sábado, 13 de mayo de 2023

La discipina

 Desde mi temprana juventud sentí una gran atracción hacia las artes marciales.

En especial las artes marciales japonesas tuvieron un auge explosivo en occidente durante las décadas de los años 80 y 90.
Pero no había grandes maestros en mi pequeño país.
Así que había que mirar hacia las grandes ciudades de Brasil o Argentina para encontrar a los mejores del continente.
Que siempre eran japoneses.
Mi joven mente no comprendía por qué siempre los mejores artistas marciales eran orientales.
Sentía una admiración infinita por estos grandes maestros asiáticos y no me explicaba el por qué eran tan poderosos.
Yo quería descubrir el secreto de esa misteriosa magia que los envolvía.
Esa fue mi pregunta durante años.
Si conseguía descubrir el secreto algún día yo podría alcanzar un grado similar de maestría.
Tal vez era la dieta.
Como Japón era un país macrobiótico, entonces de inmediato la adopté con devoción.
Tal vez era la meditación.
Comencé a meditar diariamente con una gran convicción.
Tal vez era la intensidad de los entrenamientos.
Porque nadie entrena más duro que ellos.
O simplemente se trataba de un poder mágico que ostentaba la raza nipona.
Con los años fui comprendiendo que el origen de esa misteriosa fuerza de los orientales es la disciplina.
Los japoneses son la nación más disciplinada del mundo.
Heredan ese amor por la disciplina de las antiguas tradiciones guerreras.
Cuando comprendí el secreto de su éxito, comencé a pedirle al universo que me diera el acceso a una disciplina semejante.
Y mi petición fue atendida de inmediato.
Porque fue hecha con un corazón sincero.

-Martín Macedo-

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