martes, 8 de junio de 2021

Las casualidades no existen

 Los últimos descubrimientos científicos corroboran que la vida no es un accidente regido por el azar, la suerte ni las coincidencias. Por más que nos cueste de ver, cada uno de nosotros recoge lo que siembra. Ni más ni menos.

Formamos parte de una sociedad materialista, completamente desencantada del mundo en el que vivimos. Por eso en general solemos creer que nuestra vida es un accidente regido por la suerte y las coincidencias. Es decir, que no importan nuestras decisiones y nuestra acciones, pues en última instancia las cosas pasan por «casualidad». Esta visión de la existencia nos convierte en meras marionetas en manos del azar.

En paralelo, muchos individuos nos hemos vuelto «nihilistas». No es que no creamos en nada. Simplemente «negamos cualquier significado o finalidad trascendente de la existencia humana». De ahí que orientemos nuestra vida a saciar nuestro propio interés, tratando de escapar del dolor y el malestar que nos causa llevar una existencia vacía y sinsentido. Y lo hacemos por medio del placer y la satisfacción que proporcionan a corto plazo el consumo y el entretenimiento.

Pero, ¿realmente la vida es un accidente que se rige de forma aleatoria? ¿Estamos aquí para trabajar, consumir y divertirnos? ¿Acaso no hay una finalidad más trascendente? Lo irónico es que la existencia de estas creencias limitadoras pone de manifiesto que todo lo que existe tiene un propósito, por más que muchas veces no sepamos descifrarlo. No en vano, creer que no tenemos ningún tipo de control sobre nuestra vida refuerza nuestro victimismo. Y pensar que la existencia carece por completo de sentido justifica nuestra tendencia a huir constantemente de nosotros mismos por medio de la evasión y la narcotización.

Es decir, que incluso estas creencias tienen su propia razón de ser. No están ahí por casualidad, sino que cumplen la función de evitar que nos enfrentemos a nuestros dos mayores temores: el «miedo a la libertad» y el «miedo al vacío». Mientras sigamos creyendo que nuestra propia vida no depende de nosotros, podremos seguir eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Y mientras sigamos pensando que todo esto no es más que un accidente, podremos seguir marginando cualquier posibilidad de encontrar la respuesta a la pregunta ¿para qué vivimos?

DEL POR QUÉ AL PARA QUÉ
“El caos es el orden que todavía no comprendemos.”
(Gregory Norris-Cervetto)

Estamos tan cegados por nuestro egocentrismo, que solemos preguntarnos por qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para qué nos han ocurrido. Y eso que existe una diferencia abismal entre una y otra forma de afrontar nuestras circunstancias. Preguntarnos por qué es completamente inútil. Fomenta que veamos la situación como un problema. Y esta visión nos lleva a adoptar el papel de víctima. De ahí que nos haga sentir impotentes.

Por el contrario, preguntarnos para qué nos permite ver esa misma situación como una oportunidad. Y esta percepción nos lleva a entrenar el músculo de la responsabilidad. De hecho, esta actitud es mucho más eficiente y constructiva. Favorece que empecemos a intuir –e incluso a ver– el sentido oculto de las cosas. Es decir, la oportunidad de aprendizaje subyacente a cualquier experiencia, sea la que sea.

Y esto es precisamente de lo que trata la «física cuántica». En líneas generales, establece que «la realidad es un campo de potenciales posibilidades infinitas». Sin embargo, «sólo se materializan aquellas que son contempladas y aceptadas». Es decir, que ahora mismo, en este preciso instante, nuestras circunstancias actuales son el resultado de la manera en la que hemos venido pensando y actuando a lo largo de nuestra vida.

Si hemos venido creyendo que estamos aquí para tener un empleo monótono que nos permita pagar nuestros costes de vida, eso es precisamente lo que habremos co-creado con nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos. Por el contrario, si cambiamos nuestra manera de pensar y de actuar, tenemos la opción de modificar el rumbo de nuestra existencia, cosechando otro tipo de resultados diferentes. El simple hecho de creer que es posible representa el primer paso para que, a través de un proceso, podamos hacer que muchos sueños se vuelvan realidad.

LA TEORÍA DEL CAOS
“El aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.”
(Proverbio chino)

Lo mismo nos sugiere «la teoría del caos». Por medio de complicados e ingeniosos cálculos matemáticos «permite deducir el orden subyacente que ocultan fenómenos aparentemente aleatorios». Dentro de estas investigaciones, destaca «el efecto mariposa». Para comprenderlo, lo mejor es hacerlo a través de un ejemplo. Imaginemos que un chico se va un año fuera de su ciudad para estudiar un master en el extranjero. Y que al regresar a casa, entra a trabajar de becario en una empresa.

Sólo un par de días más tarde, aparece una nueva becaria –esta vez procedente de la universidad–, a quien sientan justamente a su lado. Nada más verse, los dos jóvenes se enamoran. Ha sido un flechazo en toda regla. Y lo cierto es que seis años más tarde se casan, forman una familia y viven juntos para siempre. En el caso de este ejemplo, «el efecto mariposa» estudiaría la red causal de acontecimientos que hicieron posible que el chico coincidiera con la chica en un lugar físico determinado en un momento psicológico oportuno.

Al observar su historia detenidamente, comprobamos que el joven decidió estudiar un master a raíz de la separación con su ex novia, a quien conoció años atrás en una discoteca. Remontándonos a esa noche de fiesta, cabe destacar que el chico decidió salir con sus amigos e ir concretamente a esa discoteca tras perder una apuesta. Es decir, que si no hubiera perdido aquella apuesta, no hubiera ido a aquella discoteca y, en consecuencia, no hubiera conocido a su ex novia. Y si ésta no lo hubiera dejado, no habría estudiado el master, que es lo que le permitió entrar a trabajar de becario. Y fue precisamente este empleo el que le posibilitó conocer y enamorarse de la mujer con la que pasaría el resto de su vida. Por todo ello, en la historia personal del chico, perder una simple apuesta le llevó a ganar un amor eterno.

LA LEY DE LA SINCRONICIDAD
“Lo que no hacemos consciente se manifiesta en nuestra vida como destino.”
(Carl Jung)

Por más que el establishment intelectual nos lo haga creer, nuestra existencia no está gobernada por la suerte, el azar ni las coincidencias, sino por «la ley de la sincronicidad». Ésta determina que «todo lo que ocurre tiene un propósito». Pero como todo lo verdaderamente importante, no podemos verlo con los ojos ni entenderlo con la mente. Esta profunda e invisible red de conexiones tan solo puede intuirse y comprenderse con el corazón.

«La ley de la sincronicidad» afirma que «por más que en un primer momento seamos incapaces de establecer una relación causal entre los sucesos que forman parte de nuestra vida, todo tiene una razón de ser». Es decir, que «aunque a veces nos ocurren cosas que aparentemente no tienen nada que ver con las decisiones y las acciones que hemos tomamos en nuestro día a día, estas cosas están ahí para que aprendamos algo acerca de nosotros mismos, de nuestra manera de comprender y de disfrutar la vida».

De ahí que mientras sigamos resistiéndonos a ver la vida como un aprendizaje, seguiremos sufriendo por no aceptar las circunstancias que hemos co-creado con nuestros pensamientos, decisiones y acciones. También nos perderemos la magia y el encanto inherente a al simple hecho de estar vivos, un reconocimiento que nos lleva inevitablemente a inclinarnos con humildad frente al misterio y la sabiduría de la existencia. Es entonces cuando comprendemos que no suele sucedernos lo que queremos, sino lo que necesitamos para aprender a ser felices y a dejar de sufrir.

No existen las coincidencias. Tan sólo la ilusión de que existen las coincidencias. De hecho, «la ley de la sincronicidad» también ha descubierto que «nuestro sistema de creencias y, por ende, nuestra manera de pensar, determinan en última instancia no sólo nuestra identidad, sino también nuestras circunstancias». Por ejemplo, que si somos personas inseguras y miedosas, atraeremos a nuestra vida situaciones inciertas que nos permitan entrenar los músculos de la confianza y la valentía. Así, los sucesos externos que forman parte de nuestra existencia suelen ser un reflejo de nuestros procesos emocionales internos. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos para cuestionar, comprender y trascender nuestra ignorancia e inconsciencia.

LA LEY DEL KARMA
“Cada uno recoge lo que siembra.”
(Buda)

Si bien la «física cuántica», «la teoría del caos», el «efecto mariposa» y «la teoría de la sincronicidad» son descubrimientos científicos llevados a cabo en Occidente a lo largo del siglo XX, lo cierto es que no tienen nada de nuevo. En Oriente se llegó a esta misma conclusión hace más de 2.500 años. Es decir, alrededor del siglo V a. C. Según los historiadores, por aquel entonces se popularizó «la ley del karma», también conocida como «la ley de causa y efecto».

Si bien es cierto que algunas ramas esotéricas tienden a vulgarizar y banalizar este tipo de teorías, «la ley del karma» afirma, en esencia, que «todo lo que pensamos, decimos y hacemos tiene consecuencias». De ahí que en el caso de que cometamos errores, obtengamos resultados de malestar que nos permitan darnos cuenta de que hemos errado, pudiendo así aprender y evolucionar. Y en paralelo, en el caso de que cometamos aciertos, cosechemos efectos de bienestar que nos permitan verificar que estamos viviendo con comprensión, discernimiento y sabiduría.

Esta es la razón por la que los sucesos que componen nuestra existencia no están regidos por la «casualidad», sino por la «causalidad». Según «la ley del karma», cada uno de nosotros «recibe lo que da». Esta visión de la realidad elimina toda posibilidad de caer en las garras del inútil y peligroso victimismo. Lo queramos o no ver, somos co-responsables y co-creadores de lo que sucede en nuestra existencia.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado 6 de marzo de 2011.

lunes, 7 de junio de 2021

Los cuatro niveles de consciencia

 Existen cuatro estadios evolutivos diferentes, los cuales se manifiestan en función de nuestro grado de sabiduría, nuestro nivel de consciencia y nuestro estado de ánimo.

Vivimos en una sociedad tan inconsciente que hasta hace poco la Real Academia Española (RAE) consideraba que las palabras «conciencia» y «consciencia» eran sinónimos. Sin embargo, tienen significados bastante diferentes. Por un lado, «conciencia» es esa vocecita interior que cuando vivimos identificados con el ego nos dice lo que está bien y lo que está mal. Y cuando vivimos conectados con nuestra verdadera esencia nos inspira a dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cada situación, sin caer en juicios morales y subjetivos de ningún tipo. Por otro lado, «consciencia» tiene que ver con darse cuenta, estar presente, observarse a uno mismo y, en definitiva, vivir aquí y ahora. El quid de la cuestión es que no podemos regirnos por nuestra conciencia si no vivimos de forma consciente.

En este sentido, cabe señalar que existen diferentes estadios evolutivos en función de nuestro nivel de consciencia. El primero se llama «inconsciente». En él vivimos de forma egocéntrica, victimista y reactiva, culpando siempre a algo o alguien externo a nosotros. Ridiculizamos y nos oponemos violentamente al autoconocimiento porque tenemos mucho miedo al cambio.

El segundo se conoce como «consciente de la inconsciencia». Es decir, nos damos cuenta de que tenemos un lado oscuro y de que hay algo en nuestro interior que podríamos revisar, en vez de malgastar toda nuestra energía en cambiar a los demás y el mundo en el que vivimos. Es entonces cuando, movidos por una saturación de sufrimiento nos adentramos en una crisis existencial que nos conduce a la humildad de estar abiertos a conocernos mejor y de cuestionar nuestro estilo de vida. Pero debido a nuestra falta de comprensión y de entrenamiento seguimos en conflicto con nosotros mismos y con la realidad. En esta etapa solemos decir «¡qué felices los ignorantes!»

El tercer nivel se denomina «consciente». Aquí ya nos conocemos mejor y nuestro ego está más o menos integrado, con lo que somos altruistas, responsables y proactivos, sabiendo cómo cultivar un bienestar duradero. Se activan capacidades más elevadas que nos permiten afrontar la adversidad como una oportunidad de aprendizaje. Descubrimos quiénes verdaderamente somos –más allá del personaje– y se revela nuestro propósito de vida.

Finalmente, la cuarta etapa se llama «consciente de la conciencia». Totalmente desidentificados del ego, nos fundimos con la realidad, comprehendiendo que el observador y lo observado son lo mismo. El silencio y la meditación se convierten en compañeros de viaje para preservar la profunda sensación de conexión, unidad y totalidad que se siente en el interior. Paradójicamente, se trata de una experiencia mística donde no hay lugar para el experimentador. Suele ser un estado temporal, que deja una huella imborrable en la memoria del corazón.

Estos cuatro estados de consciencia no son lineales, sino que se transitan en espiral. A veces damos tres pasos hacia adelante y dos para atrás. Eso sí, la sabiduría que se adquiere por el camino jamás se pierde; se acumula en nuestra conciencia, a la cual accedemos cuando vivimos de forma consciente. De ahí que se suela utilizar la metáfora del «despertar» para aquellos que se han dado cuenta de la importancia de mirar hacia adentro, respetando los procesos de quienes siguen «dormidos» –en lucha y conflicto consigo mismos– por estar constantemente perdidos mirando hacia afuera.

Inconsciente

-No sabemos lo que es el ego y, por consiguiente, no nos damos cuenta de que vivimos de forma egocéntrica, plenamente identificados con este falso concepto de identidad.
-Vivimos dormidos, con el piloto automático puesto, reaccionando impulsivamente cada vez que la realidad no se adecua a nuestros deseos y necesidades egocéntricas.
-Al no tener control sobre nosotros mismos, no somos responsables ni dueños de nuestros actos; somos marionetas del ego, quien nos mantiene tiranizados a un encarcelamiento psicológico.
-Somos esclavos de nuestra mente y, en consecuencia, de nuestra ignorancia, que nos lleva a vivir bajo la tiranía del pensamiento inconsciente y negativo.
-Pensamos constantemente en el pasado y en el futuro, marginando por completo el momento presente.
-Adoptamos el rol de víctimas, quejándonos y culpando siempre a los demás de nuestro propio sufrimiento.
-Necesitamos evadirnos y narcotizarnos para evitar el contacto con nuestro vacío existencial.
-Creemos que la vida no tiene sentido.

Consciente de la inconsciencia

-Descubrimos lo que es el ego, nos damos cuenta de que somos muy egocéntricos y empezamos a entender lo que significa vivir identificados con este falso concepto de identidad.
-Seguimos reaccionando impulsivamente, pero tomamos consciencia de que cambiar esta actitud tan nociva sólo depende de nosotros mismos.
-Empezamos a tener control sobre nosotros mismos y somos en parte responsables de nuestros actos.
-Seguimos siendo esclavos de nuestra mente, pero en ocasiones conseguimos crear cierto espacio para no identificarnos con nuestros pensamientos.
-Pensamos en el pasado y en el futuro, pero intentamos centrarnos en el momento presente.
-Sufrimos, pero poco a poco dejamos de culpar a los demás, empezando a aprender de nuestros errores.
-Necesitamos evadirnos y narcotizarnos, pero lo llevamos a cabo «conscientemente».
-Creemos que la vida tiene el sentido que le queramos dar.

Consciente

-Dejamos de estar identificados con el ego; sabemos cómo gestionarlo para que deje de limitarnos, manipularnos y boicotearnos.
-Ya no reaccionamos impulsivamente, aunque podemos perder este estado de autocontrol en momentos de mucha adversidad, siempre y cuando dejemos de prestar la suficiente atención.
-Al tener domado al ego, somos dueños de nosotros mismos y, por tanto, totalmente responsables de nuestros actos.
-Al comprender cómo funciona nuestra mente ya no nos invaden pensamientos; de hecho, pensamos conscientemente para llevar a cabo fines constructivos.
-Pensamos de forma consciente y lo hacemos en positivo, quedándonos con el aprendizaje que se oculta detrás de cualquier experiencia; vivimos el momento presente.
-Asumimos que somos 100% corresponsables y co-creadores no sólo de nuestro bienestar, sino también de nuestras circunstancias actuales.
-Ya no sufrimos, y esta ausencia de malestar nos hace sentir muy bien con nosotros mismos y con los demás. De ahí que no necesitemos evadirnos ni narcotizarnos.
-Sentimos que la vida tiene sentido porque la hemos convertido en un proceso de aprendizaje para llegar a ser felices.

Consciente de la conciencia

-Entramos en contacto con nuestro ser, esencia o yo verdadero, y nos sentimos unidos a todo lo que existe.
-Aceptamos y amamos todo lo que sucede porque es «lo que es»; vivimos en un profundo estado de ataraxia, de imperturbabilidad interior.
-Cultivamos la atención consciente; nos observamos a nosotros mismos en tercera persona, con lo que somos capaces de tomar la actitud que más nos convenga en todo momento.
-Yendo más allá de nuestra mente, conseguimos alinearla con el momento presente, el único que existe en realidad.
-Vivimos tan conscientemente que no hay lugar para el pensamiento; en caso de pensar, lo hacemos de forma neutra, pase lo que pase.
-Experimentamos plenitud interior, es decir, vitalidad, felicidad, paz interior, gozo, amor, alegría y gratitud de estar vivos; lo sentimos en el vientre, debajo del ombligo.
-Aunque lo intentáramos, no podríamos evadirnos; estamos plenamente conectados con nosotros mismos y con la realidad de la que formamos parte.
-La mente se disuelve, dejando de interpretar la realidad de forma dual para empezar a verla tal y como es: absolutamente neutra.
-Somos la vida, con lo que ya no necesitamos comprenderla ni dotarla de sentido.

Este artículo corresponde a un capítulo del libro “Encantado de conocerme” de Borja Vilaseca.

El juicio supremo sólo desea comer la salud absoluta

 La fuerza infinita se come.

La debilidad infinita se come.
La voluntad de hierro se come.
La pereza que todo lo posterga también se come.
El Orden del Universo se ingiere.
El gran Yang entra por la boca.
También el gran Yin.
Quien no comprende el Yin y el Yang.
Da permiso al ingreso de todo lo "rico".
Como un niño con juicio sensorio.
Que sólo quiere golosinas.
Porque le "gustan".
Algunos trepan un nivel.
Y comen con amigos experimentando el placer de compartir.
Otros van más alto y eligen de acuerdo al contenido de vitaminas y nutrientes.
Pero el juicio supremo, el nivel más alto.
Sólo desea comer la salud absoluta.
La felicidad eterna.
La justicia infinita.
Si somos justos, alcanzaremos nuestra máxima grandeza.
Pero antes debemos aprender a dominar el yin y el yang en la cocina.
Aprendiendo con los mejores maestros del mundo.
Los reconocerás.
Porque encarnan.
Una luz tan intensa.
Que hará que tu corazón dé un brinco.
Que no podrás olvidar.

-Martín Macedo-

domingo, 6 de junio de 2021

Calistenia: entrenamiento físico consciente

 Cuando empezamos a trabajarnos interiormente solemos centrarnos en cultivar la mente y el espíritu. Sin embargo, para gozar de un verdadero bienestar es fundamental ejercitar nuestro cuerpo físico.

“Cuerpo, mente y espíritu”. Esta máxima del autoconocimiento la ha escuchado todo el mundo. Sin embargo, muy pocos son los que la han comprendido. Y menos todavía los que la ponen práctica. En esencia, es una invitación para que nos trabajemos interiormente, cuidando y desarrollando los tres pilares que componen nuestra condición humana. La sanación del cuerpo nos proporciona salud y energía vital. La conquista de la mente nos da comprensión y claridad. Y la reconexión con el espíritu nos genera felicidad y plenitud.

Si ahora mismo te encuentras inmerso en un proceso de cambio y transformación personal, te animo de corazón a que consideres la posibilidad de reforzar el trabajo con tu cuerpo por medio del entrenamiento físico que detallamos en el programa que encontrarás al final de este artículo. Más que nada porque este trabajo corporal te dotará de más energía para seguir sanando tu mente y reconectando con tu espíritu, también llamado “ser” o “esencia”.

Sería maravilloso que pudieras dedicar(te) al menos 10 minutos al día –uno, dos, tres o cuatro días a la semana– para sudar y jadear, siguiendo alguno de los programas de ejercicio diseñados por el entrenador oficial del Máster en Desarrollo Personal y Liderazgo, Willy Acosta. Te lo recomiendo porque yo mismo lo practico desde hace años. Y la verdad es que me aporta tantos beneficios que voy a seguir ejercitando mi cuerpo regularmente el resto de mi vida. Eso sí, por favor, no te lo creas. Verifícalo por ti mismo.

LA FELICIDAD SE ENTRENA
“Mens sana in corpore sano”
Décimo Junio Juvenal

Solemos creer equivocadamente que tenemos que hacernos socios de un gimnasio para hacer ejercicio físico. Sin embargo, no necesitamos intermediarios entre nosotros y nuestro propio cuerpo. De hecho, esto es lo que propone la “Calistenia”, un método de entrenamiento milenario que utiliza nuestro peso corporal para que podamos desarrollar nuestro físico de manera natural y orgánica.

Etimológicamente, proviene de dos palabras griegas: “kallos” (belleza) y “sthenos” (fortaleza). La finalidad de este entrenamiento consciente es convertirnos en nuestra mejor versión física. Y para lograrlo, propone realizar semanalmente una serie de ejercicios que podemos hacer fácilmente en un parque o en el salón de casa. Nuestra motivación es cultivar la salud y la energía vital que se encuentran en nuestro interior. Y nuestro compromiso es con nosotros mismos, con hacernos responsables de nuestro bienestar físico.

A partir de ahí, con una adecuada orientación y una alimentación sana, es una simple cuestión de tiempo para que los resultados empiecen a hablar por sí solos. Entre otros beneficios, el entrenamiento corporal nos dota de mayor fuerza, agilidad, resistencia y velocidad, corrigiendo a su vez nuestra postura corporal y potenciando nuestra armonía natural. También favorece la regulación emocional y la relajación mental, contribuyendo a que nos sintamos mucho mejor con nosotros mismos.

LO MÁS “DIFÍCIL” ES EMPEZAR
“Si vas a dudar de algo que sea de tus límites”
Michael Jordan

Si bien al principio cuesta ponernos en marcha, llega un momento en que se convierte en una práctica agradable, placentera e incluso adictiva, pues libera endorfinas, también llamadas “las hormonas de la felicidad”. Eso sí, antes de comenzar tu proceso de entrenamiento consciente, verifica cuál es el nivel que más te conviene para empezar. Y por favor, toma estas indicaciones como una referencia genérica, adaptando los ejercicios a tu condición física particular. En caso de hacerlos por tu cuenta, ves con mucho cuidado de no hacerte daño. Eres el único responsable de tu bienestar corporal.

En la medida en que alguno de estos programas ya no te suponga esfuerzo, no te apalanques demasiado y atrévete a pasar al siguiente nivel. Otra opción es crear tu propio entrenamiento, eligiendo los ejercicios que más te apetezca trabajar, así como el tiempo que puedes dedicarle a tu cuerpo. Al fin y al cabo, lo más importante es que hagas ejercicio físico con regularidad. Insisto: lo más “difícil” es empezar.

Principiante. Programa diseñado para aquellas personas que nunca han hecho ningún tipo de ejercicio físico o que hace mucho tiempo que no lo practican.

Intermedio. Programa diseñado para aquellas personas que realizan algo de ejercicio físico con regularidad y, por tanto, tienen cierta fuerza y resistencia.

Alto.Programa diseñado para aquellas personas que llevan tiempo realizando ejercicio físico  alta intensidad, gozando de mucha fuerza y resistencia.

Máster. Programa diseñado para auténtic@s motivad@s que tras superar los tres niveles anteriores sienten que están preparados para convertirse en másters del universo corporal.

viernes, 4 de junio de 2021

Dos escuelas de macrobiótica

 

Dos escuelas de macrobiótica.
Dos criterios dietéticos diferentes.
¿No es sorprendente?
Siempre son dos, yin y yang.
Una es la escuela del norte, la escuela de Boston que enseña el camino hacia la salud como la búsqueda del equilibrio.
Todos estudian y aprenden a equilibrar el alimento, el equilibrio entre yin y yang.
Se debe evitar el desequilibrio porque el desequilibrio es enfermedad.
La cura es el retorno al equilibrio.
Esta es la escuela yin, la escuela prudente, sabia, erudita seguida por miles de practicantes en Europa y EEUU.
La otra es la escuela del sur, la escuela de Brasil que enseña un camino que abraza tanto el equilibrio como el desequilibrio.
La escuela del sur no rechaza el desequilibrio ni lo evita.
Lo utiliza para crear un equilibrio más poderoso, más estable.
Su lógica está basada en el Orden del Universo.
Quien busca estar cómodo termina lleno de problemas.
Quien enfrenta con determinación sus problemas y los resuelve se sentirá cómodo y relajado porque los ha superado.
El desequilibrio no es cómodo ni fácil.
Es más agradable estar equilibrado, armonioso.
Quien abraza el desequilibrio se hace fuerte y crea más equilibrio.
Pero quien teme el desequilibrio y busca constantemente estar equilibrado, haciendo una dieta equilibrada ni muy yin ni muy yang, termina debilitándose y al final cae en un desequilibrio que no puede controlar.
La escuela del sur es más yang porque integra facilidad y dificultad, salud y enfermedad, amabilidad y aspereza.
Pero la escuela del norte separa los opuestos y se enfoca en el lado positivo temiendo al lado negativo.
Y al final crea un gran lado negativo, como cuando la medicina lucha contra la enfermedad y crea más enfermedad.

-Martín Macedo-

jueves, 3 de junio de 2021

La ley del espejo

 Nuestros problemas con los demás son un reflejo de nuestros conflictos internos. Mientras no apacigüemos nuestra mente y serenemos nuestro corazón seguiremos luchando contra lo exterior.

Para saber cuál es nuestro grado de sabiduría o de ignorancia en el arte de vivir basta con verificar cuál es nuestro nivel de satisfacción o de insatisfacción en nuestras relaciones. Detengámonos un momento y visualicemos mentalmente la cara de todas aquellas personas que forman parte de nuestra vida. No se trata de juzgarlas ni criticarlas: tan sólo de observar y de experimentar lo que nos hacen sentir.

Seguramente pensemos en nuestros padres y hermanos. En nuestra pareja e hijos. En nuestros amigos y conocidos. En nuestros compañeros de trabajo… Y cómo no, en uno de nuestros grandes maestros vitales; esa persona tan empática que nos proporciona situaciones adversas con las que entrenar nuestro desarrollo personal y a la que llamamos “jefe”.

Seamos honestos: ¿hemos tenido últimamente algún rifirrafe con alguna de las personas que han aparecido en nuestros pensamientos? ¿Nos llevamos realmente bien con todas? ¿Hay alguna a la que no soportemos especialmente? Tal vez admitamos haber discutido, habernos enfadado o incluso estar hartos de alguna de ellas.

¿DÓNDE ESTÁ LA RÁIZ DEL CONFLICTO?
“Deja de mirar la paja en el ojo ajeno y quítate la viga que tienes en el tuyo.”
(Jesús de Nazaret)

Sigamos con el juego. Viajemos con la mente a nuestro puesto de trabajo. Sí, a ese extraño lugar en el que pasamos al menos ocho horas de lunes a viernes, conviviendo con desconocidos que no hemos escogido y a los que vemos más que a nuestra propia familia y a nuestros amigos más íntimos. ¿Sentimos aversión crónica o le guardamos rencor a algún miembro de nuestro equipo? ¿Estamos en paz con nuestro jefe? ¿Es posible que nos ronden pensamientos negativos sobre alguno de nuestros compañeros de trabajo?

Quizás nos saque de quicio ese colega tan victimista que siempre aparece en el momento menos oportuno, contándonos lo desafortunada que es su vida y la manía que le tiene el jefe. O tal vez aquél otro tan chistoso, que parece haberla tomado con nosotros, soltando bromas que no suelen hacernos ni pizca de gracia… Eso sí, el que más nos molesta es uno que compite agresivamente contra nosotros, tratando de dejarnos en evidencia cada vez que el jefe hace acto de presencia.

Puede que ahora mismo pensemos que no es culpa nuestra, que somos buenas personas y que hemos tenido mala suerte por tener que compartir tanto tiempo en compañía de gente tan quisquillosa e incluso nociva. Pero hemos de saber que los psicólogos afirman que estos sentimientos suelen ser recíprocos. A nosotros también se nos juzga y se nos critica, en muchas ocasiones, por quienes menos lo esperamos. ¿Hemos pensado alguna vez qué opinión tienen los demás sobre nosotros? Y sincerémonos todavía un poco más: ¿hemos barajado la posibilidad de que puede que no sean los demás, sino que en realidad la persona conflictiva seamos nosotros mismos?

 EL VERDUGO ES LA VÍCTIMA
“Cuidado con la hoguera que enciendes contra tu enemigo, no sea que te chamusques a ti mismo.”
(William Shakespeare)

Se cuenta que un niño estaba siempre malhumorado y cada día se peleaba en el patio del colegio con sus compañeros. Cuando se enfadaba, se dejaba llevar por la ira y decía y hacía cosas que herían al resto de chavales. Consciente de la situación, un día su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que discutiera o se peleara con algún compañero clavase un clavo en la puerta de su habitación.

El primer día clavó treinta y siete. Poco a poco fue descubriendo que le era más fácil controlar su ira que clavar clavos en aquella puerta de madera maciza. Y en el transcurso de las semanas siguientes, el número de clavos fue disminuyendo. Finalmente, llegó un día en que no entró en conflicto con ningún compañero. Había logrado serenar su actitud y su conducta. Y contento por su hazaña, fue corriendo a decírselo a su padre, quien le sugirió que cada día que no se enojase desclavase uno de los clavos de la puerta.

Meses más tarde, el niño volvió corriendo a los brazos de su padre para decirle que ya había sacado todos los clavos. El padre lo cogió de la mano y lo llevó a la puerta de la habitación. “Te felicito, hijo”, le dijo. “Pero mira los agujeros que han quedado en la puerta. Cuando entras en conflicto con los demás y te dejas llevar por la ira, las palabras dejan cicatrices como éstas. Aunque en un primer momento no puedas verlas, las heridas verbales pueden ser tan dolorosas como las físicas. No lo olvides nunca: la ira deja señales en nuestro corazón.”

LA TIRANÍA DEL EGOCENTRISMO
“La enfermedad del ignorante es que ignora su propia ignorancia.”
(Amos Bronson)

Si tanto daño nos hacen los conflictos emocionales, ¿por qué criticamos y juzgamos a los demás? ¿Por qué luchamos y nos peleamos tan a menudo? ¿Por qué odiamos a otras personas? Y en definitiva, ¿por qué tenemos enemigos? Lo cierto es que llevamos a cabo todas estas conductas tan destructivas porque carecemos de la comprensión y el entrenamiento necesarios para relacionarnos de forma más eficiente. Prueba de ello es que solemos creer que los demás pueden herirnos emocionalmente si dicen o hacen cosas con las que no estamos de acuerdo.

Pero eso no es del todo cierto. La causa de nuestro sufrimiento emocional no está afuera, sino adentro: es nuestra reacción a lo que los demás dicen o hacen. Y esta reactividad se desencadena como consecuencia de ver e interpretar lo que nos sucede de forma egocéntrica. Es decir, queriendo que los demás se amolden a nuestros deseos, necesidades y expectativas. A este egocentrismo también se le conoce como “encarcelamiento psicológico” y es la causa última de todo nuestro malestar.

Además, debido a la reactividad y la negatividad creada por nuestras interpretaciones egocéntricas, vamos clavando clavos en nuestro corazón. Y eso nos sumerge en un círculo vicioso: cuanto más egocéntricos somos, más tristeza, ira y miedo albergamos en nuestro interior. Y a su vez, todas estas emociones negativas alimentan nuestro egocentrismo. Dicho de otra manera: nuestro estado de ánimo condiciona la percepción que tenemos de lo que nos pasa, y esta interpretación subjetiva de nuestras circunstancias condiciona nuestro estado de ánimo. Por eso llega un punto en que nuestro malestar nos impide –literalmente– establecer relaciones pacíficas y armoniosas con los demás.

PROYECTAMOS DE DENTRO A AFUERA
“Las verdaderas batallas se libran en el interior.”
(Sócrates)

Cuentan que Mahoma, acompañado de sus seguidores, llegó a una ciudad para difundir sus enseñanzas. Inmediatamente se les unió un discípulo que vivía en aquella localidad. “Maestro, en esta ciudad te van a perseguir, calumniar y demonizar”, le dijo, preocupado. “Los habitantes son arrogantes y no quieren aprender nada nuevo ni diferente. Sus corazones están sepultados bajo una losa de piedra.” Mahoma asintió sonriente y le respondió con serenidad: “Tienes razón”.

Más tarde apareció otro discípulo de Mahoma, que también vivía en aquella comunidad. Radiante de alegría, le dijo: “Maestro, en esta ciudad te van a acoger con los brazos abiertos. Los habitantes son humildes y están con muchas ganas de escucharte. Sus corazones están dispuestos a nutrirse con tu sabiduría.” Mahoma asintió sonriente y de nuevo afirmó: “Tienes razón”.

Incrédulo, uno de sus acompañantes se plantó delante del maestro y le preguntó: “¿Cómo puede ser que les hayas dado la razón a los dos si están diciéndote exactamente lo contrario?” Y Mahoma, impasible, le contestó: “No vemos el mundo como es, sino como somos nosotros. Cada uno de ellos ve a los habitantes de esta ciudad según su punto de vista. ¿Por qué tendría yo que contradecirles? Uno ve lo malo y el otro ve lo bueno. ¿Dirías tú que alguno de los dos ve algo errado? No me han dicho nada que sea falso. Solamente han dicho algo incompleto.”

LA MALDAD NO EXISTE
“Ámame cuando menos lo merezca porque es cuando más lo necesito.”
(Proverbio chino)

Para mejorar nuestras relaciones con los demás primero hemos de hacer las paces con el único enemigo que hemos tenido, que tenemos y que podemos seguir teniendo a lo largo de nuestra vida. Y para conocerlo basta con que nos miremos en el espejo: son todas las creencias erróneas y limitantes con las que distorsionamos nuestra manera de ver a los demás. No en vano, lo externo es siempre un reflejo de lo interno, pues lo que se observa es en realidad una proyección del observador. Tanto es así que la gente no nos ve tal y como somos, sino como la gente es. O como dijo el filósofo Immanuel Kant, «no vemos a los demás como son, sino como somos nosotros».

Pero, ¿en qué consiste este fenómeno psicológico conocido como «la ley del espejo» o «proyección»? Según el psicoanalista Sigmund Freud, se trata de «un mecanismo de defensa mediante el cual atribuimos a los demás aquellos rasgos de nuestra personalidad que no queremos ver ni reconocer en nosotros por resultarnos dolorosos e inaceptables». Es decir, que al no afrontar ni trabajar sobre nuestro lado oscuro –o sombra– canalizamos nuestras miserias internas entrando en conflicto con los demás. Por eso el sabio Anthony de Mello afirmó que «nuestros enemigos no son las personas que nos odian –el odio que ellos sienten es asunto suyo–, sino las personas a las que nosotros odiamos». Principalmente porque este odio es puro cianuro para nuestro corazón.

Al tomar consciencia de que somos co-creadores de lo que sentimos y experimentamos en nuestro interior, empezamos a asumir la responsabilidad de sanar las heridas emocionales causadas por nuestras interpretaciones y reacciones egocéntricas. Y no sólo eso. A lo largo de este proceso de autoconocimiento y desarrollo personal, también nos damos cuenta de que la maldad no existe, pues cuando somos esclavos de nuestra reactividad no somos dueños de nuestra actitud ni de nuestra conducta. Lo que sí abunda es la ignorancia de no saber quiénes somos y la inconsciencia de no querer saberlo. Y lo cierto es cuanto más egocéntricos somos, más sufrimos. Y que cuanto más sufrimos, más problemas y conflictos tenemos con los demás.

Para arrancar de raíz nuestros conflictos emocionales hemos de aprender a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos. Al disolver a nuestro enemigo interno por medio de la comprensión y el amor, dejamos de proyectar nuestra oscuridad hacia el exterior. Ya no necesitamos falsos enemigos con los que luchar y a los que culpar de nuestro malestar. Cuando conectamos con nuestro bienestar interno, empezamos a interpretar lo que nos sucede con más objetividad y a ver a los demás con más neutralidad. Cuando logramos apaciguar nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu comprendemos que lo que sucede es lo que es y lo que hacemos con ello es lo que somos.

Artículo publicado por Borja Vilaseca en El País Semanal el pasado domingo 4 de abril de 2010.

Cuando se cura el pensamiento tóxico, se cura el cuerpo

 Hoy me enteré de que Morgan Freeman padece de dolor crónico.

Cuadro conocido como fibromialgia.
También Lady Gaga, otra famosa que padece de esta enfermedad.
Antes se consideraba que estos pacientes tenían un trastorno psicológico, que eran hipocondríacos, porque los estudiaban a fondo, les hacían análisis de sangre, anticuerpos, orina, enzimograma y todo daba normal.
"Usted no tiene nada"....le decía el médico luego de un análisis riguroso, pero este veredicto no es aceptado por el portador de una fibromialgia porque le duele "todo", no duerme bien, no descansa y además tiene un nivel de energía muy bajo.
La enfermedad es crónica, no tiene cura, pero tiene buen pronóstico porque no hay daño físico, no hay deformación, ni inflamación, ni ningún proceso destructivo en ningún órgano o tejido.
Sólo una percepción anormal del dolor o hiperalgesia.
Es una enfermedad de la percepción.
Hipersensibilidad a un grado sumo.
Es una yinización.
Muy fácil de curar.
La mayor parte de los casos se dan en personas jóvenes y fuertes.
Tienen bastante poder físico y por eso se enfurecen cuando les digo que es fácil de curar.
Hay una cura rápida para la fibromialgia.
Es más... hay una cura instantánea.
Porque la verdadera causa está en las falsas creencias.
Cuando se cura el pensamiento tóxico, se cura el cuerpo.
Cuando se entiende ya está curada.
Pero si se mantiene la postura arrogante de que no hay pruebas, de que no hay una cura porque la ciencia aún no la encuentra, se cierra el acceso a la salud infinita.
Porque la enfermedad empieza en la mente.
Y si no se corrige la mente nunca podrá curarse.
Pero cuando hay comprensión la cura es inmediata.
El dolor seguirá por un tiempo mientras el exceso de yin es descargado del cuerpo.
Ya está curado, ya puede celebrar aunque todavía haya algunos síntomas.
Porque la fe es comprensión.
Y la arrogancia no puede ni quiere ver la salida.
Por eso si no se cura la arrogancia no se puede ejercer ninguna medicina.
Ni occidental ni oriental, ni natural ni artificial.

-Martín Macedo-