipos de coincidencias, como algunas otras que Jung cita, que sobrepasan los límites de la casualidad, no obedecen a ninguna causalidad conocida y además los hechos mantienen un cierto significado intrínseco común. Citaré una experiencia de Jung, en la cual él relata una serie de no menos de seis términos, cuya relación es simplemente casual, pero altamente significativa:
En la mañana del día 1 de abril de 1949, yo había trascrito un relato referente a una figura que era mitad hombre mitad pez. En el almuerzo hubo pescado. Alguien nos recordó la costumbre del pez de abril (primero de abril). Por la tarde, una antigua paciente mía, a quien no veía hacía varios meses, me mostró algunas figuras de peces. Por la noche, alguien me mostró una pieza de bordado representando un monstruo marino. A la mañana siguiente, vi a otra antigua paciente que vino a visitarme por primera vez después de diez años. La noche anterior ella había soñado con un gran pez. Algunos meses después, al emplear toda esta serie de coincidencias en un trabajo mayor, y habiendo concluido su redacción, me dirigí a un local a la orilla del lago, enfrente de mi casa, donde ya había pasado diversas veces aquella misma mañana. Esta vez encontré un pez muerto, más o menos de un pie de largo (cerca de 30 cm) sobre el muro del lago. Como nadie pudo haber estado allí, no tengo ni idea de cómo el pez pudo llegar a parar a aquel sitio.
Casos como este son prácticamente imposibles de ser estudiados por la ciencia actual, ya que esta busca la relación causa-efecto, y en esta serie no se puede vislumbrar una posibilidad causal alguna de que un acontecimiento pueda haber provocado otro.
Sincronicidad
Para explicar fenómenos como este, Jung propone el término sincronicidad: una aparición simultánea de dos o más factores unidos por la significación y sin relación causal alguna entre sí; sería, por lo tanto, una coincidencia significativa. El secreto que liga un acontecimiento a otro estaría relacionado con el significado del evento, es decir, que la condición psíquica de Jung, en aquel momento, estaría volcada a los eventos marinos, y ello provocaría una especie de evocación de otros sucesos relacionados con el mismo tema.
Jung se inspiró, para crear el término sincronicidad, en Schopenhäuer, y más concretamente en su tratado La intencionalidad aparente en el destino del individuo (Parerga und Paralipomena, Vol.I.). En este tratado, Schopenhäuer habla de una especie de “(…) simultaneidad… de aquello que no tiene conexión causal”. Y usando una analogía geográfica cruzada de meridianos y paralelos, donde estos representarían las conexiones acausales, y aquellos las cadenas causales, plantea cómo una persona puede ser un héroe de su propia vida y un simple figurante de la vida ajena, a través de un esquema donde conexiones causales y acausales no se anulan, antes bien se completan. En opinión de Schopenhäuer, “el sujeto del gran sueño de la vida… es uno solo”; es decir, la voluntad, la primera causa de donde irradian todas las cadenas causales como meridianos del polo, gracias a los paralelos circulares, se encuentra en una relación de “simultaneidad significativa”. De esta simultaneidad significativa, Jung extrajo el término sincronicidad.
Puede parecer que toda la apuesta filosófica de Jung haya sido puramente subjetiva o limitada a su propia experiencia. Sin embargo, antes de publicarla, como era su costumbre, tuvo sumo cuidado e intentó buscar otros casos que confirmaran o refutaran su propuesta. Al hacerlo, Jung encontró una bibliografía sumamente significativa. Además de Schopenhäuer y él mismo, autores como Dariex, Flammarión, Schülz, Silberer o Rhine, además de haber consultado bibliografías semejantes, también hicieron uso de la estadística intentando explicar enigmas similares.
Dariex estudió los problemas de precognición telepática de la muerte y concluyó que casos como estos poseen una probabilidad de manifestarse al azar de 1 entre 4.144.545.
Flammarión estudió los casos conocidos por el nombre de phantasms of living(fantasmas de los vivos) y encontró una probabilidad de que sucediese por azar con un valor de 1 entre 804.622.222.
Este autor cita, en uno de sus libros (L’inconnu et les problèmes psychiques), que cuando escribía sobre la atmósfera, en la parte que trata sobre los vientos, fue sorprendido por una ráfaga de viento sobre su mesa justo en el momento en que discurría sobre este asunto. También nos informa sobre un episodio de M. Deschamps, que siendo niño en Orleans, un día recibió un pedazo de pastel de pasas que le dio un cierto M. de Fontgibu. Diez años después encontró pastel de pasas en un restaurante de París y pidió una ración. Le comunicaron que el pastel acababa de ser solicitado por M. de Fontgibu, que se encontraba allí. Varios años después, M. Deschamps fue invitado a compartir pastel de pasas, como una circunstancia especial. Mientras comía, observó que esta vez solo faltaba la presencia de M. de Fontgibu. En ese momento, la puerta se abrió y entró un señor muy anciano y desorientado; era M. de Fontgibu, que se había equivocado de dirección y había aparecido por error en dicha reunión. Flammarión tenía ciertamente en sus manos un caso de sincronicidad, pero él prefirió explicar este hecho basándose en la hipótesis, no menos inquietante, de la telepatía.
Schülz, en su obra Der Zufall Eine Vorfom des Schicksals, trata de demostrar cómo objetos perdidos y robados vuelven prodigiosamente a sus dueños. Narra, en dicha obra, el caso de una señora que habiendo sacado una foto de su hijo, envió la película para ser revelada en otra ciudad. Entonces estalló la 2.ª Guerra Mundial, causando la pérdida de la película. Años después viajó a la ciudad a la que había enviado la película y compró otra película virgen en una tienda, para sacar una foto de una hija. Cuando mandó revelar la película se dio cuenta de que ya había sido usada, pues las fotos estaban montadas. Algo después se apercibió de que las fotos que estaban debajo, es decir, las que habían sido sacadas anteriormente, eran las de su hijo, cuya película se había perdido durante la guerra. Schülz explica el hecho basándose en la atracción de los objetos, relacionados, según él, por el sueño de una Consciencia más grande que la nuestra.
Silberer, el único que estudió el problema bajo el punto de vista psicológico antes que Jung, creyó que estos hechos suceden, no debido a eventos parapsicológicos, sino por arreglos inconscientes.
Rhine, en su obra The Reach of Mind, fue el autor que dio mayor impulso al desarrollo de la idea de Jung.
Rhine colocó a un experimentador y un sujeto sentados frente a frente en una mesa, separados por una división de madera. El experimentador, portador de un juego de cartas con cinco tipos diferentes de decoración (estrella, rectángulo, círculo, dos líneas onduladas y cruz, siendo cada grupo de cinco cartas decorado por cada uno de estos motivos) sacaba una carta de la baraja, que había sido mezclada electrónicamente; el sujeto tenía que adivinar el símbolo de la carta que estaba sacando. El cálculo de probabilidad de aciertos por cada caso era de 5 entre 25, y el resultado promedio de cada sujeto fue de 6,5 entre 25, en 800 experimentos, es decir, un 1,5 más que la probabilidad de aciertos al azar, siendo la probabilidad de que todo ello sucediese por pura casualidad de 1 entre 250.000.
Durante todas estas experiencias, hubo un caso de un muchacho que alcanzó aciertos de 10 entre 25, y este mismo muchacho alcanzó después aciertos de 25 entre 25 (o sea, todos), siendo la probabilidad de que todo esto suceda por simple azar de 1 entre 298.023.233.876.935.125.
La distancia entre el experimentador y el sujeto se fue aumentando de acuerdo con el número de intentos, desde situarlos en la misma sala, hasta separarlos a una distancia de 350 km, donde se pudieron constatar aciertos tipo de 10,1 entre 25; 11,4 entre 25 y 12,0 entre 25 (recordemos que la media tipo acertada era de 5 entre 25).
Usher y Burt rehicieron el experimento y llegaron a alejar a experimentador y sujeto, en uno de los experimentos, 960 leguas, y en otro, 4000 leguas; uno de ellos estuvo en la ciudad de Durham (Carolina del Norte) y otro en Zagreb (Yugoslavia).
Por los resultados, se puede concluir que la distancia entre experimentador-sujeto poco o nada interfiere en los experimentos. Las propuestas de explicación de transmisión energética entre ambos también se derrumban, dado que tal distancia hace imposible cualquier tipo de transmisión de simple energía magnética, cinética, etc. De hecho, en algunos experimentos, los resultados se elevan proporcionalmente a la distancia.
Podemos suponer entonces que el espacio es un valor relativo. Y de acuerdo con todos estos experimentos, también el tiempo es relativo. Hay eventos que escapan a la atracción de estas fuerzas. Pero si espacio y tiempo son solo elementos subjetivos arbitrarios, necesarios para la vida en comunidad, pero no necesariamente existentes, lo mismo podríamos decir de la causalidad, ya que ella presupone estos dos elementos.
Tal vez el lector pueda sentirse aterrado con estas conclusiones, pero la propia teoría de la relatividad de Einstein propone conclusiones semejantes, y la física afirma que un minuto cósmico puede equivaler a mil millones de años terrestres. Así, presente, pasado y futuro, serían solo instancias arbitrarias en la mente del hombre moderno.
Jung concluye así el resultado de todas estas experiencias:
Hemos de admitir que la distancia es físicamente variable y, en determinadas circunstancias, puede ser reducida a cero por alguna disposición psíquica. Más notable todavía es el hecho de que el tiempo, en principio, no es un factor negativo, es decir, la lectura anticipada de una serie de cartas a ser sacadas en el futuro produce un número de aciertos que sobrepasan los límites de la probabilidad.
Jung no escatimó rigor científico en sus conclusiones y antes de publicarlas tuvo cuidado de conversar con el propio Einstein; y el físico W. Pauli llegó a ayudarle personalmente a través de intercambios de ideas. En la formulación de Jung, la tríada clásica de la física (espacio, tiempo y causalidad) debería ser completada con la inserción de un cuarto principio: la sincronicidad. Después de diversas discusiones con W. Pauli, quien aceptaba los argumentos psicológicos de Jung, ambos llegaron a la conclusión de que la causalidad (o conexión constante a través de causa y efecto) sería para la sincronicidad (o conexión inconstante a través de la contingencia o de la equivalencia o significación) así como una cierta energía indestructible; sería para un continuum espacio-temporal.
Jung afirma que habría, por lo tanto, una correspondencia de la teoría psicológica y de la física. La teoría de la física da explicaciones concretas, y la psicológica daría una equivalencia entre causalidad y sincronicidad, debido a factores a los cuales Jung llama arquetipos. Estos se unirían a la causalidad, debido a que están dotados de transgresividad (capacidad de transgredir o alterar). Ello se debe a que los arquetipos no se encuentran exclusivamente “en la esfera psíquica, sino que pueden presentarse también en circunstancias no psíquicas (equivalencia de un proceso físico con un proceso psíquico)”. Esta unión o equivalencia causalidad-sincronicidad sería contingente a la determinación causal, es decir, la sincronicidad acontecería debido a una situación causal, pero unida a ella por una ley que no es causal, o por lo menos así la consideramos, por desconocerla. Los arquetipos, de esta forma, serían el fundamento de la probabilidad psíquica, porque encierran acontecimientos ordinarios e instintivos de una especie de tipos de experiencias, de eventos, o simplemente, acontecimientos. Así nos dice Goethe a través de una concepción mágica y sincrónica de su famoso Fausto:
Todos nosotros tenemos fuerzas eléctricas y magnéticas dentro de nosotros y ejercemos un poder de atracción y de repulsión, dependiendo del contacto que tengamos con algo afín o desemejante.
La dificultad en la comprensión de la ley de la sincronicidad reside sobre todo en la tendencia unilateral del hombre moderno occidental en suponer todo concepto contenido en una relación causa-efecto de su propio modelo científico. El antiguo, o incluso el hombre oriental de nuestros días, no tienen dicha preocupación. Estos hombres ven la vida como un todo, como una interpenetración de un mundo físico y un mundo espiritual.
La sincronicidad, según Jung, puede ser un auxiliar natural para la psicoterapia, ya que puede servir para que el paciente reflexione sobre su posición psicológica. En su libro Sincronicidad: un principio de conexiones acausales, Jung cuenta el caso de una de sus pacientes que era bastante racionalista y que cambia su opinión sobre la vida cuando, después de haber soñado con un escarabajo de oro, narra su sueño a Jung para que se lo interprete, y se sorprende al ver un abejorro común entrar por la ventana del consultorio. Como el abejorro real y el escarabajo de su sueño tenían semejanzas físicas, el hecho sirvió para hacer reflexionar a la paciente en lo tocante a lo desconocido. Sin embargo, lo verdaderamente prodigioso del caso, aunque la paciente lo ignoraba, es que el escarabajo de oro de su sueño es un antiguo símbolo egipcio del renacimiento a una nueva vida, y en su caso ciertamente presagiaba una apertura y un renacimiento a un estado psicológico de mayor receptividad al mundo de lo mágico.
La astrología es otro ejemplo de sincronicidad. Esta ciencia es sincrónica al humor y a la disposición psíquica del niño recién nacido, pues se sabe que determinadas configuraciones planetarias coinciden con el nacimiento de personas con estados definidos de humor y disposición psíquica de sus semejantes.
La sincronicidad puede ser facilitada por determinados estados afectivos. Jung dice que la ausencia de interés y el tedio son estados afectivos que interfieren negativamente en la formación de sincronicidades, mientras que la expectativa pasiva o la participación directa en situaciones en común, interferían positivamente, así como la fe o la esperanza.
(por MICHEL ECHENIQUE)
No hay comentarios:
Publicar un comentario