Conozco una japonesa que, al principio, en nuestro camping donde había muchos americanos del Norte, éstos siempre la interpelaban. Ella hablaba muy bien el inglés, pero era demasiado yang, exasperarte, gritona, dominante y exclusiva.
Entonces la reté muy severamente.
Seis meses después divisé una bella señora, que estaba muy alejada de mí.
No la reconocía.
Pero era la misma, muy linda, muy elegante, silenciosa, dulce.
Y exclamé: usted ha cambiado mucho, veo que comprendió bien mi lección. ¿Cómo hizo para cambiar tanto?
Y ella respondió:
“Si, cuando tenía 17 años me casé con un prestigioso editor de Tokio, director de una compañía importante.
Volvía tarde todas las noches, muy ocupado.
Leía y escribía hasta medianoche o la una de la mañana y luego se acostaba.
En el Japón, las mujeres deben esperar hasta que se acueste el marido y deben levantarse una hora antes.
Pero yo no estaba acostumbrada.
Me había criado en una familia rica, como hija única.
Una noche estaba cociendo un kimono a su lado mientras trabajaba, pero me dormí, y él me despertó diciendo: “despierta, cuando mueras podrás dormir a voluntad”.
Eso pasó durante 3 años hasta que murió el marido.
Por suerte, después de la guerra se casó con un estadounidense, un coronel muy rico y ajaponesado, a quien le gustó encontrarse con una japonesa tradicional, muy callada, amable y dulce.
Por eso se sintió atraído y se casó con ella.
Pero murió dos años después dejándole una pensión muy grande. Por eso ella se volvió muy yang, hasta que yo la reté.
Ahora siente una gran gratitud por su primer marido porque le dijo que después de morir podría dormir a gusto.
Si no coméis demasiado, os bastará con tres o cuatro horas de sueño cada noche.
Pero quien come demasiado tiene los órganos cansados y dilatados los tejidos y duerme más.
Fuente: Conferencias de Georges Ohsawa; Saint Medard de Guizieres - 1964
-Martín Macedo-
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