lunes, 25 de septiembre de 2017

La pequeña semilla debe morir.

Al ego le encanta pedirle a otros egos.
Nunca le pide a Dios.
Porque le resulta aterrador.
El ego para existir necesita de la ilusión de la separación.
Existe porque está separado.
Separado de otros egos, separado de la fuente, separado de la naturaleza.
La existencia del ego depende de la conservación de esta ilusión.
El ego teme fundirse en la totalidad.
Al igual que la gota que teme sumergirse en el gran océano.
Porque esa integración significaría el fin de su existencia como gota.
Lo que la gota no comprende es que al fundirse en la inmensidad.
Ella también se hará inmensa.
Pero “por ahora estoy bien así”.
Y se aferra a su pequeña existencia, como si fuera algo de valor infinito.
A veces las personas se aferran a su antigua adicción.
Se complacen con los buenos momentos que ésta les proporciona.
Podrían acceder a niveles superiores de bienestar, pero “por ahora estoy bien así”.
Con mi cigarro.
Con mi carne asada.
Con mi desayuno de leche con tostadas.
Pero cuando el ego se encuentra con un problema inmenso.
No podrá solucionarlo con los recursos limitados que otros egos pueden proporcionarle.
Entonces a pesar de su orgullo, deberá recurrir a la verdadera fuente.
Y asumir su divinidad.
Su dimensión infinita.
Su poder infinito.
Su belleza infinita.
Entonces comprenderá.
Que para convertirse en un gran árbol.
La pequeña semilla debe morir.
Debe dejar de existir temporalmente.
Para renacer en una nueva forma.
Mucho más grande, bella y poderosa.
Porque ese es el destino de todas las semillas.
Y el de todos los egos.


Martín Macedo

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