Baruch Spinoza, indudablemente uno de los filósofos más importantes de la historia del pensamiento occidental, está gozando una especie de renacimiento. Esto se debe seguramente a que Spinoza congenia con el pensamiento científico e, interesantemente, también con el pensamiento ecológico. Ante la crisis de sentido, la crisis climática y la crítica de las grandes religiones, la religión de la naturaleza o la exaltación del mundo natural parecen capaces de proveer sentido y pertenencia, son ideas que cobran fuerza y se revelan como esa preferencia creciente identificada como "espirituales pero no religiosos".
Más allá de que esta clasificación es problemática y se podría argumentar que contradictoria, hay claramente una tendencia a buscar una espiritualidad personal, libre de las instituciones, la cual se exhibe fundamentalmente en un deseo de tener experiencias significativas que tienen que ver con la naturaleza, ya sea experimentando con plantas psicoactivas, a través de la contemplación estética o a través de la acción política (especialmente en lo referente al problema climático) en la que el mundo se vuelve la polis y la interdependencia cobra una especie de valor ético y espiritual.
Spinoza es conocido sobre todo por identificar la naturaleza con Dios, un paso que para algunos lo acercó al ateísmo, pero que es primero entendido como un panteísmo, donde todo es Dios. El Dios de Spinoza es concebido como una sustancia con infinitos atributos, dos de los cuales nos son conocidos, la materia y la mente, dos aspectos de la sustancia única.
Esta identificación de la mente con la materia es muy atractiva en la filosofía y en la ciencia actualmente. Spinoza es una de las fuentes esenciales de un importante movimiento en el estudio de la conciencia que se inclina a una visión panpsiquista, que sostiene que la conciencia es una propiedad fundamental de la materia. Esta visión puede ubicarse dentro de los límites del materialismo, corriente en la cual algunos ubican al mismo Spinoza, aunque esto puede ser disputado, pues Spinoza no sostiene que la materia es el fundamento de toda la realidad, es un monista de sustancia e igualmente puede leerse cercano al monismo de religiones como el vedanta. Por otro lado, Spinoza señala que el principio mental es eterno: aunque la existencia individual no persiste después de la muerte, la mente alcanza un entendimiento que es eterno. La mente humana, explica en su Ética, "es parte del infinito intelecto de Dios"; y agrega: "El verdadero entendimiento no puede perecer, pues en sí mismo no tiene causa para destruirse".
El pensamiento de Spinoza ha sido especialmente atractivo para algunos científicos que consideran que el universo es determinístico. El Dios de Spinoza, con el cual Einstein llegó a identificarse, no es un Dios que "juega a los dados" y tampoco es un Dios que interviene en la Creación con milagros o castigos, sino más bien una suerte de entidad por encima de un universo en donde todo esta circunscrito por leyes, por una divina necesidad. Spinoza es, en cierta manera, la cumbre del racionalismo.
En su Tratado sobre el mejoramiento del entendimiento, escrito en 1656, Spinoza explica lo que es el bien más alto. Primero, el filósofo observa que aquello que llamamos "bueno o malo" tiene una cierta cualidad relativa, pero entiende que el ser humano tiene razones para designar como bueno aquello que lo lleva a la "perfección", que es una conformidad con el orden eterno. El cosmos de Spinoza se caracteriza por ser una especie de máquina u organismo perfectamente aceitado, "maravillosamente arreglado" (según Einstein), que sigue leyes que encarnan principios eternos. Spinoza puntualiza que el más alto bien consiste "en el conocimiento de la unión entre la mente y la totalidad de la naturaleza". Esta es la unidad entre el pensamiento y la extensión, unidad de los atributos de la sustancia divina. Se trata de una unión intelectual, pero Spinoza habla de esto en términos eróticos: "el amor intelectual de la mente hacia Dios es parte del amor infinito con el que Dios se ama a sí mismo". Al mismo tiempo, ya que no hay diferencia última entre el cuerpo y la mente, es una unión física, que se expresa como amor. Esta unión se entiende, señala, a través de su acción en el cuerpo, "en el que vemos cómo a través del conocimiento y el sentimiento de cosas corporales, surgen en nosotros todos los efectos de estar constantemente volviéndonos conscientes del cuerpo, por medio de los espíritus [vitales]".
Spinoza dice que todos los esfuerzos del intelecto y de la educación misma deben ponerse al servicio de esta unión con la totalidad de la naturaleza que es, al mismo tiempo, la unión con Dios. Enfatiza la importancia de una "filosofía moral", pero siempre está presente la noción de "cuerpo-mente" y resalta la importancia de la salud física para hacer esto. Sin embargo, lo principal es "un medio desarrollado para mejorar el entendimiento y purificarlo". En este sentido hay una forma de imitatio dei, de hacerse como Dios a través de la pureza del pensamiento, que es sustancia eterna e infinita.
¿En qué consiste esa unión con la totalidad de la naturaleza para el ser humano que existe en la Tierra? Como ya vimos, hay un principio erótico, una relación de admiración y deseo para con la divinidad, aunque esto es motivado y ejecutado por un "amor intelectual". En este sentido, Spinoza quizá se aleja de lo que vemos en las muestras modernas de espiritualidad que tienden a una cierta devoción de la naturaleza y que buscan una experiencia integral de conexión con algo vivo. Y es entendible, pues como criticaron Heidegger y otros, un Dios que es meramente leyes e intelecto no genera naturalmente que alguien se "arrodille" o baile en éxtasis. El Dios racional de Spinoza difícilmente sabe bailar. Y, sin embargo, hay una forma de conciliar esto, y ciertamente Nietzsche puede concebirse en diálogo fecundo con Spinoza.
Unirse a la totalidad de la naturaleza es unirse a la necesidad, a los procesos vitales, energéticos del mundo, a la masa de poder que se manifiesta, con aceptación y reverencia. Una identificación en el corazón de la materia, que admite aun el sí del espíritu, incluso aunque este sí, esta aparente libertad, sólo sea para hacerse a un lado, para dejarse atravesar y anonadar por la luz de "Aquel que es todas sus estrellas".
Luis Alberto Hara
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