Te vas, renuncias. Dices: “Esto de perseguir la zanahoria ya me cansó. Esto de vivir para el futuro, de querer ser alguien, ser más, ser mejor, llegar a algún lugar, tener metas, lograr cosas… demasiado stress. Renuncio, que la vida haga conmigo lo que quiera. De ahora en más, mi voluntad será su voluntad. Te entrego todo. Haz conmigo lo que quieras. Ya no quiero nada, sólo vivir. Y si tengo que morir será porque llegó mi hora. ¿Qué le voy a hacer? Seguiré sin este cuerpo. Son fuerzas más poderosas que yo; no puedo luchar contra la corriente. Si tengo que hacer algo me será revelado, lo veré, sentiré un impulso, se me ocurrirá una idea. Pero ya no hago más esfuerzo, no lucho más. Ya tuve suficiente sufrimiento, ya fue demasiado. Hasta aquí llegué. Te entrego mi vida entera, haz de mí lo que quieras. Renuncio”. Es en ese momento, en ese trascendente y glorioso momento, cuando se caen los velos y ves todo claramente. Comienzas a vivir la verdadera vida. Sueltas las amarras y navegas libre y alegre por el océano. Sin ninguna meta en absoluto, dejándote llevar por el viento, liviano como un espíritu. Dulce, confiado y agradecido. Conectado emocionalmente, conectado con la realidad y las responsabilidades de esta dimensión, pero sin ninguna carga. Despojado de deseos, sin esperar nada. Anclado en la dimensión atemporal, como si estuvieras muerto, pero estás más vivo y radiante que nunca. Agradecido, despreocupado y juguetón como un niño. Entonces ves cómo todas las bondades y maravillas de la vida llegan a ti sin ningún esfuerzo. Te has despertado, vives en la luz.
Ivo Makaroff
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