martes, 15 de junio de 2021

Mística, ascetismo y filosofía

 En respuesta a algunas de las tesis finales de Arthur Schopenhauer en su obra magna, Friedrich Nietzsche aseguraba en el Tratado Tercero de La genealogía de la moral, fiel a su espíritu polémico, que desde antiguo ha existido por parte de los filósofos una extraña atracción por el ideal ascético. Lejos de considerar que el ascetismo suponga una vía privilegiada de acceso al conocimiento global del mundo, Nietzsche explicaba lo que, a su juicio, constituye el verdadero “ideal ascético”, aquello que se esconde tras esta expresión tan endiosada y ensalzada en la historia del pensamiento: “Mi respuesta es: al contemplarlo el filósofo sonríe a un optimum de condiciones de las más alta y osada espiritualidad, pero con ello no niega ‘la existencia’, antes bien, en ello afirma su existencia y solo su existencia, y esto hasta el punto de no andarle lejos este deseo criminal: pereat mundus, fiat philosophia fiat philosophus, fiam…!”, o lo que es lo mismo, que “perezca el mundo, hágase la filosofía, hágase el filósofo, hágame yo”.

De este modo, para alguien como Nietzsche el ascetismo no sería más que una forma encubierta de intentar imponer las formas propias de un modo de vida que supone, para él, una contradicción, pues “en ella domina un resentimiento sin igual”, el de alguien que no ha podido saciar su instinto, poseedor de una voluntad de poder que “quisiera enseñorearse” pero que es incapaz de hacerlo. Si algo expresa el ascetismo para el pensador de Röcken es el mayor de los horrores humanos, el horror vacui (horror al vacío), pues para vivir y perseverar en la existencia necesitamos ante todo una meta. En definitiva: el ascetismo prefiere “querer la nada a no querer”.

Muy al contrario, el que fuera maestro de Nietzsche a través de sus libros, el ya mencionado Schopenhauer, estimaba que lejos de intentar imponer nuestra voluntad en el mundo, lo que debe darse es un amor producido gracias a la contemplación del dolor ajeno, que deseamos mitigar como si fuera el nuestro, al sentir la nimiedad de la vida: “De tal reflexión se desprende una negación universal de la voluntad de vivir, que es el ascetismo, cuyo primer grado es la castidad, después la pobreza, la mortificación y, en su grado máximo, morir voluntariamente de hambre”.

En su opinión, una existencia verdaderamente feliz sería aquella en la que la voluntad pudiera callar no sólo durante unos instantes, sino para siempre. El objetivo de la doctrina de Schopenhauer es, pues, hacer callar a lo que él denominó “nuestro fastidioso yo”, a cuyo trasiego se opone la quietud celestial de la vida contemplativa, pues todo en este mundo es el juego ilusorio de una fuerza apenas controlable que nos hace desear sin descanso: “su existencia es un continuo necesitar cuya satisfacción sostiene y conforma su vida, una vida que consiste, por ello, en un constante tránsito de una necesidad hacia su satisfacción y de esta hacia una nueva necesidad”. La finalidad del ascetismo para Schopenhauer es, pues, detener el funcionamiento de esta fatal rueda que nos conduce sin cesar de sufrimiento en sufrimiento.

Comienza primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere. La gente que busca la paz en las cosas exteriores, […] por grandes que sean o lo que sean, todo esto no es nada, sin embargo, y no da la paz. Quienes buscan así, lo hacen en forma completamente equivocada: cuanto más lejos vayan, tanto menos encontrarán lo que buscan.

Maestro Eckhart, Die Rede der Unterscheidunge

Vemos de este modo cómo el ascetismo ha supuesto, al menos hasta los albores del siglo XX, un tema de discusión filosófica de primera magnitud. Pero ¿qué ocurre, por su parte, con la contemplación? A este respecto debemos distinguir muy bien las fronteras entre sabiduría y filosofía. Mientras que la primera de ellas ha existido desde la historia más arcaica del hombre (a través de diversos códigos conservados, por norma general, a través de la oralidad, hasta la invención de la escritura, y reservada a ciertas capas de la sociedad, como chamanes, magos o sabios de diverso calado), la filosofía como forma de reflexión crítica sobre la realidad aparece por vez primera en la Grecia de los conocidos presocráticos, cuando los humanos se atreven, por primera vez, a cuestionar los dictados divinos provenientes del Olimpo.

Aristóteles, por ejemplo, en el Libro X de la Ética a Nicómaco, explicaba sobre la felicidad que, “si esta es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable que sea una actividad de acuerdo con la virtud más excelsa, y esta será una actividad de la parte mejor del hombre”. ¿En qué consiste tal actividad? En la contemplación, precisamente porque es aquella acción que tiene conexión con la parte “más divina” que hay en nosotros, el intelecto. No todo en el alma, estima el estagirita, se reduce a mera sensación, sino que hay algo en nosotros que piensa, algo incluso impasible, sin mezcla alguna, inmortal y eterno, por mucho que no seamos capaces de reconocerlo o recordarlo. Gracias a tal capacidad, nos vemos impelidos a inmortalizarnos, pues, “si la mente es divina respecto del hombre, también la vida según ella será divina respecto de la vida humana”.

Tarot EremitaNo por ello, sin embargo, debe quedar reducida la vida a la mera teoría. La inteligencia sólo supone el modo accesible a los hombres de negar lo mortal que hay en ellos, pues nos muestra una luz (que habita en nosotros) y que ni siquiera precisa del logos, de la palabra. Pero, al ser animales políticos (como declara en otra de sus obras esenciales), Aristóteles considera que la inteligencia ha de emplearse en la vida práctica: el discurso ha de fundarse en ella, en el noûs. En esta misma línea, también Tomás de Aquino apuntaría mucho tiempo más tarde en la cuestión 108 de la Suma Teológica que para llegar al fin último de nuestra existencia no es necesario en absoluto desechar las cosas del mundo, ya que empleándolas puede llegar también a la bienaventuranza eterna, con tal de no poner en ellas nuestro fin último. Pues, en cuanto que el hombre contemplativo “es hombre y vive con muchos otros –escribe Aristóteles–, elige actuar de acuerdo con la virtud, y por consiguiente necesitará de tales cosas para vivir como hombre”.

Así, comprendemos que la contemplación no conduce, en absoluto, a la inactividad. No es suficiente con conocer la virtud, sino que, como piensa Aristóteles, hemos de procurar no sólo tenerla, sino “practicarla, o intentar llegar a ser buenos de alguna otra manera”. Pero ¿qué ocurre con la mística, a la que incluso han dedicado un prestigioso Centro de Interpretación de reciente creación en la ciudad española de Ávila? El misticismo ha conocido diferentes caracterizaciones, desde la estrictamente religiosa (ya provenga del islam, del cristianismo o del judaísmo), sapiencial (como la budista) o la estrictamente laica o pagana (como la de los oráculos griegos). Sin detenernos ahora a estudiar cada uno de estos giros, algo es común a todas las manifestaciones místicas: el contacto con lo absoluto a través de una experiencia que excede la capacidad explicativa humana. Si bien el intento mismo de dilucidar este tipo de experiencias puede llegar a desarrollar un completo sistema filosófico, la vivencia en sí, empero, puede quedar fuera de ella; al menos, hay que decir que la experiencia mística no tiene por qué ser considerada en puridad filosofía, mientras que su explicación puede dar lugar a ella.

Cuando leemos las excelsas obras de Teresa de Jesús o de Juan de Ávila, encontramos en ellas una gran belleza literaria y, desde luego, un claro mensaje espiritual. Sin embargo, no por ello hemos de afirmar que parte de su legado pertenezca, por la condición descriptiva de sus respectivas experiencias místicas, a la historia de la filosofía, si bien cuanto se entresaca de ellas pueda en último término despertar el ejercicio filosófico. No hemos de olvidar nunca, a este respecto, la genial y agudísima sentencia del literato ruso Leonid Andréiev: “la ciencia es el misticismo de los hechos; la verdad es que nadie sabe nada“.

El viaje del emprendedor

 Ser emprendedor es un desafío lleno de obstáculos, pues al orden social establecido le interesa que sigamos siendo empleados; sin embargo, desarrollar la actitud emprendedora puede cambiarnos la vida.

El actual escenario de crisis sistémica nos está diciendo alto y bien claro que está todo por hacer. Todo por reinventarse. Sin embargo, debido a nuestro condicionamiento industrial, en general no vemos las nuevas oportunidades emergentes. Esencialmente porque no las queremos ver. Y seguiremos sin verlas hasta que iniciemos un proceso de autoconocimiento que nos permita cuestionar nuestras viejas creencias, experimentando así un profundo cambio de paradigma. Si nos resistimos a cambiar de mentalidad, el peso de este equipaje tan limitante terminará anclándonos de por vida en el viejo paradigma profesional, limitando nuestras posibilidades de adaptarnos y prosperar en el nuevo mercado laboral.

Por más que sigamos quejándonos y victimizándonos, el imparable devenir de las cosas va a continuar su avance… Y entonces, ¿hasta cuándo vamos a seguir posponiendo lo inevitable? Ha llegado la hora de aprender a hacernos cargo de nosotros mismos. De ahí que el primer paso para adentrarnos en el «nuevo paradigma profesional» sea la asunción de la «responsabilidad personal». Es decir, dejar de quejarnos, victimizarnos, indignarnos y de culpar al Estado, las empresas y los bancos de nuestras desgracias. Todo el tiempo y la energía que dedicamos a cambiar aquello que no podemos transformar (la realidad externa), lo estamos malgastando para transformar aquello que sí podemos cambiar: la realidad interna, esto es, nuestra visión del mundo.

En vez de exigir y esperar que otros resuelvan nuestros problemas laborales y financieros, ha llegado el momento de que cada uno de nosotros aprendamos a resolverlos por nosotros mismos. Es hora de pasar de la adolescencia a la madurez económica. En última instancia somos libres para tomar nuestras propias decisiones. Y aunque en un primer momento no lo parezca, siempre hay otras vías y sendas por explorar. Los verdaderos obstáculos están en nuestra mente, no en la realidad. Ahí afuera solo encontraremos el reflejo de nuestras limitaciones mentales.

En este periodo de la historia, la salida profesional más viable es «emprender». Y no se trata de montar una empresa. Más bien consiste en seguir nuestro propio camino en la vida, cultivando una nueva actitud que nos permita crear proactivamente nuestra profesión. Todos nacemos con un potencial único e irrepetible. Está dentro de nosotros, esperando a que lo desarrollemos. Para lograrlo es necesario cultivar el silencio. Principalmente para poder escuchar con atención a nuestra voz interior, la cual nos guía hasta nuestros dones y talentos innatos. Y también nos revela nuestra misión y nuestro propósito en forma de pasión. ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? A cada uno de nosotros le interesan cosas diferentes. Y esas cosas, sean las que sean, dicen mucho acerca de la persona que somos en realidad.

No es casualidad que quienes aman lo que hacen y hacen lo que aman se distingan por su «entusiasmo». Esta palabra procede del latín «entusiasmus», que a su vez viene del griego «enthousiasmos». Y significa «espíritu guiado por la inspiración divina». Eso es precisamente lo que sentimos cuando sentimos cómo la vida crea a través nuestro. Saber quiénes somos y para qué estamos aquí convierte nuestra autoestima en un arco y la confianza en nosotros mismos, en una flecha. Al encontrar nuestra dirección y nuestro camino la vida, encontramos también nuestro lugar en el mundo. Así es como finalmente «unimos los puntos»[i]. De pronto todo tiene sentido. Y las cosas adquieren un nuevo significado.

LA TRAVESÍA POR EL DESIERTO
“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un sólo día de tu vida”
CONFUCIO

Al empezar a confiar en nosotros mismos, comenzamos a confiar en la vida. Es entonces cuando tomamos la firma decisión de iniciar una estrategia para cambiar nuestra manera de relacionarnos con el mercado laboral. Y vamos paso a paso, sin prisa, aprendiendo y disfrutando de cada una de las etapas que componen este proceso de transición. En el nuevo paradigma profesional emergente en la Era del Conocimiento, nos pagarán por aportar valor, crear riqueza, generar beneficios y lograr resultados. En este sentido, el emprendedor encuentra la manera de aunar su pasión, sus dones y sus talentos con la resolución de algún problema del mundo, profesionalizando la forma de atender dicha necesidad y demanda ya existente. En esencia, se trata de ofrecer lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás. Así es como acabamos obteniendo un cierto beneficio económico como resultado. De hecho, nuestros ingresos sólo pueden aumentar en la medida que aumentamos el valor que aportamos a la sociedad. Cuánta más riqueza generemos, mejor nos irán las cosas.

Gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, disponemos de un sinfín de herramientas digitales y aplicaciones informáticas que facilitan nuestra capacidad de aportar valor. Nunca antes en toda la historia de la humanidad había sido tan fácil y tan barato iniciar nuestro propio proyecto. Cabe recordar que el mercado laboral es cada vez más global: nuestros clientes se encuentran -potencialmente- en cualquier parte del mundo.

Cultivar una actitud emprendedora nos permite tarde o temprano despedirnos de nuestro estado de dependencia financiera. En esencia, consiste en empezar a trabajar para nosotros mismos primero. Y lo cierto es que es cada vez más fácil, puesto que ahora mismo el sistema económico en general y el mercado laboral en particular están gobernados por la incertidumbre. La burbuja de la seguridad hace años que ha reventado. Podemos seguir trabajando como empleados o iniciar un proyecto como emprendedores. Decidamos lo que decidamos, tendremos que escoger entre una incertidumbre y otra incertidumbre.

El mayor freno para emprender es el miedo a soltar lo que creemos que tenemos. En eso consiste precisamente salir de nuestra zona de comodidad. Algunos lo llaman «dar un salto al vacío». Y otros, «la travesía por el desierto». Sentir dicha incomodidad nos confronta con todos nuestros miedos inconscientes. Tememos salirnos de la corriente y exponernos tal y como somos. Tememos equivocarnos, fracasar y hacer el ridículo. Y tememos, más que cualquier cosa, lo que la gente pueda pensar de nosotros.

Estamos acostumbrados a ser clientes y consumidores, no a ser vendedores. Detrás de nuestra aversión a la palabra «vender» se esconde nuestro profundo miedo al rechazo. Sin embargo, a lo largo de la Era del Conocimiento nos pagarán en proporción directa al valor que demos a los demás. De ahí la importancia de descubrir para qué valemos. El hecho de aferrarnos a nuestro puesto de trabajo tiene bastante que ver con el terror de comprobar nuestro verdadero valor en el mercado.

LA IMPORTANCIA DE LA MARCA PERSONAL
“La inteligencia y la creatividad de cada persona son tan singulares como su huella dactilar”
KEN ROBINSON

El emprendedor vence sus miedos cuando lo que hace va más allá de sí mismo. Lo importante es el servicio que se genera, no quién lo genera. Al comprender que lo importante no somos nosotros, sino lo que sucede a través nuestro, ya no nos inquieta lo que algunos puedan opinar. Más bien nos centramos en las personas a las que beneficia nuestro proyecto. En un plano más logístico, es fundamental contar con un mullido colchón económico. Los más conservadores recomiendan que ahorremos la cantidad necesaria para mantener nuestro actual estilo de vida sin necesidad de trabajar durante dos años.

Esta «no-necesidad económica» nos aporta seguridad y libertad. Y también una buena dosis de confianza, fundamental para adentrarnos y consolidarnos en el nuevo paradigma profesional. En este punto de la travesía aparece la motivación de formarnos, adquiriendo las habilidades, las competencias y los conocimientos necesarios para poner en marcha nuestro nuevo proyecto laboral. Y éste no tiene por qué consistir en montar una empresa para convertirnos en dueños de negocio. Muchos empleados emprenden dentro de sus empresas, aportando nuevas ideas con las que generar mejores resultados. Otros emprendedores se vuelven autoempleados, colaborando como agentes libres o freelance, poniendo su talento al servicio de empresas y clientes particulares.

Una vez tenemos claro qué ofrecemos, el reto es descubrir cómo lo ofrecemos. Es decir, la manera en la que nos comunicamos y relacionamos con las personas a las que pueden servir nuestros servicios. En la Era del Conocimiento, el marketing está democratizándose y personalizándose. Y cada vez va a estar más protagonizado por la «marca personal».[ii] Y no se trata de convertir a las personas en meros productos. Por el contrario, el objetivo es que empecemos a mostrarnos tal como somos. Ya no importa tanto qué hemos estudiado. Ni siquiera qué puesto ocupamos. El único currículum vitae que cuenta es nuestra capacidad de ofrecer talento y la única seguridad laboral reside en nuestra habilidad de aportar valor de forma constante. A través de nuestra marca personal también aprendemos a contactar y conectar con aquellas personas que quieren comprar lo que ofrecemos.

El viaje del emprendedor consiste en reconectar con la semilla con la que nacimos (nuestra esencia), lo que verdaderamente somos. Y así saber el fruto -o contribución- que podemos ofrecer al mundo. Nuestra auténtica profesión siempre es un reflejo de quiénes somos. Y no podría ser de otra forma. Como ocurre con el resto de cuestiones esenciales de la vida, la respuesta se encuentra en nuestro interior. Por decirlo de forma poética, este camino comienza cuando nos atrevemos a escuchar la voz de nuestro corazón.

Este artículo es un extracto del libro “Qué harías si no tuvieras miedo”, publicado por Borja Vilaseca en abril de 2012.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
[i] Información extraída de la conferencia impartida en Stanford por Steve Jobs.
[ii] Concepto atribuido al experto en management Tom Peters.

lunes, 14 de junio de 2021

Remedio quiere decir volver al medio

 Remedio quiere decir volver al medio.

Algo se ha descontrolado, se ha ido hacia un extremo y el remedio lo trae de vuelta al medio, al equilibrio.
Un remedio verdadero corrige el desequilibrio y por eso el mejor remedio es una nutrición de calidad que corrige los profundos desequilibrios de nutrientes, o por exceso o por falta.
Pero hay personas que se dejan seducir por los remedios de moda.
Uno de estos remedios que ha ganado popularidad es el dióxido de cloro.
Las personas que lo toman lo hacen guiados por sus emociones, con el propósito de eliminar algo que consideran perjudicial para su salud y que con la ayuda de este remedio podrán eliminar.
Se lo utiliza para matar virus de la misma forma que se usa el alcohol para desinfectar superficies o simplemente limpiar las manos que han estado en contacto con gérmenes.
También para destruir las células malignas en el cáncer.
O para matar lombrices y tenias cuando se sospecha que están causando problemas de salud.
La filosofía del dióxido de cloro es: algo malo hay dentro de mi organismo y este remedio natural lo va a eliminar.
Eso presupone un conflicto, una guerra entre el bien y el mal; así el dióxido se convierte en un arma del bien para derrotar al mal.
Esta visión, este nivel de juicio no difiere mucho del que usa quien pretende limpiar su cuerpo de malignidades con el auxilio de la cirugía radical o de la quimioterapia.
O con el uso de antibióticos para quitar bacterias causantes de una neumonía o infección del riñón.
Yin y yang no se pueden separar.
Si uso un remedio para quitar una de estas dos fuerzas, la otra necesariamente también será quitada.
Si ataco el dorso de mi mano ataco toda la mano y eso no le va a hacer bien a mi mano.
Todo ataque contra el mal es un ataque contra el bien.
Todo ataque contra un enemigo es un ataque contra sí mismo.
Porque no están separados, no se pueden separar de la misma forma que no se pueden separar los animales de los microbios.
Todos conviven, todos compartimos el mismo planeta, todos compartimos los mismos recursos porque todos estamos hechos de la misma inteligencia infinita.
Si tengo lombrices es porque he comido demasiados dulces y he sido descuidado con la higiene de los alimentos.
Matar a la lombriz con dióxido soluciona el problema temporalmente, pero si no se cambia la conducta tóxica que la creó la primera vez, volverá a traer muchas más lombrices.
Porque un remedio no debe ser sintomático sino que debe ir a lo profundo, al nivel de juicio del paciente que debe volverse más sabio y buscar la causa dentro de sí en vez de buscar remedios para erradicar los efectos desagradables que él mismo ha causado.

-Martín Macedo-

Los problemas no existen

 Al asumir las riendas de nuestra salud emocional, empezamos a desarrollar una mirada más sabia para extraer el aprendizaje oculto de la adversidad que forma parte de nuestro día a día.

Para saber si seguimos anclados en el victimismo o, por el contrario, estamos entrenando el músculo de la responsabilidad, basta con verificar cómo estamos mirando e interpretando nuestras circunstancias: como «problemas» o como «oportunidades». El hecho de que percibamos la realidad de una manera u otra es determinante para comprender por qué nuestras vidas son como son, y por qué a nivel emocional estamos obteniendo unos determinados resultados.

Frente a esta dicotomía, es interesante señalar que un «problema» es «cualquier cosa, situación o persona que provoca que nos perturbemos a nosotros mismos». Imaginemos por un momento que nuestra pareja se ha enganchado al tabaco. Por más que sea un hábito que daña gravemente a la salud, fumar no es bueno ni malo. Como toda acción, tiene consecuencias. De ahí que estos juicios morales dependan de nuestra forma de verlo e interpretarlo. Así, en función de qué opinión tengamos acerca del tabaco –y de cómo éste nos haga sentir– puede que consideremos este hecho como un problema.

Curiosamente, hay quienes ven esta situación con otros ojos y no se molestan ni se enfadan cuando ven a su pareja encender un cigarrillo. Simplemente aceptan y respetan la decisión tomada por su compañero sentimental. Así, el verdadero problema jamás se encuentra en nuestras circunstancias, sino en nuestra mente. No en vano, la raíz de nuestras perturbaciones reside en nuestros pensamientos. Y estos, en nuestras creencias limitadoras y erróneas acerca de cómo deberían de ser las cosas.

LA VIDA COMO APRENDIZAJE
“El propósito de nuestra existencia es aprender a ser felices, a sentirnos en paz y a amar a los demás.”
(Gerardo Schmedling)

Cada vez que nos topemos con un problema, podemos empezar a verlo como lo que en realidad es: una «oportunidad de aprendizaje». Lo cierto es que este enfoque más constructivo nos permite cuestionar las limitaciones internas que nos llevan a interpretar lo que sucede de forma subjetiva y egocéntrica. Así, la próxima vez que veamos a nuestra pareja fumar –por seguir con este ejemplo– podemos recordarnos que no es el tabaco, sino nuestra manera de interpretarlo, la causa de nuestro malestar.

Así es como tarde o temprano verificamos que en realidad no hay «problemas». Lo que sí existen son los «procesos». Es decir, que todo lo que forma parte de la vida –incluyéndonos a nosotros mismos– está en su propio proceso de desarrollo y evolución. El problema lo creamos en nuestra mente cuando luchamos y entramos en conflicto con personas y situaciones con las que no estamos de acuerdo. En este sentido, el hecho de que nos perturbe que nuestra pareja fume es nuestro problema. De ahí que verla fumar sea una oportunidad de aprendizaje para crecer y madurar como seres humanos.

Además, esta revelación nos hará comprender que no se trata de cambiar lo externo (el hecho), sino de modificar lo interno. Es decir, nuestra actitud frente al hecho. En vez de criticar a nuestra pareja para que haga lo que nosotros consideramos que debe de hacer, podemos aprovechar esta situación para aprender a cultivar nuestra felicidad (por medio de la responsabilidad); a preservar nuestra paz interior (por medio de la aceptación) y a dar lo mejor de nosotros mismos por medio del servicio.

No en vano, si adoptamos una postura intolerante y rígida –basada en el juicio y la reprimenda– lo más probable es que obtengamos un resultado ineficiente. Dado que no la estamos aceptando, nuestra pareja seguramente se moleste o comience a fumar a escondidas. En cambio, partiendo de la premisa de que tiene derecho a fumar –lo cual no quiere decir que nos guste que lo haga, que estemos de acuerdo ni que la apoyemos–, lo más eficaz es tomar una actitud respetuosa. Y en paralelo, darle libertad y confiar en ella para que decida por sí misma que es lo que en esos momentos de su vida más le conviene. Además, ¿quiénes somos nosotros para determinar lo que otro ser humano debe o no hacer con su vida?

FLUIR CON LA VIDA
“Si un problema tiene solución, ¿para qué perturbarse? Y si no la tiene, ¿para qué perturbarse?”
(Proverbio chino)

En una aldea vivía un granjero muy sabio que compartía una pequeña casa con su hijo. Un buen día, al ir al establo a dar de comer al único caballo que tenían, el chico descubrió que se había escapado. La noticia corrió por todo el pueblo. Tanto es así, que los habitantes enseguida acudieron a ver al granjero. Y con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! Para un caballo que poseíais y se os ha marchado.” Y el hombre, sin perder la compostura, simplemente respondió: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”

Unos días después, el hijo del granjero se quedó sorprendido al ver a dos caballos pastando enfrente de la puerta del establo. Por lo visto, el animal había regresado en compañía de otro, de aspecto fiero y salvaje. Cuando los vecinos se enteraron de lo que había sucedido, no tardaron demasiado en volver a la casa del granjero. Sonrientes y contentos, le comentaron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! No sólo habéis recuperado a vuestro caballo, sino que ahora, además, poseéis uno nuevo.” Y el hombre, tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”

Sólo veinticuatro horas más tarde, padre e hijo salieron a cabalgar juntos. De pronto, el caballo de aspecto fiero y salvaje empezó a dar saltos, provocando que el chaval se cayera al suelo. Y lo hizo de tal manera que se rompió las dos piernas. Al enterarse del incidente, la gente del pueblo fue corriendo a visitar al granjero. Y una vez en su casa, de nuevo con el rostro triste y apenado, le dijeron: “¡Qué mala suerte habéis tenido! El nuevo caballo está gafado y maldito. ¡Pobrecillo tu hijo, que no va a poder caminar durante unos cuantos meses!” Y el hombre, sin perder la compostura, volvió a responderles: “Mala suerte, buena suerte, ¿quién sabe?”

Tres semanas después el país entró en guerra. Y todos los jóvenes de la aldea fueron obligados a alistarse. Todos, a excepción del hijo del granjero, que al haberse roto las dos piernas debía permanecer reposando en cama. Por este motivo, los habitantes del pueblo acudieron en masa a casa del granjero. Y una vez más, le dijeron: “¡Qué buena suerte habéis tenido! Si no se os hubiera escapado vuestro caballo, no hubierais encontrado al otro caballo salvaje. Y si no fuera por éste, tu hijo ahora no estaría herido. ¡Es increíble lo afortunados que sois! Al haberse roto las dos piernas, tu muchacho se ha librado de ir a la guerra.” Y el hombre, completamente tranquilo y sereno, les contestó: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”

LOS PROCESOS VITALES
“La vida nos manda regalos envueltos en problemas.”
(Juan Carlos de Pedro)

Cada vez más seres humanos estamos descubriendo que lo mejor que podemos hacer por la sociedad es estar en paz con nosotros mismos. Principalmente porque cuando cultivamos la serenidad en nuestro interior empezamos a desarrollar la ecuanimidad, una cualidad muy útil para dejar de sufrir, luchar y entrar en conflicto con los demás y con nuestras circunstancias. En esencia, la ecuanimidad consiste en ver la realidad como es, y no como nos gustaría que fuese. Así es como poco a poco dejamos de etiquetar las cosas como blancas o negras, y empezamos a mirarlas con más objetividad y neutralidad, percibiendo la infinidad de matices grises que existen entre uno y otro extremo.

En este sentido, que nuestra pareja fume no es un problema. Es un proceso. Que nos despidan del trabajo tampoco es un problema. Es un proceso. Y lo mismo ocurre cuando nos deja nuestro compañero sentimental. También es un proceso. Ni siquiera el hecho de que muera un ser querido es un problema. Por más que nos victimicemos, y suframos al afrontar este tipo de situaciones, ninguna de ellas es un problema. Todas son procesos. Y estos no tienen solución, sino un comienzo y un final.

Y además, ¿qué sabemos acerca de las cosas que nos pasan? Lo que hoy determinamos que es malo mañana puede convertirse en algo bueno. Y viceversa: lo que hoy valoramos como bueno mañana puede derivar en algo malo. Quizás nuestra pareja ha de fumar para comprobar por sí misma que el tabaco resulta perjudicial para la salud. Y en base a esta comprensión decidir dejarlo, entrenando así la fuerza de voluntad. Quizás hemos de pasar por la experiencia del paro para reflexionar acerca del rumbo que había tomado nuestra vida. Quizás hemos de vivir una ruptura sentimental para verificar que somos excesivamente dependientes. Y por consiguiente, aprender a amarnos más a nosotros mismos para ser más libres e independientes emocionalmente.

Por más doloroso que nos resulte, quizás la muerte de un ser muy querido nos hace despertar, llevándonos valorar más intensamente la vida y todo lo que en ella acontece. No en vano, hasta que no nos sucede alguna experiencia verdaderamente adversa y desfavorable, en general no solemos abandonar nuestra zona de comodidad. Esta es la esencia de la resiliencia. Es decir, la capacidad de aprovechar circunstancias adversas para conectar con nuestro espíritu de superación y madurar emocionalmente.

De ahí que haya seres humanos que –al haberse responsabilizado en descubrir el aprendizaje oculto e inherente a cualquier experiencia– miren hacia atrás y sólo tengan palabras y sentimientos de agradecimiento. Porque quién sabe, quizás han sido precisamente estas situaciones complicadas y desfavorables las que nos han llevado a adentrarnos en un proceso existencial que nos ha permitido convertirnos en quienes estábamos destinados a ser.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado 8 de mayo de 2011.

jueves, 10 de junio de 2021

El verdadero poder está en sostener la atención de la mente

 Volverse millonario es un ejercicio de atención.

Tener una salud de hierro es un ejercicio de atención.
Convertirse en una celebridad también es un ejercicio de atención.
El verdadero poder no está en las armas, ni en el dinero o en la fuerza física.
El verdadero poder está en la capacidad de sostener la atención de la mente como si fuera una lupa gigantesca que captura la luz del sol y la convierte en un arma de gran poder destructivo.
Arquímedes consiguió incendiar los barcos romanos para defender la ciudad de Siracusa, empleando un tipo de espejos que reflejaban la luz del sol y aumentaban su temperatura.
Los apuntó hacia los barcos romanos y éstos ardieron como leña seca.
Pero la mayor parte de la gente tiene tal inestabilidad en su mente que se distrae con el simple vuelo de una mosca.
Su atención vaga sin control y los medios de comunicación aprovechan para conseguir capturarla mediante imágenes y sonidos fuertes y conmovedores.
También los expertos en publicidad saben de este truco de la mente y llaman la atención del potencial cliente hacia su producto mediante imágenes, sonidos, música o cualquier estímulo que capture su atención.
Las personas que tienen esa intensidad son poderosas.
Porque sus mentes se vuelven como el espejo de Arquímedes.
Ante todo tienen claro su objetivo.
Luego tienen ese poder (innato o adquirido mediante el entrenamiento) de llevar su atención con tal intensidad emocional y convicción.....tanto tiempo como sea necesario hasta que la manifestación se hace inevitable.
Esa capacidad de atención focalizada es yang.
Quien no la tiene por "herencia", la debe crear mediante el entrenamiento persistente.
Se necesita un alto nivel de vigor físico para poder soportar tanta intensidad circulando por las venas y arterias.
Y por ese motivo a las personas que son muy yin les cuesta tanto conseguir realizar sus sueños.
Y las que son muy yang parece que todo se les da por arte de magia.
Pero........ ¿cómo cambiar el yin en yang?
Se puede hacer mediante la nutrición.
Pero hay que estudiar antes esta filosofía de las transmutaciones.
Los alumnos están y los maestros también.
Sólo se trata de una simple decisión.
Y comenzar a entrenar con entusiasmo.

-Martín Macedo-

Max Scheler: pasión metafísica

 Max Scheler (1874-1928) fue uno de los grandes pensadores del pasado siglo. Su biografía está repleta de avatares desconocidos para el gran público que, desde el comienzo, hacen de él una figura del todo atrayente y sugerente. En excelente edición y traducción de Miguel Oliva Rioboó, Escolar y Mayo publica una de sus obras cumbre, que hubo de dejar inacabada debido a que, en contra de sus planes, la muerte lo sorprendió: El puesto del hombre en el cosmos. Como muy bien apunta Oliva Rioboó, Scheler, “a pesar de su luminosidad”, muestra siempre un “aura tenebrosa, casi demoniaca”. Y es que, como se observa en el retrato de la portada, “había algo perturbador en su presencia, casi como en aquellos terroríficos seres mitológicos que petrificaban con su sola mirada, algo inquietante que incitaba a aproximarse a él con la promesa, quién sabe si cierta, de alguna recompensa, de algún paraíso que, en su caso, sólo podía ser de verdades y secretos metafísicos”.

En una de las cartas de su correspondencia privada con la que fuera su tercera mujer, Maria Scheu, ésta aseguraba: “Max está empezando a trabajar. Lo hace según le viene en gana. Cada vez estoy más convencida de que es su forma de ser y de que es un error juzgarlo con varas de medida que no sean las suyas propias. […] Por otro lado, está tan lleno de bondad, amor y es tan confiado, bueno y tierno como un niño, todo entusiasmo por el bien y la verdad. Ésta es la parte que amo de él. Pero hay en él algo oscuro que no tiene nada que ver con esta primera, algo subconsciente que Max procura no confesarse. Esta parte oscura es completamente cruel y dura, esa que no enseña frente a la vida nada más que a ser astuto”. Y es que en Scheler se da una mezcolanza muy raramente habitual en los filósofos: disfrutó tanto de la vida sensitiva como de los placeres metafísicos que extraía de su estudio e impulso hacia la erudición. Como escribe atinadamente Oliva Rioboó, “quería hincarle el diente a las cosas, mezclarse entre ellas, confundirse con la gente y vérselas cara a cara con los hechos”.

Se me dirá y se me ha dicho, de hecho, ya alguna vez que el hombre no puede soportar un Dios inacabado, un Dios que se está haciendo. Mi respuesta es que la metafísica no es una compañía de seguros para hombres débiles y desamparados. Presupone ya en el hombre una actitud fuerte y atrevida.

Max Scheler aboga por devolver a la filosofía una dimensión trascendente que, tras los excesos positivistas cometidos en el siglo XIX, había alejado a esta disciplina de sus pretensiones más abarcadoras, interesándose fundamentalmente por el problema de los valores. Asunto que desarrolló por extenso en su Ética, voluminosa y universal obra en la que se pregunta qué son y cómo pueden conocerse tales valores, presentando una jerarquía dividida en cuatro “modalidades”: sensibles, vitales, espirituales y sagrados. A su vez, Scheler descubre una esencia última en cada ser humano a la que denomina persona, arraigada en un impulso por dar con el Absoluto, con el fundamento último de la realidad.

El “ser” real y último de lo que es por sí mismo no es susceptible de objetivación, como no lo es tampoco el ser el prójimo. Se puede participar en su vida y en su actividad espiritual sólo cooperando, sólo al implicarse e identificarse con él. El ser absoluto no existe como amparo del hombre ni para suplir unas debilidades y necesidad que no buscan sino hacerlo “objeto” una y otra vez.

Max Scheler fumaSi algo marca definitivamente la biografía de este filósofo es el amor, compartido entre su tendencia natural hacia la filosofía y el saber y su pasión hacia las mujeres. Un hecho, este último, que provocó la separación de su primera mujer debido (se dice) a sus múltiples infidelidades, aunque pronto (1912) rehace su vida junto a Märit Furtwängler, con quien, a pesar de los deseos de ambos, nunca tiene hijos. En 1919 conoce a Maria Scheu y los cimientos de la relación con Märit comienzan a desmontarse. El consumo inmoderado (a veces desaforado e incontrolable) de alcohol y tabaco (llega a fumar 80 cigarrillos al día) tampoco ayudan a la estabilidad emocional de Scheler. Como nos informa Oliva Rioboó, “la fuerza y la pasión que transmitía a su mundo espiritual, a sus ideas, a sus escritos, ese entusiasmo con que impregnaba todo lo que tocaba a su mente, parecía inundar también lo más prosaico de su naturaleza”. Tras años de mantener un peligroso e incómodo triángulo amoroso, en 1923 Märit pide el divorcio al pensador, y un año después Scheler contrae terceras nupcias con Scheu. Nunca pierde el contacto con Märit, “con quien se seguirá escribiendo semanalmente en un tono muy confidencial hasta sus últimos días”.

Espíritu y vida están recíprocamente coordinados y es un error esencial enemistarlos por principio y ponerlos originariamente en disputa. El espíritu hace ideación de la vida pero, por otra parte, es la vida la única capaz de realizar y poner en marcha el espíritu, desde sus más simples acciones hasta la ejecución de una obra a la que atribuimos valor y sentido espiritual.

Circunstancias todas ellas que alteraron no sólo el ritmo vital de Scheler, sino también y sobre todo el devenir de su obra filosófica. Es a partir de su tercer matrimonio, en 1924, cuando comienza a buscar de modo definitivo un sentido total a la existencia del ser humano, escindido, a su juicio, entre un ordo amoris fáctico y un ordo amoris ideal, en una tensión en ocasiones irreconciliable. Es esa idealidad la que separa al hombre del animal: la posibilidad de jerarquizar la vida anímica a través del conocimiento de uno mismo. En El puesto del hombre en el cosmos Scheler practica un “ascenso” desde los aspectos más puramente científicos hacia los más espirituales en busca, precisamente, de ese algo, de ese plus esencial, que delimite el ser del hombre.

Scheler se muestra aquí contundente. No resulta suficiente con admirar y embelesarse con los más altos ideales: hay que cumplirlos y actualizarlos en la vida común y corriente, sin dejar de tener en cuenta que nos hallamos constituidos por una inquietante mezcla de impulsividad e inteligencia que debemos saber gestionar. Un doble componente que al propio Scheler le costó dominar y equilibrar. De manera constante nos vemos empujados a buscar un sentido –un horizonte o fundamento– en la historia de los acontecimientos humanos y en nuestra propia vida. La de Scheler se apagó tempranamente a causa de sus excesos. Un 19 de mayo de 1928 su corazón se paró definitivamente (ya había tenido un par de sustos previos, con algún infarto del que se recuperó, aunque nunca abandonó el alcohol y el tabaco), cuando su mujer estaba embarazada de su segundo hijo.

El puesto del hombre en el cosmos encierra el legado de un hombre intenso, apasionado, intelectualmente brillante, entregado a su trabajo y a su vocación, incapaz de dominar ese orden fáctico (o natural) sobre el que tanto reflexionó a lo largo de su existencia, pero abismado también a los órdenes ideales a los que aspiró pero nunca alcanzó. Porque si algo nos enseña esta condensada y fundamental obra es que, frente a nuestra aparente indefensión en este mundo hostil, portamos una herramienta maravillosa con la que no sólo poder sobrevivir, sino “más vivir”: la de dar sentido a una vida que el tiempo nos arrebata a cada instante.

Un ser espiritual ya no está atado a sus impulsos ni a su entorno, sino que está liberado de él o, como preferimos decir, “abierto al mundo”. Un ser semejante tiene “un mundo”.


Carlos Javier Gonzalez Serrano 

El sujeto sometido no es consciente de su someti-miento

 "El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre. "

 -Byung Chul Han -
                                    


Texto del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro Psychopolitik. 

Por: Byung Chul Han 

El poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder. El poder no se limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa. 

El poder, sin duda, puede exteriorizarse como violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso puede hacer uso de ella. Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad. 

El poder disciplinario no está dominado del todo por la negatividad. Se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre. 

Ineficiente es el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con preceptos y prohibiciones. Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Quiere activar, motivar, optimizar y no obstaculizar o someter. Su particular eficiencia se debe a que no actúa a través de la prohibición y la sustracción sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes. 

El poder inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades. 

El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre distintas ofertas. 

El poder inteligente, de apariencia libre y amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica, amenaza y prescribe. El botón de me gusta es su signo. Uno se somete al entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo clic en el botón de me gusta. El neoliberalismo es el capitalismo del me gusta. Se diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XIX, que operaba con coacciones y prohibiciones disciplinarias. 

El poder inteligente lee y evalúa nuestros pensamientos conscientes e inconscientes. Apuesta por la organización y optimización propias realizadas de forma voluntaria. Así no ha de superar ninguna resistencia. Esta dominación no requiere de gran esfuerzo, de violencia, ya que simplemente sucede. Quiere dominar intentando agradar y generando dependencias. La siguiente advertencia es inherente al capitalismo del me gusta: protégeme de lo que quiero.