Existen cuatro estadios evolutivos diferentes, los cuales se manifiestan en función de nuestro grado de sabiduría, nuestro nivel de consciencia y nuestro estado de ánimo.
Vivimos en una sociedad tan inconsciente que hasta hace poco la Real Academia Española (RAE) consideraba que las palabras «conciencia» y «consciencia» eran sinónimos. Sin embargo, tienen significados bastante diferentes. Por un lado, «conciencia» es esa vocecita interior que cuando vivimos identificados con el ego nos dice lo que está bien y lo que está mal. Y cuando vivimos conectados con nuestra verdadera esencia nos inspira a dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cada situación, sin caer en juicios morales y subjetivos de ningún tipo. Por otro lado, «consciencia» tiene que ver con darse cuenta, estar presente, observarse a uno mismo y, en definitiva, vivir aquí y ahora. El quid de la cuestión es que no podemos regirnos por nuestra conciencia si no vivimos de forma consciente.
En este sentido, cabe señalar que existen diferentes estadios evolutivos en función de nuestro nivel de consciencia. El primero se llama «inconsciente». En él vivimos de forma egocéntrica, victimista y reactiva, culpando siempre a algo o alguien externo a nosotros. Ridiculizamos y nos oponemos violentamente al autoconocimiento porque tenemos mucho miedo al cambio.
El segundo se conoce como «consciente de la inconsciencia». Es decir, nos damos cuenta de que tenemos un lado oscuro y de que hay algo en nuestro interior que podríamos revisar, en vez de malgastar toda nuestra energía en cambiar a los demás y el mundo en el que vivimos. Es entonces cuando, movidos por una saturación de sufrimiento nos adentramos en una crisis existencial que nos conduce a la humildad de estar abiertos a conocernos mejor y de cuestionar nuestro estilo de vida. Pero debido a nuestra falta de comprensión y de entrenamiento seguimos en conflicto con nosotros mismos y con la realidad. En esta etapa solemos decir «¡qué felices los ignorantes!»
El tercer nivel se denomina «consciente». Aquí ya nos conocemos mejor y nuestro ego está más o menos integrado, con lo que somos altruistas, responsables y proactivos, sabiendo cómo cultivar un bienestar duradero. Se activan capacidades más elevadas que nos permiten afrontar la adversidad como una oportunidad de aprendizaje. Descubrimos quiénes verdaderamente somos –más allá del personaje– y se revela nuestro propósito de vida.
Finalmente, la cuarta etapa se llama «consciente de la conciencia». Totalmente desidentificados del ego, nos fundimos con la realidad, comprehendiendo que el observador y lo observado son lo mismo. El silencio y la meditación se convierten en compañeros de viaje para preservar la profunda sensación de conexión, unidad y totalidad que se siente en el interior. Paradójicamente, se trata de una experiencia mística donde no hay lugar para el experimentador. Suele ser un estado temporal, que deja una huella imborrable en la memoria del corazón.
Estos cuatro estados de consciencia no son lineales, sino que se transitan en espiral. A veces damos tres pasos hacia adelante y dos para atrás. Eso sí, la sabiduría que se adquiere por el camino jamás se pierde; se acumula en nuestra conciencia, a la cual accedemos cuando vivimos de forma consciente. De ahí que se suela utilizar la metáfora del «despertar» para aquellos que se han dado cuenta de la importancia de mirar hacia adentro, respetando los procesos de quienes siguen «dormidos» –en lucha y conflicto consigo mismos– por estar constantemente perdidos mirando hacia afuera.
Inconsciente
-No sabemos lo que es el ego y, por consiguiente, no nos damos cuenta de que vivimos de forma egocéntrica, plenamente identificados con este falso concepto de identidad.
-Vivimos dormidos, con el piloto automático puesto, reaccionando impulsivamente cada vez que la realidad no se adecua a nuestros deseos y necesidades egocéntricas.
-Al no tener control sobre nosotros mismos, no somos responsables ni dueños de nuestros actos; somos marionetas del ego, quien nos mantiene tiranizados a un encarcelamiento psicológico.
-Somos esclavos de nuestra mente y, en consecuencia, de nuestra ignorancia, que nos lleva a vivir bajo la tiranía del pensamiento inconsciente y negativo.
-Pensamos constantemente en el pasado y en el futuro, marginando por completo el momento presente.
-Adoptamos el rol de víctimas, quejándonos y culpando siempre a los demás de nuestro propio sufrimiento.
-Necesitamos evadirnos y narcotizarnos para evitar el contacto con nuestro vacío existencial.
-Creemos que la vida no tiene sentido.
Consciente de la inconsciencia
-Descubrimos lo que es el ego, nos damos cuenta de que somos muy egocéntricos y empezamos a entender lo que significa vivir identificados con este falso concepto de identidad.
-Seguimos reaccionando impulsivamente, pero tomamos consciencia de que cambiar esta actitud tan nociva sólo depende de nosotros mismos.
-Empezamos a tener control sobre nosotros mismos y somos en parte responsables de nuestros actos.
-Seguimos siendo esclavos de nuestra mente, pero en ocasiones conseguimos crear cierto espacio para no identificarnos con nuestros pensamientos.
-Pensamos en el pasado y en el futuro, pero intentamos centrarnos en el momento presente.
-Sufrimos, pero poco a poco dejamos de culpar a los demás, empezando a aprender de nuestros errores.
-Necesitamos evadirnos y narcotizarnos, pero lo llevamos a cabo «conscientemente».
-Creemos que la vida tiene el sentido que le queramos dar.
Consciente
-Dejamos de estar identificados con el ego; sabemos cómo gestionarlo para que deje de limitarnos, manipularnos y boicotearnos.
-Ya no reaccionamos impulsivamente, aunque podemos perder este estado de autocontrol en momentos de mucha adversidad, siempre y cuando dejemos de prestar la suficiente atención.
-Al tener domado al ego, somos dueños de nosotros mismos y, por tanto, totalmente responsables de nuestros actos.
-Al comprender cómo funciona nuestra mente ya no nos invaden pensamientos; de hecho, pensamos conscientemente para llevar a cabo fines constructivos.
-Pensamos de forma consciente y lo hacemos en positivo, quedándonos con el aprendizaje que se oculta detrás de cualquier experiencia; vivimos el momento presente.
-Asumimos que somos 100% corresponsables y co-creadores no sólo de nuestro bienestar, sino también de nuestras circunstancias actuales.
-Ya no sufrimos, y esta ausencia de malestar nos hace sentir muy bien con nosotros mismos y con los demás. De ahí que no necesitemos evadirnos ni narcotizarnos.
-Sentimos que la vida tiene sentido porque la hemos convertido en un proceso de aprendizaje para llegar a ser felices.
Consciente de la conciencia
-Entramos en contacto con nuestro ser, esencia o yo verdadero, y nos sentimos unidos a todo lo que existe.
-Aceptamos y amamos todo lo que sucede porque es «lo que es»; vivimos en un profundo estado de ataraxia, de imperturbabilidad interior.
-Cultivamos la atención consciente; nos observamos a nosotros mismos en tercera persona, con lo que somos capaces de tomar la actitud que más nos convenga en todo momento.
-Yendo más allá de nuestra mente, conseguimos alinearla con el momento presente, el único que existe en realidad.
-Vivimos tan conscientemente que no hay lugar para el pensamiento; en caso de pensar, lo hacemos de forma neutra, pase lo que pase.
-Experimentamos plenitud interior, es decir, vitalidad, felicidad, paz interior, gozo, amor, alegría y gratitud de estar vivos; lo sentimos en el vientre, debajo del ombligo.
-Aunque lo intentáramos, no podríamos evadirnos; estamos plenamente conectados con nosotros mismos y con la realidad de la que formamos parte.
-La mente se disuelve, dejando de interpretar la realidad de forma dual para empezar a verla tal y como es: absolutamente neutra.
-Somos la vida, con lo que ya no necesitamos comprenderla ni dotarla de sentido.
Este artículo corresponde a un capítulo del libro “Encantado de conocerme” de Borja Vilaseca.
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