Pandemia y Neoimperialismo del Ego es la nueva columna de opinión de Rafael Suárez. Aquí nos brinda un análisis sobre la nueva forma de dominación que desnudó la actual pandemia y donde cada uno de nosotros se convierte en arma mortal.
A lo largo de la Historia, desde que surgió la propiedad privada con la agricultura y la ganadería y se fueron marcando los límites territoriales, se vivió en un enfrentamiento constante por la disputa de los recursos más preciados. En la actualidad estamos viendo que ese mismo propósito se mantiene pero el formato de dominio es nuevo. Cada uno de nosotros, sin saberlo, se convierte en soldado de un ejército sin patria y que persigue la supuesta seguridad de los individuos. La situación sanitaria está dejando a este formato al desnudo. La Pandemia y el Neoimperialismo del Ego nos colocan en un espacio vacío entre el yo y el resto, entre mi seguridad y la humanidad.
Nos volvemos francotiradores de un sistema que nos aliena en la falsa promesa de la salud custodiada, en base a una libertad que debe ser responsable y por lo tanto insatisfecha. En este nuevo recorrido de dominio hay claros vencedores y es cada vez más evidente que son unos pocos.
Hoy nos encontramos con un nuevo tipo de Imperialismo, donde la palanca no son los Estados sino las propias empresas y sus apoyos de las organizaciones internacionales.
Un imperialismo que no recurre a los conceptos de patria y nación, al orgullo y a la gloria de un país como sí hacía en el pasado. El nuevo imperialismo recurre a la concentración de riqueza en base a la gestión de nuestros miedos e insatisfacciones; transformándonos en sus soldados protectores aunque no lo sepamos o no tengamos ni idea.
Hagamos un breve recorrido del formato del imperialismo tradicional
Perdonen mi condición de profesor, pero el trayecto que deseo presentar está muy ligado a lo que enseñamos en las aulas desde primero liceo hasta cuarto y por eso voy a aprovecharlo.
Alguno de los grandes temas en primer año tiene que ver con la colonización griega o la expansión romana. A todos nos queda claro que existió una disputa territorial debido a la necesidad de multiplicar los recursos.
Roma formó un imperio gigante debido a su ejército. La clase alta romana, la aristocracia, se apropió de nuevas tierras con mano de obra esclava y multiplicó su riqueza. Roma justificaba la invasión territorial al honor de la República primero, y luego a la grandeza del Imperio.
La forma de dominio y sometimiento fue clara: impuestos, presencia militar y alianzas con determinados sectores (clientela) de los territorios controlados.
Así, en ese período histórico cuando una potencia conquista un territorio y explota sus recursos entra en juego el control económico y militar, justificado en la grandeza, y generando una alianza que beneficie a algunos dentro de los pueblos sometidos.
Uno de los temas centrales de segundo año de liceo tiene que ver con la conquista de América por parte de los europeos.
Allí el formato de dominación es bastante similar al anterior, aunque tiene sus variantes importantes. Los españoles llegaron y conquistaron a territorios enteros. El objetivo principal en un inicio era conseguir la mayor cantidad de oro y plata posible y posteriormente acceder a los recursos naturales generados por la agricultura y la ganadería. El pretexto para el exterminio y el dominio de millones de indígenas fue religioso. «Había que civilizar a los pueblos bárbaros con la fe cristiana». Mientras los españoles intentaban hacer conocer la Biblia a los nativos, los barcos partían de América hacia Europa llenos de metales, alimentos y variedad infinita de artículos.
En un principio, como vimos con Hernán Cortés al conquistar a los aztecas, también se generaron alianzas con pueblos rivales, pero luego los pactos se fueron diluyendo en la medida que se profundizaba con el control territorial y el alma india era domesticada en la fe de Cristo.
En tercero de liceo uno de los temas claves, aparte de la Revolución Industrial, es el Imperialismo.
El imperialismo de los siglos XIX y XX fue la expansión de las clases altas nacionales utilizando a los Estados como vehículos.
Los dueños de las industrias europeas presionaron a sus Estados para expandir sus territorios en África, Asia y Oceanía a los efectos de obtener materia prima y mano de obra barata, así como mercados para colocar sus productos manufacturados.
“Somos la primera raza en el mundo, y cuanto más espacio en el mundo ocupemos, mejor para la raza humana”, decía el británico Cecil Rhodes, quien se convirtiera en uno de los hombres más ricos de Inglaterra por los diamantes africanos.
Tenemos que encontrar nuevas tierras a partir de las cuales podamos obtener fácilmente materias primas y al mismo tiempo explotar la mano de obra barata que suponen los nativos de las colonias. Las colonias también proporcionarían una salida para los bienes excedentarios producidos en nuestras fábricas.
Cecil Rhodes
Los intereses estaban claros y no se ocultaban. ¿Y en esta oportunidad cuál era el justificativo?
«Mi principal objetivo en la vida es ser útil a mi país. Si Dios tiene un Plan, hay que saber primero cuál es la raza que Dios ha escogido como Divino instrumento para su Plan. Incuestionablemente, esa raza es la blanca. Dentro de la raza blanca, el hombre angloparlante, sea británico, americano, australiano o surafricano, ha demostrado ser el mejor instrumento del Plan Divino para desarrollar la Justicia, la Libertad y la Paz en la más amplia extensión posible del planeta. Por eso, yo dedicaré el resto de mi vida a los propósitos de Dios y le ayudaré a lograr que el mundo sea inglés».
Cecil Rhodes
La combinación de la gloria de la patria y el interés económico transformó el mapa político mundial en pocos años e hizo desaparecer culturas y costumbres enteras, como sucedió antes con los españoles y con los mismos romanos.
Debido a la vastedad de los territorios conquistados por los franceses, los ingleses, los alemanes, los holandeses y los belgas, en muchos casos se generaron alianzas con los sectores altos de las colonias, de lo contrario el control total hubiera sido imposibilitado.
Las disputas por los recursos por parte de las potencias llevaron inevitablemente a la Primera Guerra Mundial. Al no existir más territorios para someter las potencias lucharon entre sí para la obtención de los recursos. Los soldados franceses, alemanes e ingleses fueron a pelear por el «honor y la gloria de la patria«, pero en el fondo los móviles eran totalmente económicos.
Luego de las guerras mundiales las potencias europeas se vieron totalmente debilitadas y dieron paso a un mundo bipolar. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaron la hegemonía del mundo y sus recursos. Ambos intentaron expandirse y lo hicieron, ya sea en un plano económico como también de control ideológico.
En ambos casos la justificación fue evitar el avance de su oponente. La URSS peleaba por la igualdad en contra del capitalismo y Estados Unidos por la libertad en contra del comunismo. De esta manera, existiendo el pretexto, generaron alianzas con estados afines. Así se crean la OTAN y el Pacto de Varsovia, por ejemplo.
Pero la caída de la Unión Soviética y el fin del mundo bipolar generó una nueva alineación de los grupos económicos y sus intereses.
A nivel planetario las clases altas nacionales, esas mismas que utilizaban a los estados para multiplicar sus riquezas, están siendo desplazadas por un nuevo poder basado en los recursos financieros y tecnológicos.
El sistema financiero global comienza a tomar una fuerza inagotable y de alguna manera se planta la semilla de una nueva clase alta. Una clase alta sin patria, sin nación, que tiene como objetivo acumular mayor cantidad de riquezas sin importar el país donde radica. Es una entidad que cobra conciencia de sí misma y opera a través de bancos, industrias y empresas tecnológicas.
Estas corporaciones transnacionales cuentan con un aliado increíble con el surgimiento de internet. Ya pueden operar online y mover miles de millones de dólares sin trasladar dinero físico. El mundo se volvió una presa más jugosa para sus intereses, navegan a sus anchas.
Lo hacen cada vez mejor y ya no necesitan de los estados para expandirse. De hecho los estados representan un obstáculo que habrá que disolver tarde o temprano. Por eso desde sus fundaciones, empresas y corporaciones apoyan a diferentes organismos internacionales, como la OMS o el FMI, reclamando la reducción de aranceles y cupos.
Estamos en presencia de un nuevo imperialismo. Un imperialismo que no recurre a los conceptos de patria y nación, al orgullo y a la gloria de un país. Ahora recurre a un nuevo concepto: la satisfacción personal.
Pandemia y Neoimperialismo del Ego
En Roma la justificación de la conquista fue la gloria y la grandeza, en el siglo XIX la civilización de los pueblos inferiores. Siempre se hallaba como argumento a un bien mayor. En la Guerra Fría lo fueron la libertad y la igualdad.
Hoy la justificación es la seguridad y la salud. Hoy el bien mayor es cada individuo, convocándolo a ser parte de esta nueva ingeniería social. En un mundo narcisista, se instala el discurso de la seguridad del ego, el cual corre peligro y por lo tanto el individuo se vuelve cómplice del control de si mismo y, también, agente policíaco de los demás, evangelizador de la salud («vacunate», «tenemos que vacunarnos todos porque estamos en peligro de muerte»).
Este nuevo imperialismo es un logro descomunal, ya que coloca al ego en el centro de toda existencia, y así se mantendrá porque nunca estará satisfecho de su propia seguridad y salud y demandará más, aceptando restricciones a su propia libertad si es necesario (pase verde, quedate en casa).
La pandemia está dejando al desnudo la nueva forma de dominación de la nueva clase alta corporativa, sin ejército visible y sin gloria ni poder para las naciones que cada vez se debilitan más. Apoyada por los organismos internacionales, como la OMS, la nueva clase alta ejerce un dominio global sin precedentes, donde obtiene beneficios económicos extremadamente dinámicos, no solo en la venta de vacunas y test, sino en el empoderamiento de las empresas tecnológicas en todos los niveles (pensemos en Amazon, Microsoft, etc).
Pero la ausencia de los «ejércitos nacionales» que antes eran la clave del control territorial, ahora es ocupada por millones de francotiradores. Somos nosotros mismos los que perpetuamos este formato de dominio basado en el horror del ego a desaparecer.
Cada tres segundos muere un niño en el mundo por falta de alimento o medicamento. Pero en ese caso el mundo no para y la mayoría de nosotros ni siquiera se preocupa ni sensibiliza por lo que está sucediendo. El ego no enciende las alarmas, sigue su recorrido intentando satisfacer sus deseos en un sistema que le ofrece infinidad de propuestas, así aparecen selfies con ropas nuevas, reuniones y comportamientos divertidos. No se escuchan frases como «no seas egoísta y ayudá a salvar a los demás». Es que en nuestra cultura del ego los demás no importan, importa mi horror a dejar de existir, importa mi miedo a dejar de ser.
Pero cuando creo que mi existencia corre riesgo, cuando las alarmas del ego se encienden, cuando el miedo penetró mi ser y manifestó la posibilidad de dejar de estar, allí sí aparecen las frases «vacunate para ayudar a todos», «sé solidario y vacunate», «no seas egoísta y ponete el tapabocas».
El ego se convierte en un francotirador letal, porque para seguir existiendo necesita sentirse observado en su protección individual y, demás está decirlo, en exigir la protección del otro. De esta manera me convierto en policía de mí mismo y en policía de los demás. Así vemos la constante difusión de selfies de personas vacunándose contra el covid, dejando en claro su afán de sentirse a cubierto ante un virus que lo puede hacer desaparecer. Los niños muertos por hambre o por falta de medicamentos no generan selfies; allí la alarma no está encendida. ¿Cómo se va a encender por algo tan lejano? Pero si me subo a un ómnibus y a mi lado se sienta una persona sin tapabocas, todo cambia; el ritual de desinterés y desapego se transforma en un combate de vida o muerte ante mi seguridad amenazada. Todos los justificativos morales se convierten en armas que salen de mi boca o de mis ojos o de mis gestos corporales. Ante la amenaza de mi existencia despliego todo mi arsenal de supervivencia, me he transformado en el mismo soldado que me mantiene prisionero de mi miedo, en el mismo soldado que me aleja de la comunión humana, en el mismo soldado que me aparta de la libertad y me encierra en la «libertad responsable«.
El ego, ese mismo que siente miedo a dejar de existir, desarrolla la estrategia del aislamiento para generar una sensación de seguridad. Y para ello existen en el mundo una gran variedad de ofertas tecnológicas que permiten mantener distancia y satisfacerme. Esas ofertas tecnológicas están en manos de las grandes corporaciones transnacionales que han logrado imponer un nuevo formato de dominio y sometimiento basado en el ego y en su miedo primario a desaparecer.
De este modo, la percepción alcanza para subsistir en estrés constante. Cada año mueren en el mundo 60 millones de personas y nunca encendimos las alarmas. En casi dos años el coronavirus provocó la muerte de 5 millones de personas y estamos en pánico. El 99.96 % de los habitantes del mundo sigue vivo a pesar de la «pandemia más atroz de la historia», pero cada vez más aislados y distanciados de una humanidad vivida como amenaza. Así nos refugiamos en el consumo cibernético, compramos a distancia gracias a las nuevas tecnologías, miramos Netflix en la madrugada, hasta tenemos relaciones sexuales virtuales con tal de no correr riesgos y no vemos a nuestros abuelos ni nos abrazamos. Nos refugiamos en las tecnologías y hacemos prevalecer nuestra seguridad antes que la completa libertad. Comenzamos a justificar la existencia de controles más rigurosos y restricciones interminables. El miedo nos lleva a confiar en autoridades sanitarias que colocan a vacunas experimentales como la salvación de la humanidad a 14 dólares cada inoculación y a 25 dólares cada PCR.
Comenzamos a aceptar lo que el filósofo Byung-Chul Han viene llamando policía digital. Para él “ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”, porque en el nuevo sistema de dominio uno se reprime a si mismo con tal de sentirse seguro, el ego necesita seguridad de existencia y ve al resto como amenaza. Es “la alienación de uno mismo”, producimos desde el trabajo para satisfacernos desde el aislamiento.
Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”Byung-Chul Han
Antes, en el viejo imperialismo, los individuos perdían su soberanía debido a la expansión de los estados. La verticalidad se volvía omnipresente en el dominio de una nación a otra. El individuo era aplastado por una fuerza exterior que caía como un mazazo sobre él.
Sin embargo en la actualidad uno entrega su soberanía bajo el pretexto de la seguridad, intrigando contra sí mismo por miedo a no existir. Es el camino del autocontrol, donde asimilamos el miedo y la inseguridad nos lleva a despojarnos de nuestra propia libertad, sustituida ahora por la satisfacción otorgada por los bienes y servicios de consumo.
La libertad está siendo reemplazada por el entretenimiento debido al miedo interior a dejar de existir proyectado en un virus mortal. Así, nos refugiamos en la nada, porque en la insatisfacción constante solamente hay vacío, un vacío que no puede ser llenado desde el miedo y la inseguridad. De esta manera una clase alta corporativa aumenta cada vez más su riqueza y ejerce su influencia con mayor fuerza en cada rincón del planeta, mientras cada uno de nosotros se arrincona en selfies, compras digitales y vacunas experimentales.
La Pandemia y el Neoimperialismo del Ego están mostrando sus verdaderas intenciones, cada vez se ocultan menos. Tomando en cuenta la vieja estructura imperial nuestro José Enrique Rodó escribía que «el trabajador aislado es el instrumento de fines ajenos: el trabajador asociado es dueño y señor de su destino». Con el nuevo formato de dominio es evidente que el concepto en la frase de Rodó sigue extremadamente vigente: una persona aislada es el instrumento de fines ajenos: un ser humano con consciencia de su humanidad será dueño y señor de su destino.
Profesor Rafael Suárez
No hay comentarios:
Publicar un comentario