martes, 26 de septiembre de 2017

La salud auto generada con disciplina se incrementa cada vez más.

Cuando estamos animados, tenemos más energía.
Cuando estamos des-animados, nuestra fuerza disminuye.
Entonces buscamos a otras personas para que nos levanten el ánimo (alma).
O tomamos una sustancia "estimulante".
Hay tanta fuerza en el universo.
Hay tanta belleza.
Hay trillones de soles.
Y cada sol es una bomba de energía.
¿Y las estrellas del deporte, del cine y de la música?
Tienen un alto nivel de energía.
Un alto nivel anímico.
Superior al promedio.
La diferencia entre un Mick Jagger o un Michael Jordan y una persona promedio.
Está únicamente en el nivel de energía.
En la capacidad para acumular energía.
Y luego hacerla explotar como una bomba.
Sin suficiente energía el avión no se separa de la pista.
El ave no consigue volar.
El tigre pierde sus presas.
Nuestro templo físico es un acumulador de energía.
Y la libera cuando le place.
Pero no puede dar lo que no tiene.
Así que tiene que aprender a acumular energía.
El rayo busca la antena metálica.
El rayo es yin.
La antena es yang.
La energía de la vitalidad es yin.
Porque es sutil e invisible.
Nuestro cuerpo es yang, sólido y visible.
Pero si es yin no atraerá nada.
Por muy duro que entrene.
Por mucho que visualice.
Por muchas afirmaciones e invocaciones que formule.
Al rayo de energía eso no le importa en lo más mínimo.
Sigue leyes físicas.
Buscará la solidez de los minerales.
Buscará el hierro, el sodio, el cromo, el oro y la plata.
Disueltos en nuestra sangre.
Nuestra sangre es el pararrayos.
Si es fuerte podrá acumular grandes cantidades de energía.
Pero si se ha deteriorado, no atraerá más que virus y bacterias.
Que vendrán a hacer su trabajo.
Y lo harán con una perfección absoluta.
Porque han sido creadas por la inteligencia infinita.
La salud que depende de la genética dura unas pocas décadas.
Pero la salud auto generada con disciplina y voluntad.
Se incrementa cada vez más.
Hasta fundirse con la totalidad del universo.
Y brillar con la luz de diez mil soles.


Martín Macedo

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