El primero en pedir perdón es el más valiente . El primero en perdonar es el más fuerte. El primero en olvidar es el más feliz - Sri Ravi Shankar-
Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón; no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza, y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resenti-miento y la crítica (agotadora y vana tarea), que te hace juez y cómplice de lo que te disgusta” - Facundo Cabral-
Es redundante afirmar que nuestra mamá y nuestro papá son las dos personas que más incidencia tienen en nuestra vida, en mi vida, en tu vida. No hay duda de que si hubieran sabido hacerlo de otra manera, estableciendo una relación amorosa y educativa, más efectiva, lo hubiesen hecho y de que hicieron lo que sabían hacer -seguramente reproduciendo su propia experiencia- y que toda torpeza en sus acciones fue producto de su ignorancia y no por la falta de amor.
El alma de un niño/a elige a sus padres, selecciona la familia apropiada en la cual va a nacer, antes del momento de la concepción. Tú elegiste a tus padres yo elegí a mis padres, tus hijas también te eligieron, mis hijos me eligieron a mí. Todos nos elegimos unos a otros porque sabíamos de antemano qué equipaje traería cada uno a la mesa. Y ese equipaje tiene un solo gran propósito: desencadenar reacciones dentro de ti, aquellas que te dan la oportunidad de elevarte por encima de ellas y crear “milagros”, ese ser único e irrepetible que somos cada uno de nosotros, capaz de realizaciones maravillosas y llegar a ser lo que efectivamente vinimos a ser al mundo, dando cumpli-miento plenamente a nuestra Misión.
La dificultad es que la mayoría de las veces reaccionamos primitivamente, respondemos, devolvemos el golpe y dejamos que todos nos provoquen (nuestros padres y todo personaje que atraemos a nuestra vida) y reaccionamos torpemente, nos encerramos, enjuiciamos, sufrimos, nos confundimos. Y así nada cambia. Los “milagros” suceden y tú y yo “culpamos” a nuestros padres, “culpamos” al mundo de nuestro pesar.
Pero no tiene nada que ver con nuestros padres ni con el mundo. Nuestros padres están en nuestra vida para que tú y yo traspasemos lo que vinimos a traspasar a esta dimensión. Tú los elegiste, yo los elegí. No saber esto y eventualmente ignorarlos, pelearnos o distanciarnos -de nuestros padres- es la torpeza mayor que podemos ejecutar los seres humanos. Cuando lo hacemos no estamos comprendiendo de qué se trata el “rompecabezas” de nuestra vida y estamos cada vez más alejados de armarlo.
En esta relación el acto declarativo del perdón juega un rol sanador. Generalmente, la declaración del perdón solemos expresarlo frecuentemente en forma de petición. Decimos “Te pido perdón”. Con ello hacemos depender la declaración “Perdón” que hace quien asume responsabilidad por aquellas acciones que lesionaron al otro, del acto declarativo que hace el supuesto lesionado al decir “Te perdono”. Ambos actos son extraordinariamente importantes y no es bueno subsumir el primero en el segundo.
Lo importante de mantenerlos separados es que nos permite reconocer la eficacia del decir “Perdón” con independencia de la respuesta que se obtenga del otro. Es decir, la responsabilidad que nos cabe sobre nuestras propias acciones no la podemos hacer depender de las acciones de otros. El perdón del otro no nos exime de nuestra responsabilidad. El haber dicho “Perdón”, aunque el otro no nos perdonara, tiene de por sí una importancia mayor y el mundo que construimos es distinto –independientemente del decir del otro- según lo hayamos o no declarado. Muchas veces el declarar “Perdón” puede ser insuficiente como forma de hacernos responsables de las consecuencias de nuestras acciones. La mayoría de las veces, además del perdón, requerimos asumir responsabilidad en reparar el daño hecho o en compensar al otro. Pero ello no disminuye la importancia de la declaración del perdón.
El segundo acto declarativo asociado con el perdón es “Te perdono”, “Los perdono” o simplemente “Perdono”. Este acto es diferente del decir “Perdón”. Cuando alguien no cumple con lo que nos prometiera o se comporta con nosotros de una manera que contraviene las que consideramos que son “legitimas expectativas” (diferente a meros caprichos), muy posiblemente nos sentiremos afectados por lo acontecido. Más todavía si, luego de lo sucedido, la persona responsable no se hace cargo de las consecuencias de su actuar o de su omisión. Cuando sucede esto la mayoría de las personas decide sentirse "víctimas"de una “injusticia” y caemos en el RESENTI-MIENTO.
Al caer en el resenti-miento, nos hemos puesto en una posición de dependencia con respecto a quien hacemos responsable. Este puede perfectamente haberse desatendido de lo que hizo. Sin embargo, nuestro resenti-miento nos va a seguir atando, como esclavos, a ese otro. Nuestro resenti-miento va a carcomer nuestra paz, nuestro bienestar, va probablemente a terminar tiñendo el conjunto de nuestra vida y cargaremos, como piedras en una mochila, ira, bronca, rencor, resenti-miento, toda emoción oscura y limitante. El resenti-miento nos hace esclavos de quien culpamos y, por lo tanto, socava no sólo nuestra armonía y bienestar, sino también nuestra libertad como personas.
Perdonar no es un acto de gracia para quien nos hizo daño, aunque pueda también serlo. Perdonar es un acto declarativo de LIBERACIÓN PERSONAL. Al perdonar rompemos la cadena que nos ata al "victimario" y que nos mantiene como "víctimas". Al perdonar nos hacemos cargo de nosotros mismos y resolvemos poner término a un proceso abierto que sigue reproduciendo el daño que originalmente se nos hizo. Al perdonar reconocemos que no sólo el otro, sino también nosotros mismos, somos ahora responsables de nuestro bienestar.
El perdón implica ofensa, es decir que para que alguien pueda perdonar, primero tiene que haber sido ofendido, pero como nadie tiene el poder para ofender a nadie a menos que uno le haya dado ese poder, resulta que, paradójicamente, el perdón nunca debería recaer sobre la persona que supuestamente nos ofende sino, en todo caso, sobre uno mismo, por haberle dado tan neciamente cabida a la ofensa. Cada uno crea sus propios estados de ánimo, o, expresado de otra manera, "los hombres no se perturban por causa de las cosas, sino por la interpretación que de ellas hacen" (Epícteto). El ofensor, por lo tanto, siempre es uno mismo: te ofendes porque te ofendes. De ahí que cuando alguien perdona una ofensa, lo único que está haciendo, en realidad, es desligarse de la responsabilidad que le cabe por ser su propio ofensor para trasladarla a otro, salvo que, junto a la declaración del perdón, asuma la responsabilidad total de su estado de ánimo y de su correspondiente transformación.
Le otorgamos a las palabras un poder que resulta en cierta medida ficticio para alterar nuestro ánimo. Es una autoridad inventada porque las palabras no tienen más potestad sobre nosotros que la que nosotros mismos decidimos otorgarle. Ninguna palabra debería tener el poder para ofender a nadie, a menos que uno mismo le haya dado ese poder . Y si le hemos dado poder a determinadas palabras para que quien las pronuncie nos ofenda, la única alternativa que nos queda es retirarles el poder que nosotros mismos les hemos dado. ¿Puede haber algo más paradójico que darle poder a determinadas palabras para ofendernos y luego echarle la "culpa" a quien las pronuncia?.
El tercer acto declarativo asociado al perdón es, esta vez, no el decir “Perdón”, ni tampoco el perdonar a otros, sino PERDONARSE A SÍ MISMO. Esto no nos exime de la responsabilidad por nuestras acciones y nos evite actuar para hacernos cargo de lo que hicimos. Perdonarse a si mismo parte del reconoci-miento de que en el pasado actuamos desde condiciones diferentes de aquellas en no encontramos en el presente y que hoy, somos capaces de ver, analizar y modificar responsablemente las decisiones y sus consecuencias. El perdón a sí mismo tiene el mismo efecto liberador del que hablábamos anteriormente y hacerlo es una manifestación de amor a si mismo y a la propia vida.
Por todo lo dicho nuestras posibilidades para generar resultados extraordinarios, disfrutables y a largo plazo, mientras sigamos cargando con emociones limitantes, ya sea hacia los demás o hacia nosotros mismos, son escasas. No tiene que ver con la otra persona o las otras personas cuando hablamos de PERDONAR A OTROS, tienen que ver contigo, conmigo, con cada uno, te hayan hecho lo que te hayan hecho, hayas recibido, lo que hayas recibido, pueden ser todas torpes interpretaciones de las palabras o acciones que recibiste. Pero en definitiva no lo estás haciendo por las otras personas, lo estás haciendo por ti, para ti, para que esa internalización, que luego se transforma en declaración, juegue para ti y abra el mundo para ti. Ya sabes que si lo recibiste, es porque tú lo trajiste a tu vida. Y esta certeza también es un disparador para decidir tomar la decisión interna de PERDONAR y de LIMPIAR y asumir la RESPONSABILIDAD de tu propia vida.
“El perdón es la llave a la acción y libertad” Hannah Arendt
Te invito a generar acciones, en primer lugar con tus padres (luego con todas las personas que interpretes son generadoras de emociones limitantes) . No esperes al último minuto de vida de tus padres (y de toda persona que has generado en tu vida) para conectarte con ellos, para decirles todo lo que tu corazón quiera decirles, para abrazarlos, para sentirlos, para "PERDONARLOS", para AMARLOS, para COMPARTIR. TU LO ELEGISTE, DISFRÚTALOS!!!.
"El perdón es una decisión, no un senti-miento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió." -Madre Teresa-
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