jueves, 12 de enero de 2023

Somos las palabras que pensamos

 «Somos las palabras que pensamos. Quien más palabras tiene, más palabras sabe callar. Y eso le hace seguramente mejor», dice el gran Alex Grijelmo. Y es así, porque pensamos según la riqueza del menú de palabras que nuestra inteligencia es capaz de manejar. Aunque la siembra más nutriente se hace de pequeño/as, sobre todo mediante la lectura, construimos «capital semántico» a lo largo de la vida, y nunca es tarde para invertir en él. Si uno/a maneja más palabras, y aprende a usarlas con destreza, es más probable que piense mejor. Aunque no es suficiente. Después habría que aplicarse un segundo test, el de la capacidad de síntesis. «Navajas mentales» llamaba un antiguo jefe mío a la capacidad de resumir ideas brillantes en oraciones optimizadas, con las palabras justas, que atraviesan un asunto con la precisión del rayo láser. Cuando Regino Boti ―así se llamaba mi jefe― se ponía sabio, podía ventilarse un problema complejo con una frase a la que no le sobraba ni le faltaba nada, y que todos sabíamos que era imposible de mejorar. Y así de austero con las palabras se ponía revisando nuestros borradores de informes. Podía entregar un documento de veinte folios, que él era capaz de abreviarlo en dos, demostrándome que la nueva versión tenía mucho más sentido y que todo lo demás era «cantinfleo». Con él aprendí que cultivar las palabras, ensanchar el vocabulario, entender los matices que hacen diferentes a vocablos vecinos, es una habilidad crítica para pensar con rigor y elegancia. A partir de entonces me lo tomé tan en serio que, desde las primeras curas de humildad que recetó Boti a aquel universitario que iba tan sobrado, decidí crear mi propio diccionario de sinónimos y antónimos. Ese fue mi hobby favorito, el que me salvó del tedio en mis tiempos libres durante los casi dos años que pasé en Angola: extraer palabras de los textos que leía y coleccionarlas en un librillo que guardaba con celo en mi litera. Las palabras no solo sirven para expresar lo que se ha pensado en un lienzo inteligible, sino también para urdir los colores en tramas de patrones lógicos de más o menos sofisticación. Si mi caja de herramientas es muy limitada, me va a costar construir ideas que sean realmente interesantes. El valor único de las palabras no solo está en el rigor, en su precisión, sino también en la belleza, en su lírica, en cómo emocionan. No solo ayudan a pensar bien, sino también a sentir mejor. Tan es así que si nuestros diálogos internos usan las palabras equivocadas, a veces tóxicas, así serán nuestras emociones. Decir «estoy melancólico» no es lo mismo, ni tiene el mismo efecto en las tripas afectivas, que decir «estoy deprimido». Por eso, una persona que, sin caer en la pedantería, es muy precisa en las palabras, me parece de las cosas más seductoras.

Amalio Rey


No hay comentarios:

Publicar un comentario