Jornada invernal en la ciudad de Montevideo, día gris, lluvioso, viento, indicios del comienzo del frío y del invierno, todos ellos ingredientes típicos y requeridos en estas épocas. Sin embargo y a pesar de, es un día como tantos, un domingo como otros, la diferencia obvia es que se celebra el "Día Internacional del Trabajo". En mi caso además estoy observando de reojo por TV el proceso de beatificación de Juan Pablo II.
Parto de la idea que, para celebrar el día del trabajo, una de las condiciones es contar con un trabajo y en principio sin importar la modalidad del mismo (dependiente, etc.). La sola mención del "Día Internacional del Trabajo" me hace soñar con el pleno empleo, donde no exista persona alguna que, queriendo trabajar, no lo pueda hacer por condiciones del mercado.
La paradoja está planteada, a viva vos a nivel planetario se está anunciando el "fin del trabajo". A nivel local vemos multitudes de compatriotas cada lunes con el típico "Gallito Luis" (clasificado de empleos) entre sus manos haciendo cola procurando un "empleo" que los dignifique y les permita sobrevivir.
Hoy leemos en la prensa internacional que miles de ciudadanos portugueses y españoles miran a sus antiguas colonias en busca de trabajo. La ironía de la vida, los mismos que en la actualidad nos impiden la entrada a sus respectivos países, son los que están golpeando la puerta para entrar, se encuentran sin trabajo y "descubren" que no es posible vivir sin él (el tal descubri-miento!!). Que harán todo lo posible (entre otras viajar donde exista esta posibilidad) para conseguir una forma de "ganarse" la vida" (y no hacemos referencia únicamente al acceder a un trabajo digno, con salarios equivalentes a la responsabilidad y capacidad que se desempeña, no, lo que sea para "parar la olla").
La desocupación llegó a límites históricos y alarmantes en España (22%, casi 5.000.000 de personas y algunas familias enteras se alimentan en comedores públicos y viven de la caridad). ¿Será cierto que todo lo que el ser humano emite al universo este, a modo de espejo, lo devuelve?. Ya no se trata de reclamar 8 horas, el objetivo para muchos es procurar un "empleo" en cualquier rubro, en cualquier lugar, las horas que surjan, sin límites de ningún tipo.
En mi caso y seguramente representando el ánimo de mucha gente, no me limito a la jornada de 8 horas, y no renuncio a que el trabajo para mí signifique mucho más que un empleo o un trabajo. Soy una oferta valiosa y construyo espacios de servicio y de entrega acompañando el desarrollo y la expansión de capacidades y posibilidades con quien me vinculo a través de diferentes modalidades (capacitación, formación, psicología, consultoría, asesoría) todas ellas emparentadas entre si, que legitiman y formalizan mi relación profesional con la persona u organización que lo requiera, permitiendo la expansión de mi creatividad y el aporte técnico específico dando cumplimiento al motivo de la relación.
Me parece útil recordar, en el día de hoy, los hechos que dieron lugar esta celebración contextualizados en los albores de la revolución industrial en los Estados Unidos. A fines del siglo XIX Chicago era la segunda ciudad de EE.UU. Del oeste y del sudeste llegaban cada año por ferrocarril miles de ganaderos desocupados, creando las primeras villas humildes que albergarían a cientos de miles de trabajadores. Además, estos centros urbanos acogieron a emigrantes venidos de todo el mundo a lo largo del siglo XIX.
Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada de 8 horas. El hacer valer la máxima ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa. En este contexto se produjeron varios movi-mientos. En 1829 se formó un movi-miento para solicitar a la legislatura de Nueva York la jornada de ocho horas. Anteriormente existía una ley que prohibía trabajar más de 18 horas, salvo caso de "necesidad". Si no había tal "necesidad",cualquier funcionario de una compañía de ferrocarril que hubiese obligado a un maquinista o fogonero a trabajar jornadas de 18 horas diarias debía pagar una multa de 25 dólares.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la American Federation of Labor, Federación Estadounidense del Trabajo, inicialmente socialista (algunas fuentes señalan el origen anarquista).En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, había resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas. En caso de no obtener respuesta a este reclamo, se iría a una huelga. Recomendaba a todas.
las uniones sindicales a tratar de hacer promulgar leyes con ese contenido en todas sus jurisdicciones. Esta resolución despertó el interés de todas las organizaciones, que veían que la jornada de ocho horas posibilitaría obtener mayor cantidad de puestos de trabajo (menos desocupación). Esos dos años acentuaron el senti-miento de solidaridad y acrecentó la combatibilidad de los trabajadores en general.
En 1886, el presidente de Estados Unidos Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo las 8 horas de trabajo diarias.Al poco tiempo, 19 estados sancionaron leyes que permitían trabajar jornadas máximas de 8 y 10 horas (aunque siempre con cláusulas que permitían hacer trabajar a los obreros entre 14 y 18 horas).
Las condiciones de trabajo eran similares, y las condiciones en que se vivía seguían siendo insoportables.Como la Ley Ingersoll no se cumplió, las organizaciones laborales y sindicales de EE.UU. se movilizaron. La prensa calificaba el movi-miento en demanda de las ocho horas de trabajo como «indignante e irrespetuoso», «delirio de lunáticos poco patriotas», y manifestando que era «lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo».
La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (la principal organización de trabajadores en EE.UU.) remitió una circular a todas las organizaciones adheridas donde manifestaba: «Ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1° de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al respecto». Este comunicado fue rechazado de plano por todos los trabajadores de EE.UU. y Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes de la Noble Orden por traidores al movi-miento obrero.
En la prensa del día anterior a la huelga, el 29 de abril de 1886, se podía leer: «Además de las ocho horas, los trabajadores van a exigir todo lo que puedan sugerir los más locos anarco-socialistas». El New York Times decía: «Las huelgas para obligar al cumpli-miento de las ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo».El Filadelfia Telegram decía: «El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate: piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el logro del sistema de ocho horas». El Indianápolis Journal decía: «Los desfiles callejeros, las banderas rojas, las fogosas arengas de truhanes y demagogos que viven de los impuestos de hombres honestos pero engañados, las huelgas y amenazas de violencia, señalan la iniciación del movi-miento».
El 1° de mayo de 1886, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro.En Chicago donde las condiciones de los trabajadores eran mucho peor que en otras ciudades del país las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo. La única fabrica que trabajaba era la fábrica de maquinaria agrícola McCormik que estaba en huelga desde el 16 de febrero porque querían descontar a los obreros una cantidad para la construcción de una iglesia.La producción se mantenía a base de esquiroles.
El día 2 la policía había disuelto violentamente una manifestación de más de 50.000 personas y el día 3 se celebraba una concentración en frente sus puertas, cuando estaba en la tribuna el anarquista August Spies sonó la sirena de salida de un turno de rompehuelgas.
Los concentrados se lanzaron sobre los scabs (amarillos) comenzando una pelea campal. Una compañía de policías, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre la gente produciendo 6 muertos y varias decenas de heridos. El redactor del Arbeiter Zeitung Fischer corrió a su periódico donde proclama (que luego se utilizaría como principal prueba acusatoria en el juicio que le llevó a la horca) imprimiendo 25.000 octavillas. La proclama decía:
Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza! ¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria. Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!. Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden...¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!.
La proclama terminaba convocando un acto de protesta para el día siguiente, el cuatro, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket. Se consiguió un permiso del alcalde Harrison para hacer un acto a las 19.30 en el parque Haymarket. Los hechos que allí sucedieron son conocidos como Revuelta de Haymarket.
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas a varios centenares de miles de obreros. El éxito fue tal, que la Federación de Gremios y Uniones Organizadas expresó su júbilo con estas palabras: «Jamás en la historia de este país ha habido un levanta-miento tan general entre las masas industriales. El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación sindical».
A lo largo del siglo XX, los progresos laborales se fueron acrecentando con leyes para los trabajadores, para otorgarles derechos de respeto, retribución y amparo social. En la última década del siglo esos progresos retrocedieron bajo la influencia del neo liberalismo. En la actualidad, casi todos los países democráticos rememoran el 1º de mayo como el origen del movi-miento obrero moderno. Estados Unidos, Reino Unido y el Principado de Andorra son los únicos países, del mundo occidental, que no lo recuerdan.
En 1954 el papa católico Pío XII apoyó tácitamente esta jornada de memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero. Últimamente se viene denominando a esta día como Día Internacional del Trabajo.