viernes, 16 de mayo de 2025

"Cuando juzgas, solo hablas de ti"

 El aforismo *"Cuando juzgas, solo hablas de ti"* encierra una profunda verdad psicológica y ética. Cada juicio que emitimos sobre los demás funciona como un espejo que revela más sobre nuestras propias limitaciones, prejuicios y valores que sobre la realidad del otro. Esta idea encuentra eco en pensadores como Carl Jung, quien afirmaba que "lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma".

El acto de juzgar surge con frecuencia de una proyección inconsciente: atribuimos a los demás aquello que no hemos reconciliado en nosotros mismos. Por ejemplo, quien critica con dureza la "falta de disciplina" de otro puede estar reflejando su propia lucha interna contra la procrastinación. Así, el juicio se convierte en un mecanismo de defensa, una forma de distanciarnos de aspectos que nos resultan incómodos.
Desde una perspectiva ética, este planteamiento invita a practicar la humildad epistemológica: reconocer que nunca tenemos acceso completo a la historia, motivaciones o circunstancias ajenas. Como sugería Sócrates, la verdadera sabiduría comienza al admitir nuestra ignorancia. En lugar de juzgar, la filosofía propone observar, preguntar y, sobre todo, escuchar. ¿Qué pasaría si convirtiéramos cada juicio en una oportunidad para autoexaminarnos?

Hay dos tipos de cuerpos

 Hay dos tipos de cuerpos; el cuerpo sano y el cuerpo enfermo.

La visión de la medicina científica es de que hay enfermedades en los cuerpos de los seres humanos y deben ser tratadas.
Se trata la enfermedad como si ésta estuviera desvinculada del cuerpo.
El cuerpo está bien; lo que no anda bien es el órgano enfermo y ahí va el tratamiento.
Por ejemplo, si alguien tiene una úlcera gástrica, el corazón está perfecto, el sistema óseo está perfecto, el cabello y la piel están perfectos.
En la visión de la medicina oriental, si hay una enfermedad, todo el cuerpo está enfermo.
Se debe tratar todo el cuerpo y no solamente el órgano o tejido enfermo.
Se debe ir a la profundidad y transformar el cuerpo enfermo en un cuerpo sano.
Y la única forma de hacer esta transformación es la transformación del alimento, del tipo de alimento, de la forma de preparar este alimento y de la forma de absorber este alimento por parte de la persona que tiene el cuerpo enfermo.
Poner pomadas o dar antibióticos no toca el cuerpo como un todo; aunque el síntoma desaparezca por un tiempo, el cuerpo sigue siendo un cuerpo enfermo porque no se lo ha transformado en un cuerpo sano.
El alimento es la medicina suprema; debemos encontrar el mejor alimento para un determinado organismo en un determinado momento histórico y en un determinado entorno biológico.
Para un bebé de un mes de vida, su medicina suprema y su alimento supremo es la leche materna; pero si la madre no tiene leche o si su leche no tiene calidad debemos encontrar un reemplazo o lo que más se asemeja a esa medicina suprema dando por ejemplo leche de una nodriza o incluso leche de cabra que no es la nodriza ideal.
Para un habitante de las zonas heladas de Alaska el alimento supremo es aquel que se consigue en ese entorno y no el aceite de coco o el trigo que crecen en otros entornos.
Vemos así que el mejor alimento no es el que tiene mejores cantidades de proteínas o grasas saludables, sino que depende del entorno geográfico, climático y del momento biológico del individuo, ya que un bebé y un adulto mayor no tendrán las mismas necesidades nutricionales y energéticas. Por ello la generalización de dietas basadas en grasas o en proteínas o en alimentos crudos no funcionan porque no toman en cuenta las diferencias individuales sino que adoptan un carácter casi absoluto como una categoría de bueno o malo y por eso funcionan para algunos pero no para otros.
Por ese motivo en las zonas climáticas templadas y subtropicales donde vive la mayor parte de la humanidad, los cereales como el arroz, el maíz y la avena han sido durante al menos 10.000 años los alimentos principales de nuestra especie pero en la actualidad han cambiado mucho por los procesos industriales que han destruido parte de su calidad original y la humanidad está navegando a la deriva buscando la medicina suprema y remedios de todo tipo, desde hongos hasta hierbas silvestres y la gente está muy desorientada. Pero los cereales de calidad se consiguen con relativa facilidad en las principales ciudades del mundo y son nuestra medicina suprema cuando se los consume apropiadamente, incluyendo la preparación y la correcta asimilación pues requieren ser muy bien masticados antes de asimilarse.
El cuerpo enfermo sólo puede ser cambiado en un cuerpo sano, no con remedios o con agujas de acupuntura, sino mediante la renovación total de su calidad sanguínea y a la postre de todas las células irrigadas por esta nueva sangre construida con una nueva alimentación; la alimentación anterior, habitual, volverá a crear otras enfermedades porque el origen no fue curado en su profundidad y por ello la medicina afirma que muchas enfermedades no tienen cura.
Martín Macedo