Eres aquello que haces, no aquello que dices que harás
Desde siempre ha sido mucho más sencillo crear(se) expectativas que cumplirlas, por lo que solemos estar más acostumbrados a probabilidades que se quedan en el aire que a certezas. Al final lo que ocurre es que sueles olvidar que eres aquello que haces y no aquello que dices que harás: eres lo que tus actos dicen de ti y las intenciones son el decorado.
Decía un proverbio antiguo: “No debe cruzar el puente hasta que no llegue a él”.
A medida que actúas estás dejando a tu alrededor una especie de rastro que puede llegar a los demás o repercutir en tu futuro más próximo: una reacción o una actitud ante una situación es capaz de marcar la diferencia. En otras palabras, el buen corazón que tienes necesita estar en sintonía con tus movimientos y tus pensamientos: lo que dices transmite, pero aquello que haces llega y se siente.
La frustración de las expectativas. Nos encantan las expectativas y, en cierta medida, nos resultan inspiradoras para conseguir lo que anhelamos: se construyen como impulsos y se llenan de nuestros sueños de seguir creciendo o de hacer felices a los demás. De esta manera las expectativas se convierten en el punto de origen de la autenticidad porque nacen de lo más hondo de cada uno, pero también de la fragilidad y la frustración.
“Las expectativas eran como la porcelana fina. Cuanto más fuerte te agarrabas a ellas, más probable era que se rompiesen” -Brandon Sanderson-
Sin darnos cuenta, muchos de los pensamientos diarios que tenemos son expectativas e ilusiones que se nutren de las promesas de los demás o de las propias esperanzas personales puestas en ellos: “me prometió que saldríamos para celebrarlo y ahora no puede”, “seguro que haré genial esa entrevista, me la he preparado mucho”, “está esperando el CD que le enseñé para su cumpleaños, pero olvidé comprarlo”, etc. Estos podrían ser ejemplos cotidianos de lo que venimos comentando.
En los casos en los que las promesas de un lado y las expectativas del otro no se acompañan del esfuerzo por hacerlas realidad son inútiles, pues solo generan decepción, tristeza o irritación: los propósitos no son verdades absolutas y el error está en tomarlos como si lo fueran. En este sentido, solo se puede agarrar un hecho sin temor a que se rompa cuando ha sido plenamente ejecutado.
Eres aquello que haces: tus actos te definen. Cuando en la película Batman Begins alguien apunta: “no es quien seas en el interior, tus actos te definen”, parecía querer proponernos una reflexión más profunda sobre el tema. No es que no importe lo que llevemos dentro, es solo que de cara al exterior los actos nos delatan independientemente de lo que queramos hacer creer con palabras.
Esto es, eres aquello que haces porque si tu corazón es bueno, tus relaciones lo notaran en los pequeños detalles y, por el contrario, si es malo las promesas y las expectativas que generes no podrán ocultarlo.
Al fin y al cabo todos tenemos tres personalidades: lo que somos, lo que creemos que somos y lo que los demás piensan que somos; razón de más para buscar que las tres vivan en armonía. Si decimos que haremos algo y no lo hacemos, lo que pasa es que las tres personalidades chocan y se crean emociones negativas.
¿Dónde quedan entonces los buenos propósitos?. Los buenos propósitos son fundamentales, dado que sin ellos los fines difícilmente lo serán también. Es beneficioso tener el propósito de superarnos continuamente; por ejemplo en el trabajo, donde las metas que nos marcamos son tan importantes.
Sin embargo, tener el propósito de alcanzar una meta no nos lleva por sí solo a ella; y, si no, ¿cuántos de tus propósitos de año nuevo has cumplido en estos últimos meses? Probablemente muchos se quedaron con las ganas de comenzar el 2016. Tener propósitos positivos nos da vitalidad y adrenalina, pero es necesario acompañarlos de acción, de movimiento.
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