Cuando amamos, cuidamos, y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo.
La falta de cuidado en el trato dado a la naturaleza y a los recursos escasos, la ausencia de cuidado en referencia al poder de la tecnociencia que construyó armas de destrucción en masa y de devastación de la biosfera y de la propia sobre vivencia de la especie humana, nos está llevando a un impase sin precedentes. O cuidamos o pereceremos.
El cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese don: refuerza la vida, atiende a las condiciones físico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida, y de su ulterior evolución.
Lo correspondiente al cuidado, en términos políticos es la «sostenibilidad» que apunta a encontrar el justo equilibrio entre el beneficio racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y las generaciones futuras. Tal vez aduciendo la fábula del cuidado, conservada por Higino (+ 17 d.C.), bibliotecario de César Augusto, entendamos mejor el significado del ethos que cuida.
«Cierto día, Cuidado tomó un pedazo de barro y lo moldeó con la forma del ser humano. Apareció Júpiter y, a pedido de Cuidado, le insufló espíritu. Cuidado quiso darle un nombre, pero Júpiter se lo prohibió, pues quería ponerle nombre él mismo. Comenzó una discusión entre ambos. En ésas, apareció la Tierra, alegando que el barro era parte de su cuerpo, y que por eso, tenía derecho de escoger el nombre. La discusión se complicó, aparentemente sin solución. Todos aceptaron llamar a Saturno, el viejo Dios ancestral, para ser el árbitro. Este decidió la siguiente sentencia, considerada justa: «Tú, Júpiter, que le diste el espíritu, recibirás su espíritu, de vuelta, cuando esta criatura muera. Tú, Tierra, que le has dado el cuerpo, recibirás su cuerpo, de vuelta, cuando esta criatura muera. Y tú, Cuidado, que fuiste el primero en moldear la criatura, la acompañarás todo el tiempo que viva. Y como no ha habido acuerdo sobre el nombre, decido yo: se llamará «hombre», que viene de «humus», que significa tierra fértil».
Esta fábula está llena de lecciones. El cuidado es anterior al espíritu infundido por Júpiter y anterior al cuerpo prestado por la Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, original. Original es el cuidado «que fue el primero que moldeó al ser humano». El Cuidado lo hizo con «cuidado», con celo y devoción, o sea, con una actitud amorosa.
Él es anterior, el «a priori» ontológico que permite que el ser humano surja. Esas dimensiones entran en la constitución del ser humano. Sin ellas no es humano. Por eso se dice que el «cuidado acompañará al ser humano todo el tiempo que viva». Todo lo que haga con cuidado estará bien hecho.
El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Sana llagas, despeja el futuro y crea esperanzas. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «en la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Debemos volver humildemente al simple cuidado. El mito del cuidado, solo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, dolencias psicológicas de nuestro tiempo».