jueves, 28 de septiembre de 2017

Hemos venido a recordar.


Hemos venido a recordar.

Quiénes somos.
Se trata de un juego.
El juego más grandioso y emocionante.
Un juego tan magnífico.
Que volvemos a jugarlo una y otra vez durante toda la eternidad.
Es imposible aburrirse en un juego así.
Lo estamos jugando ahora mismo.
Todos nosotros.
Los sanos y los enfermos, los ricos y los pobres, los débiles y los fuertes.
La inteligencia infinita está en todos los átomos del universo.
En todos los pensamientos de la gran mente universal.
Entonces lo infinito desea experimentar lo finito.
Lo más grande desea explorar la pequeñez más absoluta.
Y se convierte en una roca, una bacteria o un pez.
Pero la verdadera diversión está en convertirse en humano.
Porque el pez o la roca todavía no tienen plena conciencia de su individualidad.
No hay un ego bien constituido.
Y así lo infinito experimenta lo finito en forma de ser humano.
Y el ego garantiza el olvido.
El humano experimenta la limitación, la carencia, la pequeñez, el miedo, la enfermedad, el dolor y la debilidad más paralizante.
Se trata del drama de la vida.
Que no sería posible sin la invaluable ayuda del ego.
El guardián de la ilusión.
Sin el ego y su gran poder, el juego no sería posible.
Sólo en la Tierra hay 7.000 millones de egos.
En cada uno de ellos la gran inteligencia experimenta todo tipo de historias dramáticas.
Pero este olvido no es eterno.
Dura algunos miles de años.
Hasta que los hombres y mujeres comienzan a recordar.
Que somos infinitos.
Que somos magníficos.
Que somos amados por el poder supremo.
Y protegidos por Él.
Entonces el ego se disuelve.
Ya hizo su magnífico trabajo.
Y se retira.
Y en la medida que contemplamos nuestra grandeza sin límites.
Más grandes son nuestras vidas, nuestros pensamientos y nuestras acciones.
Y nuestras contribuciones al mundo.
Serán tanto mayores en la medida que seamos capaces de asumir nuestra dimensión infinita.
En la medida que seamos capaces de manifestar la salud absoluta.
Donde no existe el miedo, ni la fatiga ni la falta de recursos.
Porque lo infinito lo contiene todo.
Porque ha recordado.
Lo que vino a recordar.


Martín Macedo

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