domingo, 12 de mayo de 2024

Jung y significado de Hermes en la alquimia

 C. G. Jung hizo exhaustivos estudios sobre la alquimia en su aspecto psico-filosófico. Debido a que, según Jung, sufrir de falta de sentido en la vida conduce a muchas personas a la neurosis o contribuye persistentemente a que ésta aparezca, profundizó sus estudios sobre el papel de las religiones en el proceso en el ser humano del desarrollo de sí mismo, dedicándose intensamente al estudio del ocultismo y la parapsicología, así como de la alquimia filosófica y su relación con el proceso de transformación del hombre.

𝗛𝗲𝗿𝗺𝗲𝘀 𝗲𝗻 𝗹𝗮 𝗮𝗹𝗾𝘂𝗶𝗺𝗶𝗮
En la alquimia se llama a Hermes «espíritu Mercurio» y tiene su puesto fijo. Bajo esta denominación se pueden encontrar diferentes significados en la alquimia. Por un lado, se refiere al elemento mercurio (del latín Hydrargyrum, Hg, «plata líquida») tal y como lo vemos en su estado real, y al que, por su calidad líquida y volátil, se le llamó «agua volátil» asociándoselo siempre con la «sustancia espiritual» intangible. El significado alquímico real de Mercurio va mucho más allá y designa en general la «naturaleza del espíritu».
Jung pudo deducir el significado profundo de la alquimia, y relacionó la escalera de la transmutación alquímica con la psicología profunda, con la necesaria transformación interior o individuación de cada uno. «Lo que la alquimia (…) ha creado, lo ha reconocido la psicología sin mucha dificultad como materia psicológica que aparece, cual cuerpo químico, contaminada. Esa materia procede originalmente del inconsciente. (…) Dicho más exactamente: el punto de origen es el inconsciente colectivo».
Dentro de esta transformación desde el inconsciente (materia prima) a la consciencia, Hermes es esa fuerza misteriosa de la Mente-Fuego, que corresponde tanto a la fuerza motriz del Fuego como también al objetivo: la sabiduría. Con la ayuda del Fuego, que cada vez es más fuerte, se destila la esencia. Las dos son cualidades herméticas: tanto el Fuego como la quintaesencia.
𝗟𝗼𝘀 𝗽𝗲𝗹𝗱𝗮𝗻̃𝗼𝘀 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝘁𝗿𝗮𝗻𝘀𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻
Los cuatro pasos de la transformación alquímica se denominan: nigredo, albedo, citrinitas y rubedo. En cada peldaño, el alquimista sufre una purificación cada vez más profunda, seguida de la unión con el Fuego de cada peldaño (boda alquímica), del nacimiento de una cualidad nueva y de la muerte de la misma para poder seguir al escalón siguiente. El Fuego de cada paso es el doble de fuerte que el del peldaño anterior. Jung interpreta este Fuego como el despertar de cuatro niveles de amor ígneo en el corazón del alquimista a través de su Anima (en el caso de un hombre) o de su Animus (en el caso de una mujer). El Fuego es el combustible de la obra alquímica. Una vez encendido, acompaña el camino hasta el final.
𝗡𝗶𝗴𝗿𝗲𝗱𝗼, 𝗲𝗹 𝗲𝗻𝗻𝗲𝗴𝗿𝗲𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼 (𝗽𝘂𝘁𝗿𝗲𝗳𝗮𝗰𝗰𝗶𝗼́𝗻)
En el primer peldaño, el Fuego es lento y suave, purifica al hombre de sus partes terrenas. El camino empieza con la búsqueda de la materia prima, del estado puro de la materia que, para el alquimista, era la base de la naturaleza, de la que surgieron los elementos. A este nivel, el ser humano tiene que penetrar en lo oscuro, en lo caótico del inconsciente, afrontar su «sombra» y empezar a tenerla en cuenta. Solo con la ayuda del fuego del amor puede morir interiormente y enfrentar la prima materia. En esta subida de peldaños, el fuego será cada vez más fuerte; aparecerá ira, emoción, miedo, y se los tendrá que enfrentar con paciencia y humildad. Aquí encontramos a Hermes en su aspecto de Psicopompo, del que guía en y a través de las regiones del submundo, de los infiernos.
𝗔𝗹𝗯𝗲𝗱𝗼, 𝗲𝗹 𝗯𝗹𝗮𝗻𝗾𝘂𝗲𝗮𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼
A este peldaño se le llama también «Escalón de la Luna». Hay textos alquímicos que dicen que es en este momento cuando el alma se hace consciente de sí misma, reconociendo, con la ayuda de la luz que se refleja –simbolizada por la Luna–, su propia naturaleza solar. Descubre la fuente de esa luz: la mente pura. Recorriendo el proceso de transformación interior, Jung describe esta fase como un retirarse de la vida exterior. Este peldaño es comparable al vapor que surge cuando se calienta el agua, y es sinónimo de la esencia espiritual que surge, elevándose, de la psique y se manifiesta en el «saber de quién se es verdaderamente», el saber de la propia identidad.
𝗖𝗶𝘁𝗿𝗶𝗻𝗶𝘁𝗮𝘀, 𝗲𝗹 𝗮𝗺𝗮𝗿𝗶𝗹𝗹𝗮𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼
Se lo conoce como «Peldaño del Sol» o el surgir de la luz del sol en el propio ser. La luz ya no se refleja –como en el caso de la Luna–, sino que se muestra en su propia naturaleza. Se revela en su calidad de poder penetrarlo todo, es «grande y fuerte como todo fuego que devora» y se la describe como inteligencia creadora. Se dice que en este peldaño se desvela la única y verdadera sabiduría, si uno es consciente de esa luz. La luz de la luna tiene que morir para que la luz del sol, de la conciencia, se pueda percibir. Aquí encontramos paralelos con Hermes como Inteligencia Creadora y Mente Pura.
𝗥𝘂𝗯𝗲𝗱𝗼, 𝗲𝗹 𝗲𝗻𝗿𝗼𝗷𝗲𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼
En este peldaño se despierta el deseo de dar a la conciencia iluminada una nueva forma o, lo que es lo mismo, encarnar de nuevo y de otra manera. Para conseguir esto se necesita un cuarto Fuego, que quema tanto «como una fusión». Aquí es donde tiene lugar la verdadera transmutación, o transformación integral, y la unión nueva de espíritu y materia. Es la culminación de la «Gran Obra», la creación totalmente nueva del ser. Hermes se nos aparece aquí en su aspecto más superior: como mago que une los opuestos.
En cada nivel o peldaño del proceso se aplica, se repite, el principio alquímico de «solve et coagula» (disuelve y concretiza). La forma tiene que deshacerse cada vez para que vuelva a cobrar un nivel más alto de conciencia y una forma más pura.
Se debe considerar a Hermes-Mercurius como la idea dominante de la alquimia, como la luz espiritual que «cae sobre el hombre ciego y dormido» (que se encuentra en el proceso inconsciente de la adquisición de conciencia, en el proceso de individuación), generalmente simbolizado por el «arbor philosophica» (el Árbol del Conocimiento del Paraíso), que, en ambos casos, está vigilado por un poder demónico (la serpiente o un espíritu maligno) que persuade y empuja a obtener el conocimiento.
«Pero es entonces, al liberar a Mercurius de su cárcel, cuando adquiere el carácter del Atman superior, el que es, más allá de la personalidad. Entonces es cuando ese “spiritus vegetativus” de toda criatura, el núcleo de oro en el Yo Superior, se representa a través del “filius macrocosmi”, que es la Piedra Filosofal en sí (lapis et unus)».
En la Aurelia Occulta, un texto alquímico del s. XVII, se dice: «… Te otorgo las fuerzas de lo masculino y lo femenino, incluso también las del cielo y la tierra. Con valor y generosidad se han de usar los misterios de mi arte […]. Los filósofos me llaman Mercurius; mi esposo es el oro filosófico; soy el viejo dragón, presente en todos los lugares de la tierra, padre y madre, joven y anciano, muy fuerte y débil, muerte y restablecimiento, visible e invisible, duro y blando; bajo a la tierra y asciendo al cielo; soy lo superior y lo inferior, lo más ligero y lo más pesado; en mí, el orden de la naturaleza muchas veces se vuelve del revés en el color, número, peso y medida; mantengo la luz de la naturaleza; soy oscuro y claro, surjo del cielo y de la tierra, soy conocido y sin embargo no existo en absoluto… Soy el brillante carbúnculo solar, la tierra radiante más preciosa, a través de la cual puedes transmutar cobre, hierro, zinc y plomo en oro».
Jung reconoció que en las ambiguas, oscuras y paradójicas facetas de Hermes- Mercurius se reflejan justamente aquellos componentes del ser humano que rechazaba el cristianismo. De ahí que esos aspectos fueran asociados a Lucifer, al poder demoníaco y afines; o sea, a la suma de todos aquellos componentes psíquicos que el cristianismo intentaba eliminar. Pero como ese aspecto reprimido «posee realidad viviente, le apremia expresarse, y lo hace a través de una simbología oscura, hermética». La alquimia, a través de una especie de cultura paralela al cristianismo, logró producir durante muchos siglos en Europa una imagen contraria y «un camino de vuelta al Hermes antiguo y, con ello, reabrir la idea precristiana, o sea alquímica, de una mente integral».
Los estudios de C. G. Jung ofrecen una clave psicológica para las cualidades del dios Hermes y lo hacen susceptible de ser vivido a nivel humano-espiritual. Hermes es, en este sentido, al mismo tiempo, la dinámica que mueve la búsqueda y la misma meta: la sabiduría.
Que Hermes, el Gran Alquimista y Transformador, amigo y acompañante del ser humano, nos ilumine y enseñe el camino y que podamos aprovechar la parte positiva de esta fuerza de la naturaleza.

Beatrice Weinelt

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