viernes, 31 de octubre de 2025

La mente divide a las personas en dos grupos.

 La mente lógica siempre divide a las personas en dos grupos.

Grandes y pequeños.
Ricos y pobres.
Sanos y enfermos.
Tontos e inteligentes.
En la escuela de medicina nosotros teníamos claro que los enfermos eran los que necesitaban la medicina y los sanos (nosotros) no la necesitábamos.
Ellos eran los enfermos, ellos debían ser atendidos y estudiados y nosotros los sanos dábamos el servicio asistencial.
Ellos estaban en las camillas de las salas de medicina y tenían un número (cama 2, cama 5, cama 7).
Siempre son dos grupos; nadie quiere estar en el grupo menos favorecido; nadie quiere ser pobre, o ser enfermo o ser pequeño o débil o feo o tonto.
La gente siempre se esfuerza en estar en el grupo más favorecido y si no lo está se siente abatida y acomplejada.
Por lo tanto en las escuelas médicas nos entrenan para diagnosticar y saber si la persona en cuestión está en el grupo de los sanos o de los enfermos.
Si le informábamos que luego de los estudios exhaustivos estaba sana, entonces suspiraba aliviada; pero si le decíamos que tenía una enfermedad cardíaca o respiratoria crónica ponía cara de preocupación porque pasaba a engrosar las filas del grupo en el que nadie quiere estar.
Por esa razón odiamos el síntoma.
El síntoma nos ubica en el grupo de los enfermos.
El síntoma es el enemigo; el pasaporte hacia el grupo estigmatizado.
Este odio al síntoma ha creado un gran negocio llamado medicina sintomática.
El síntoma ahora se puede combatir, disminuir, disimular o a veces con un poco de suerte se puede destruir.
La mentalidad occidental es muy yang, es rígida y pone a las categorías en compartimentos separados, bien separados y considera que eso es saludable y correcto.
Pero la filosofía oriental ve sólo yin y yang; ambas son opuestas pero no están compartimentadas, porque no se pueden separar,
No hay separación entre ricos y pobres y no es necesario ponerlos en barrios separados o en escuelas separadas.
Muchos pobres serán ricos en una o dos generaciones.
Muchos ricos de hoy se arruinarán con sus propios excesos y en una o dos generaciones estarán quebrados y serán pobres.
La visión de yin y yang ve las dos naturalezas simultáneamente y honra a ambas porque son tan inseparables como la raíz y la fruta.
La fruta se ve y la raíz no se ve. Pero sabemos que sin raíz la fruta se pondrá en mal estado y nadie querrá comprarla.
La salud se ve y todos la desean pero ocultamente la enfermedad está a punto de manifestarse, porque el saludable se jacta de su salud y comete excesos porque su salud se lo permite.
Así cuando una persona está demasiado saludable y es demasiado fuerte sabemos que es sólo cuestión de tiempo hasta que se manifieste una enfermedad crónica.
Kikuchi decía sabiamente que el principal enemigo de la salud no es la enfermedad sino el exceso de salud.
Los jóvenes en general tienen un exceso de salud y por eso experimentan con tabaco, alcohol y drogas. Comen en cantidad y sin restricciones y así siguen hasta su tercer o cuarta década cuando pierden su fuerza y lo atribuyen a la edad o a la genética.
En nuestra visión de yin y yang, no rechazamos el síntoma; lo consideramos simplemente una alarma, un aviso y un estímulo a hacer cambios profundos para que toda esa inercia autodestructiva pare del todo y comience una nueva vida orientada a la creación de la salud infinita.
El síntoma forma parte de la solución pero si lo vemos como el enemigo no podremos utilizarlo como el practicante de judo utiliza el golpe del enemigo, la fuerza agresiva del enemigo para tumbarlo y dominarlo completamente.
La visión occidental es muy yang, muy rígida y ve los opuestos como el bien y el mal y los pone en cajones separados.
La visión oriental es yin debido a la tendencia vegetariana del oriental tradicional y tiene una visión más flexible comprendiendo que ambos son inseparables e igualmente valiosos y celebra a ambos, aprende de ambos, juega con ambos y crea la realidad que desea crear, sin violencia, sin destrucción, sin angustia, sin lamentaciones y sin pérdidas.
Esa es la maravilla de la filosofía oriental.
Nosotros no disfrutamos del síntoma pero lo utilizamos como el trampolín más poderoso hacia la salud infinita.
Por eso hay que agradecer siempre incluso si nos toca estar un breve tiempo en el cajón de los desfavorecidos.